Para Amanda todo comenzó hace ya 25 años, el día en el que ante familia y amigos se juró amor eterno con Federico, al que consideraba el amor de su vida luego de una relación de noviazgo de 3 años y un montón de sueños juntos. Pero para Amanda el “felices para siempre” se acabó desde aquel día en su noche de bodas, cuando al llegar al hotel reservado para su luna de miel le pidió a Federico que le permitiera descansar un poco antes de cambiarse y prepararse para su noche de bodas.
“Nunca vi esa parte de Federico mientras fuimos novios, en ese momento vi en él enojo e impaciencia desmedidos mientras me arrancaba mi vestido de novia y me gritaba diciendo que no importaba lo cansada que pudiera estar, que ahora era su esposa y tenía que satisfacerlo. Y en menos de 10 minutos habíamos tenido nuestro primer contacto sexual, doloroso, violento y degradante”, refirió en su primera visita para recibir terapia psicológica.
“El tiempo siguió su camino y las cosas no mejoraron, cada noche sentía pavor al apagar la luz. Federico tenía sexo con mi cuerpo pero mi mente se congelaba, no lo disfrutaba, lloraba, le suplicaba y pedía que no lo hiciera, pero no me escuchaba y al terminar solo me reprochaba y decía que ni para complacerlo servía”, a lo que surgió mi pregunta: ¿Qué la hizo mantenerse durante tanto tiempo en esas circunstancias? A lo que ella refirió: “En un primer momento, eran tiempos en los que no se veía bien que te divorciaras de forma inmediata, hablé con mi mamá pero se negó a apoyarme, porque decía que eran parte de mis obligaciones de esposa, además de que le preocupaba lo que dijeran de la familia. Y cuando logré contárselo a mi mejor amiga, después de dejarme de culpar y sentir confusión y vergüenza por lo que pasaba, tuve su apoyo, pero al mismo tiempo me enteré que nuestra primogénita, Ximena, estaba en camino. Quería morirme, ¿cómo pedir el divorcio si estábamos por tener una bebé?”.
Después de que naciera su primera hija Amanda tuvo depresión postparto, recibió apoyo de su mejor amiga para su tratamiento; por su parte, Federico comenzó a tener diversas relaciones extramaritales, de las que él mismo informaba a Amanda cuando hacía comparaciones al terminar de tener relaciones sexuales con ella. “Era humillante escucharlo decir que había personas que sí eran verdaderas mujeres, no como yo, pero él siguió forzándome a tener intimidad. Eso implicó que tuviéramos a Aarón e Isabella; las cosas no mejoraron y finalmente hace unos meses Federico se fue de la casa y rehizo su vida. El día que se fue sentí como si volviera a nacer, pero empezar de nuevo y sin el miedo de ser abusada no ha sido nada sencillo”.
La violencia sexual en pareja, concibiendo esta última desde un punto de vista diverso, es decir, una unión legalmente reconocida, un noviazgo o la unión libre, es más común de lo que se piensa. Al respecto, el National Institute of Justice y de los Centros del Control y Prevención de Enfermedades (CDC) refieren que cerca de 1.5 millones de mujeres son asaltadas o violadas por su pareja íntima cada año en Estados Unidos. Cabe destacar que este tipo de abuso no solo considera la violación, sino también las agresiones verbales y el hostigamiento físico y mental para mantener encuentros sexuales en contra de la voluntad de la agredida o cuando esta se siente obligada por temor a lo que pudiera hacer su pareja o cuando la agredida sea obligada a realizar algún acto sexual que considerara degradante o humillante.
Sin embargo, este abuso es difícil de identificar porque se interpone la vergüenza de quienes la sufren, sobre todo en lo que concierne a ventilar la vida íntima de la pareja, seguir los dogmas de una cultura patriarcal y machista o desear mantener la relación estable, asimismo, muchas personas piensan que al tratarse de sus parejas no hay cabida para decir “NO” ante la posibilidad de tener relaciones sexuales, como si la relación misma las obligara a mantener intimidad en situaciones no deseadas. Pero no es así ya que pese a existir una relación de común acuerdo tenemos derecho a decir “no” cuando así lo consideremos, así como también tenemos derecho a establecer límites en nuestras prácticas sexuales.
El sexo debe ser consensuado, de otro modo (y no hay cabida para medias tintas) es violación.
Al respecto, es común que las víctimas tiendan a sentirse confundidas y con culpa al no haber accedido de buena manera a los deseos del otro y haber evitado el uso de la violencia, y a ello se agrega la actitud del abusador posterior al acto, normalizando la conducta, y pasando desapercibido el suceso, como si se tratara de algo cotidiano o, en su defecto, sugerir a la agredida no oponer resistencia en la próxima ocasión para evitar la agresión.
Sin embargo, es importante subrayar que las consecuencias de este tipo de violencia tienen implicaciones significativas a corto, mediano y largo plazo al poder afectar de forma profunda el bienestar de quienes han sido objeto de estas agresiones, por lo que es importante generar redes de apoyo para la detección y abordaje oportunos de estas situaciones a fin de evitar consecuencias irreparables.
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Médico psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra forense y Psicoterapeuta.
Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología.