/ jueves 25 de junio de 2020

La coquetería | EL RINCÓN DE ZALACAÍN

Y aquella memorable comida donde aparecieron las recetas caseras derivó en una de las mejores tertulias

Y aquella memorable comida donde aparecieron las recetas caseras derivó en una de las mejores tertulias donde el vino hizo lo suyo y se cumplió aquella sentencia del filósofo persa Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã, coloquialmente llamado “Avicena”: “El vino es amigo del sabio y enemigo del borracho”. Nunca mejor dicho pensó Zalacaín e invitó al grupo a debatir sobre asuntos variados, donde la mujer ocupó un sitio muy especial.

A la tercera copa, la del placer, alguno se levantó y habló de Gutiérrez Nájera, aquel periodista convertido a poeta a quien los expertos consideran el “dios del modernismo literario” en México.

En “Cuaresma del duque Job” Gutiérrez Nájera escribe “La duquesa Job”, entre sus amigos era conocido por el pseudónimo “duque Job” y el poema lo dedicó a Manuel Puga y Acal, otro poeta del modernismo mexicano. Y el amigo se levantó dijo con voz clara y serena:

“En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa,

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces al duque Job.

No es la condesa de Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló…

Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta

que adora a veces al duque Job…”

Los amigos rieron por la cursilería, a su juicio, de la forma como los poetas decimonónicos se referían a la mujer.

En aquellas épocas, dijo Zalacaín, la mujer era tratada de forma muy diferente, su papel estaba descrito en libros dedicados a su formación y comportamiento en sociedad, en las tertulias, sobre su manera de vestir, la hora de salir y el protocolo en la galantería, el coqueteo sin caer en frivolidad.

Y entonces el debate fue centrado en la “coquetería”, alguno, de origen jalisciense se refirió a las arracadas llamadas así “coquetas” en su tierra. Otro más argumento la definición clásica del diccionario más connotado y conocido: “Que actúa con gracia, picardía y encanto, y cuida su vestido y su arreglo para cautivar a las personas, en particular a los hombres”

Zalacaín había leído años atrás un estudio sobre el origen de la palabra se remontaba a la empleada en Francia en el siglo XVIII, realmente como adjetivo para definir al hombre en pose para conquistar a la mujer, tal cual sucede cuando un gallo –“coq” en francés-, para alardear frente a las gallinas, las mujeres en este caso.

Otro amigo aportó los versos de Ramón María de las Mercedes de Campoamor y Campoosorio, coloquialmente llamado Ramón de Campoamor, quien en su aforismo CXLIX, definió así el reconocimiento de una mujer coqueta:

“Esa fue tan coqueta, tan coqueta,

que era, excepto en matarse, una Julieta”

Tocó el turno al aventurero Zalacaín y se aprovechó de los versos leído de Gutiérrez Nájera quien cita a Guillermo Prieto, poeta mexicano, también del siglo XIX, quien viajó varias veces a Puebla y había escrito “Musa callejera”, una obra con mucho sentido del humor y en algunos de sus poemas se refería a la mujer poblana, quien por lo visto le había sorprendido por su alto grado de coquetería, sus escotes, los colores de su ropa y el largo de su falda donde asomaba la pantorrilla.

Y Zalacaín leyó “El túnico y el zagalejo” de Prieto:

“La del cabello encrespado,

la de delgada cintura,

la de sagaz travesura

en el mirar seductor…

La linda china poblana,

más linda que las estrellas,

¿quién quitó a sus formas bellas

el insurgente castor?

¿Quién la pérfida camisa

que con descote alarmante

era el cielo del amante

y era anuncio del calor?

¿por qué en estrecho corpiño

tu libre talle se encierra?

¿Quién, sacrílego, destierra

las enaguas de castor?

Era un bello firmamento

de lentejuela de plata,

era el manto de escarlata

de las reinas del amor…

era la china garbosa

la linda china poblana

sobre la nube de grana

de su enagua de castor.

¿Quién es esa mustia chica?,

¿es vestido o es sotana?,

¿es corpiño, o es aduana

esa parte superior?

¡Maldita moda, maldita!

Rompan el corpiño, chinas,

les va a dar unas anginas;

venga el hermoso castor.

Use el túnico gazmoño

sedentaria costurera…

o cuidadosa severa

de celoso solterón…

Use el túnico el gran tono

todo flaquezas y huesos,

y revivan los traviesos

zagalejos de castor.

Por Dios ¿quién sufre un embudo

de lienzo?, ¡una linda china

a quien el cielo destina

al aire libre, al amor!

Esa cárcel de mangote

que sirva a la aristocracia;

pero á las chinas la gracia

y la enagua de castor.

Ondas de púrpura ardiente

los zagalejos formaban:

con los vaivenes brillaban

como la mar con el sol.

Hoy tétrica muselina

echó al piececito un velo.

¡Por Dios!, que nos dé consuelo

el regreso del castor.

En buena hora los telones

para la pata extranjera,

y una lancha cañonera

para cada pie invasor…

Mas que bañe la luz pura

los encantos soberanos

de los piecitos poblanos

por la enagua de castor.

¡Qué linda era una garganta

de contornos celestiales

entre perlas y corales…

proclamando insurrección!

¿Por qué un rostro peregrino

sobre un saco penitente?

vístase como la gente

con la enagua de castor.

¿Y quién se arriesga a un jarabe,

franco, resuelto, exabruto,

con un acólito enjuto

de peineta y pañuelón?

¿Quién admira un zapatéo

oculto entre bastidores?

¡Muera el túnico, señores!

¡Viva el garboso castor!

Quitad al cielo las nubes

y a la mar su blanca espuma,

quitad al ave la pluma

y al sol su rico esplendor…

Mas si queréis que no emigre

al japón o a palestina,

que vuelva la hermosa china

a su enagua de castor.

Túnico a las forliponas

que hasta su instinto contienen,

y en el baile van y vienen…

y andan de orden superior.

La china toda es franqueza,

no es de bretañas archivo,

que luce lo positivo:

vuelva el querido castor.

¿Quién diablo sufre esas caras

como en un confesonario

dentro un gorro estrafalario

con paredes de cartón?

¿Quién sufre esas tiesas golas

que son hoy de moda artículo,

y el miriñac y el ridículo?…

No, no, que vuelva el castor.

vuelva el castor y el jaleo,

que es de placeres tesoro,

la banda de flecos de oro

y el dengue alborotador…

Y al rasgar la jaranita

sus canciones subversivas,

pueblen el aire mil vivas

por el triunfo del castor”.

  • www.losperiodistas.com.mx
  • YouTube: El Rincón de Zalacaín


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Y aquella memorable comida donde aparecieron las recetas caseras derivó en una de las mejores tertulias donde el vino hizo lo suyo y se cumplió aquella sentencia del filósofo persa Abū ‘Alī al-Husayn ibn ‘Abd Allāh ibn Sĩnã, coloquialmente llamado “Avicena”: “El vino es amigo del sabio y enemigo del borracho”. Nunca mejor dicho pensó Zalacaín e invitó al grupo a debatir sobre asuntos variados, donde la mujer ocupó un sitio muy especial.

A la tercera copa, la del placer, alguno se levantó y habló de Gutiérrez Nájera, aquel periodista convertido a poeta a quien los expertos consideran el “dios del modernismo literario” en México.

En “Cuaresma del duque Job” Gutiérrez Nájera escribe “La duquesa Job”, entre sus amigos era conocido por el pseudónimo “duque Job” y el poema lo dedicó a Manuel Puga y Acal, otro poeta del modernismo mexicano. Y el amigo se levantó dijo con voz clara y serena:

“En dulce charla de sobremesa,

mientras devoro fresa tras fresa,

y abajo ronca tu perro Bob,

te haré el retrato de la duquesa

que adora a veces al duque Job.

No es la condesa de Villasana

caricatura, ni la poblana

de enagua roja, que Prieto amó;

no es la criadita de pies nudosos,

ni la que sueña con los gomosos

y con los gallos de Micoló…

Pero ni el sueño de algún poeta,

ni los querubes que vio Jacob,

fueron tan bellos cual la coqueta

de ojitos verdes, rubia griseta

que adora a veces al duque Job…”

Los amigos rieron por la cursilería, a su juicio, de la forma como los poetas decimonónicos se referían a la mujer.

En aquellas épocas, dijo Zalacaín, la mujer era tratada de forma muy diferente, su papel estaba descrito en libros dedicados a su formación y comportamiento en sociedad, en las tertulias, sobre su manera de vestir, la hora de salir y el protocolo en la galantería, el coqueteo sin caer en frivolidad.

Y entonces el debate fue centrado en la “coquetería”, alguno, de origen jalisciense se refirió a las arracadas llamadas así “coquetas” en su tierra. Otro más argumento la definición clásica del diccionario más connotado y conocido: “Que actúa con gracia, picardía y encanto, y cuida su vestido y su arreglo para cautivar a las personas, en particular a los hombres”

Zalacaín había leído años atrás un estudio sobre el origen de la palabra se remontaba a la empleada en Francia en el siglo XVIII, realmente como adjetivo para definir al hombre en pose para conquistar a la mujer, tal cual sucede cuando un gallo –“coq” en francés-, para alardear frente a las gallinas, las mujeres en este caso.

Otro amigo aportó los versos de Ramón María de las Mercedes de Campoamor y Campoosorio, coloquialmente llamado Ramón de Campoamor, quien en su aforismo CXLIX, definió así el reconocimiento de una mujer coqueta:

“Esa fue tan coqueta, tan coqueta,

que era, excepto en matarse, una Julieta”

Tocó el turno al aventurero Zalacaín y se aprovechó de los versos leído de Gutiérrez Nájera quien cita a Guillermo Prieto, poeta mexicano, también del siglo XIX, quien viajó varias veces a Puebla y había escrito “Musa callejera”, una obra con mucho sentido del humor y en algunos de sus poemas se refería a la mujer poblana, quien por lo visto le había sorprendido por su alto grado de coquetería, sus escotes, los colores de su ropa y el largo de su falda donde asomaba la pantorrilla.

Y Zalacaín leyó “El túnico y el zagalejo” de Prieto:

“La del cabello encrespado,

la de delgada cintura,

la de sagaz travesura

en el mirar seductor…

La linda china poblana,

más linda que las estrellas,

¿quién quitó a sus formas bellas

el insurgente castor?

¿Quién la pérfida camisa

que con descote alarmante

era el cielo del amante

y era anuncio del calor?

¿por qué en estrecho corpiño

tu libre talle se encierra?

¿Quién, sacrílego, destierra

las enaguas de castor?

Era un bello firmamento

de lentejuela de plata,

era el manto de escarlata

de las reinas del amor…

era la china garbosa

la linda china poblana

sobre la nube de grana

de su enagua de castor.

¿Quién es esa mustia chica?,

¿es vestido o es sotana?,

¿es corpiño, o es aduana

esa parte superior?

¡Maldita moda, maldita!

Rompan el corpiño, chinas,

les va a dar unas anginas;

venga el hermoso castor.

Use el túnico gazmoño

sedentaria costurera…

o cuidadosa severa

de celoso solterón…

Use el túnico el gran tono

todo flaquezas y huesos,

y revivan los traviesos

zagalejos de castor.

Por Dios ¿quién sufre un embudo

de lienzo?, ¡una linda china

a quien el cielo destina

al aire libre, al amor!

Esa cárcel de mangote

que sirva a la aristocracia;

pero á las chinas la gracia

y la enagua de castor.

Ondas de púrpura ardiente

los zagalejos formaban:

con los vaivenes brillaban

como la mar con el sol.

Hoy tétrica muselina

echó al piececito un velo.

¡Por Dios!, que nos dé consuelo

el regreso del castor.

En buena hora los telones

para la pata extranjera,

y una lancha cañonera

para cada pie invasor…

Mas que bañe la luz pura

los encantos soberanos

de los piecitos poblanos

por la enagua de castor.

¡Qué linda era una garganta

de contornos celestiales

entre perlas y corales…

proclamando insurrección!

¿Por qué un rostro peregrino

sobre un saco penitente?

vístase como la gente

con la enagua de castor.

¿Y quién se arriesga a un jarabe,

franco, resuelto, exabruto,

con un acólito enjuto

de peineta y pañuelón?

¿Quién admira un zapatéo

oculto entre bastidores?

¡Muera el túnico, señores!

¡Viva el garboso castor!

Quitad al cielo las nubes

y a la mar su blanca espuma,

quitad al ave la pluma

y al sol su rico esplendor…

Mas si queréis que no emigre

al japón o a palestina,

que vuelva la hermosa china

a su enagua de castor.

Túnico a las forliponas

que hasta su instinto contienen,

y en el baile van y vienen…

y andan de orden superior.

La china toda es franqueza,

no es de bretañas archivo,

que luce lo positivo:

vuelva el querido castor.

¿Quién diablo sufre esas caras

como en un confesonario

dentro un gorro estrafalario

con paredes de cartón?

¿Quién sufre esas tiesas golas

que son hoy de moda artículo,

y el miriñac y el ridículo?…

No, no, que vuelva el castor.

vuelva el castor y el jaleo,

que es de placeres tesoro,

la banda de flecos de oro

y el dengue alborotador…

Y al rasgar la jaranita

sus canciones subversivas,

pueblen el aire mil vivas

por el triunfo del castor”.

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