Diciembre fue un mes especial para los amantes de la gastronomía, la variedad y cantidad de alimentos y bebidas constituyeron una especial inyección de grasas, alcohol, azúcares y un etcétera que se prolonga hasta la primera semana de enero con la llamada Rosca de Reyes y en algunos casos hasta el 2 de febrero cuando aparecen los primeros tamales del año.
Zalacaín había tenido por costumbre en el pasado un ejercicio de limpieza del organismo luego de los excesos de ingesta de alimentos. Acostumbrado a controlar muy bien su alimentación y más las bebidas, no escapaba en algunas ocasiones a los convites y compromisos sociales y familiares.
En diciembre por ejemplo se abría un espacio para los turrones, los dulces confitados y algún pastel de frutas, de esos clásicos en Europa, elaborado meses antes y humedecido semanalmente con un chorro de whisky.
Pero la pandemia ha hecho estragos en el abasto de muchos alimentos tradicionales, por suerte los chilpotles poblanos o oaxaqueños, rellenos de queso fresco, añejo, sardinas o bacalao, capeados siempre, no faltaban.
El socorrido y añorado bacalao tampoco, y sus formas de preparación no constituyen agresión alguna a la salud, por el contrario, el “Gadus morhua” noruego es bajo en grasa “mala” y rico en Omega 3, con lo cual el colesterol encuentra en su ingesta a un importante enemigo.
Zalacaín tenía por costumbre cuando lo había, comer bacalao diario en diversas formas, muchas relatadas ya ante sus amigos en tiempos pasados.
Las ensaladas, como la de jícama y betabel, o los tejocotes en almíbar, los romeritos, las tortitas de camarón seco en mole, etcétera, no eran peligro, siempre y cuando no fueran consumidos en exceso.
Pero los brindis, las celebraciones a sana distancia siempre animaban a beber y comer un poco más de todo.
Para Zalacaín la última ingesta fuerte era la Rosca de Reyes, la buscaba afanosamente en forma redonda, como era antes y no elíptica, como suelen hacerla las panaderías comerciales para aprovechar el espacio del horno y aumentar su tamaño, así se obtienen más ganancias.
Un buen trozo de rosca acompañado de chocolate espeso, muy espeso, más que un atole, era irresistible.
Por eso, desde el primer día del año la costumbre de Zalacaín era cortar los alimentos peligrosos para la salud, disminuir las cantidades, y alentar el consumo de verduras, a veces frescas, otras hervidas. Destacaba su gusto por una menestra con caldo de cordero, cuya receta algún día revelaría.
Tenía Zalacaín por norma cuidar las comidas por los menos todo el mes de enero, a veces se aguantaba hasta mediados de febrero y con ello el cinturón cerraba en el agujero pre decembrino y la ropa, de invierno, le quedaba bien. Esa era sin duda la mejor indicación.
Pronto aparecerían en los mercados poblanos las primeras legumbres, hortalizas y verduras del año, se colarían los huazontles, los nopales, quizá algunos quintoniles acompañados de un poco de garbanzos constituyeran uno de los primeros platos de cuchara, pero esa, esa es otra historia.
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