/ domingo 16 de julio de 2017

La Virgen del Carmen y el significado de su escapulario

El escapulario de la Virgen del Carmen debe ser impuesto por un sacerdote a los que acepten santificarse en el amor

En las costas de Palestina, hacia el mar Mediterráneo, hay una montaña escarpada que domina sobre el mar. Es el Monte Carmelo. Según el Antiguo Testamento, allí vivió el profeta Elías, y desde ese lugar hacía oración para que lloviera sobre aquella tierra que padecía sequía desde hacía varios años. Dios le hizo caso, y un día vio en el horizonte una nubecita, del tamaño de una mano, que se acercaba hacia la ti erra firme. Aquella nubecita trajo la lluvia esperada.

Elías, desde entonces, meditó en el Mesías que era esperado como una lluvia salvadora para su pueblo, y en la Madre del Mesías, que sería como aquella nube que trajo la lluvia. Muchos siglos después nació Jesús de María, la Virgen.

Sobre ese monte, hubo, después de Elías, una comunidad de profetas que adoraban a Dios y pedían la venida del Mesías. Esa comunidad reconoció en Cristo al esperado, y desde entonces en ese monte se veneró a la Madre del Mesías, a María, a la que llamaron cariñosamente “Estrella del mar”, Stella Maris. Un 16 de julio, en el S.XI, la Virgen María desapareció al superior de aquella Orden Carmelitana, San Simón Stock, y le dio las reglas de su Orden.

Según la tradición, también le entregó al santo un escapulario de color café con el escudo de la Orden, y prometió–a los que lo llevaran– salir del purgatorio al siguiente sábado de su muerte. A esto se le llama el “privilegio sabatino”. La Virgen pudo prometer esto, porque llevar el escapulario del Carmen es un compromiso de vivir en oración, en mortificación y en obras buenas, medios clásicos que la Iglesia ofrece a sus fieles para hacer penitencia por sus pecados.

Hasta el día de hoy, el escapulario de la Virgen del Carmen debe ser impuesto por un sacerdote a los que acepten santificarse en el amor e imitación de María y en la recepción frecuente dela Eucaristía.

También yo llevo sobre mi corazón, desde hace tanto tiempo, el Escapulario del Carmen! Por ello, pido a la Virgen del Carmen que nos ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente, para crecer en su amor e irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia Juan Pablo II


Portar escapulario, un gran compromiso

Para quien no conoce un escapulario, literalmente es una prenda que los monjes y las monjas llevan sobre los hombros, colgando por delante y por detrás; es una tira de tela que se lleva sobre el hábito y en la que se borda el escudo de la orden religiosa.

Cuando surgieron las órdenes religiosas, a finales de la edad antigua y principios de la edad media, se fundaron la “Primera Orden” para varones, la “Segunda Orden” para mujeres y la “Tercera Orden” para laicos de ambos sexos que anhelaba pertenecer a la orden religiosa pero que querían hacerlo desde su estado de vida propio.

Las terceras órdenes agruparon a muchos fieles laicos que se comprometían en un tipo especial de vida, en la pobreza, en la castidad dentro del Matrimonio y en la obediencia a Dios ya sus ministros.

Mediante la oración, la mortificación y las obras buenas, aunadas a ciertas prácticas buscaban su santificación en medio del mundo. Se organizaban bajo la dependencia de la orden religiosa e incluso hacían una especie de votos que renovaban año con año. Estas terceras órdenes, bendecidas y propiciadas por la Iglesia, hicieron y hacen mucho bien entre los fi eles laicos, delos cuales muchos han llegado a los altares.

Como estos fieles laicos no podían usar el hábito completo dela orden, se les concedía usar un “mini hábito”, es decir, el escapulario reducido a su mínima expresión.

Hay escapularios de los dominicos, mercedarios, franciscanos, agustinos, carmelitas y demás órdenes y comunidades religiosas, pero el más conocido y usado, sin duda, es el escapulario de la Virgen del Carmen, que exige, a quien lo porta, un compromiso cristiano auténtico: vivir de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, recibir los sacramentos y profesar una devoción especial a la Virgen.

En las costas de Palestina, hacia el mar Mediterráneo, hay una montaña escarpada que domina sobre el mar. Es el Monte Carmelo. Según el Antiguo Testamento, allí vivió el profeta Elías, y desde ese lugar hacía oración para que lloviera sobre aquella tierra que padecía sequía desde hacía varios años. Dios le hizo caso, y un día vio en el horizonte una nubecita, del tamaño de una mano, que se acercaba hacia la ti erra firme. Aquella nubecita trajo la lluvia esperada.

Elías, desde entonces, meditó en el Mesías que era esperado como una lluvia salvadora para su pueblo, y en la Madre del Mesías, que sería como aquella nube que trajo la lluvia. Muchos siglos después nació Jesús de María, la Virgen.

Sobre ese monte, hubo, después de Elías, una comunidad de profetas que adoraban a Dios y pedían la venida del Mesías. Esa comunidad reconoció en Cristo al esperado, y desde entonces en ese monte se veneró a la Madre del Mesías, a María, a la que llamaron cariñosamente “Estrella del mar”, Stella Maris. Un 16 de julio, en el S.XI, la Virgen María desapareció al superior de aquella Orden Carmelitana, San Simón Stock, y le dio las reglas de su Orden.

Según la tradición, también le entregó al santo un escapulario de color café con el escudo de la Orden, y prometió–a los que lo llevaran– salir del purgatorio al siguiente sábado de su muerte. A esto se le llama el “privilegio sabatino”. La Virgen pudo prometer esto, porque llevar el escapulario del Carmen es un compromiso de vivir en oración, en mortificación y en obras buenas, medios clásicos que la Iglesia ofrece a sus fieles para hacer penitencia por sus pecados.

Hasta el día de hoy, el escapulario de la Virgen del Carmen debe ser impuesto por un sacerdote a los que acepten santificarse en el amor e imitación de María y en la recepción frecuente dela Eucaristía.

También yo llevo sobre mi corazón, desde hace tanto tiempo, el Escapulario del Carmen! Por ello, pido a la Virgen del Carmen que nos ayude a todos los religiosos y las religiosas del Carmelo y a los piadosos fieles que la veneran filialmente, para crecer en su amor e irradiar en el mundo la presencia de esta Mujer del silencio y de la oración, invocada como Madre de la misericordia, Madre de la esperanza y de la gracia Juan Pablo II


Portar escapulario, un gran compromiso

Para quien no conoce un escapulario, literalmente es una prenda que los monjes y las monjas llevan sobre los hombros, colgando por delante y por detrás; es una tira de tela que se lleva sobre el hábito y en la que se borda el escudo de la orden religiosa.

Cuando surgieron las órdenes religiosas, a finales de la edad antigua y principios de la edad media, se fundaron la “Primera Orden” para varones, la “Segunda Orden” para mujeres y la “Tercera Orden” para laicos de ambos sexos que anhelaba pertenecer a la orden religiosa pero que querían hacerlo desde su estado de vida propio.

Las terceras órdenes agruparon a muchos fieles laicos que se comprometían en un tipo especial de vida, en la pobreza, en la castidad dentro del Matrimonio y en la obediencia a Dios ya sus ministros.

Mediante la oración, la mortificación y las obras buenas, aunadas a ciertas prácticas buscaban su santificación en medio del mundo. Se organizaban bajo la dependencia de la orden religiosa e incluso hacían una especie de votos que renovaban año con año. Estas terceras órdenes, bendecidas y propiciadas por la Iglesia, hicieron y hacen mucho bien entre los fi eles laicos, delos cuales muchos han llegado a los altares.

Como estos fieles laicos no podían usar el hábito completo dela orden, se les concedía usar un “mini hábito”, es decir, el escapulario reducido a su mínima expresión.

Hay escapularios de los dominicos, mercedarios, franciscanos, agustinos, carmelitas y demás órdenes y comunidades religiosas, pero el más conocido y usado, sin duda, es el escapulario de la Virgen del Carmen, que exige, a quien lo porta, un compromiso cristiano auténtico: vivir de acuerdo con las enseñanzas del Evangelio, recibir los sacramentos y profesar una devoción especial a la Virgen.

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