Comunicación se define como “la acción de transmitir, conversar, hacer contacto”, pero le podemos agregar: “la acción de trasmitirte y mostrarte todo lo que soy, tanto mi luz como mi sombra y estar abierto(a) a recibir lo que tú eres, para así poder comprendernos, respetarnos y amarnos tal como somos”. A esto le llamo “estar unidos alma con alma” y esta es la verdadera comunicación.
Aunque hay muchos factores que impiden la comunicación sana dentro de la familia y nos alejan unos de otros, mencionaré tres recomendaciones que, si las observamos y desarrollamos, traerán cambios positivos en la comunicación con las personas, en especial con las que están más cerca de nosotros y a veces es con quienes peor nos comunicamos: la familia.
1. Desarrollar la capacidad de empatía, “ponerme en los zapatos del otro”. Esto significa poder ver, sentir y percibir una situación desde los sentimientos y el punto de vista de la otra persona, no para justificar su conducta, sino para comprender, sin juicios, sus porqués. Esto nos conduce a ser compasivos y respetuosos hacia la historia y las heridas ajenas ya que, a fin de cuentas, todos tenemos algunas.
2. Desarrollar la capacidad de escuchar. Significa tener la voluntad de poner atención al otro cuando se expresa y desarrollar la disciplina de dominar el diálogo interno que nos distrae o la boca que quiere interrumpir para establecer su punto. Generalmente hablamos cuando el otro está diciendo algo, con el propósito de defendernos o justificarnos, recordándole que él lo ha hecho también; a veces ni siquiera escuchamos, porque nuestro diálogo interno está muy ocupado haciendo juicios o planeando la respuesta, para que sea ¡tan buena! que nos haga ganar la competencia.
Otro obstáculo para escuchar es que, con frecuencia, en lugar de poner toda la atención, dejamos que nuestra mente se desvíe pensando en otras cosas y en verdad solo oímos, pero no escuchamos. Esto se torna realmente grave cuando quien nos habla es uno de nuestros seres queridos y, peor aún, cuando lo que nos dice tiene que ver con sus sentimientos, sus necesidades y su mundo interior.
3. La capacidad de respetar las diferencias y aceptarnos unos a otros tal como somos. Con mucha frecuencia queremos cambiar a los demás, criticándolos y enjuiciándolos porque no son como nosotros quisiéramos que fueran, convencidos de que sabemos mejor que nadie cómo debe ser cada persona y de que tenemos la verdad absoluta sobre lo que es correcto o incorrecto.
Nos cuesta aceptar que los demás sean diferentes y los queremos hacer a nuestra manera, como si nos dijéramos por dentro: “todos sean como yo quiero, para que yo viva muy a gusto y no tenga que incomodarme tratando de cambiar”.
Para desarrollar esta capacidad es útil confrontarte constantemente a ti mismo con estos cuestionamientos: ¿quién dice que yo tengo la verdad absoluta?, ¿quién me ha otorgado el derecho para querer cambiar a todos?, ¿quién dice que yo sé lo que los demás deben ser, saber, hacer pensar, sentir?
La familia es, o debería ser, nuestro santuario, el espacio que nos acoge y proporciona la seguridad, el sentido de pertenencia y las herramientas necesarias para ir por la vida. ¿No crees que vale la pena cualquier esfuerzo que hagas para que cumpla su hermosa e importante función?
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