Para muchos conocidos del aventurero Zalacaín resultaba novedoso encontrar en ciudades del mundo, como París y Madrid, una cultura de consumo de alimentos en la madrugada, a manera de las cenadurías de los mercados populares mexicanos.
Quienes visitaban por vez primera París quedaban convidados para hacer fila y conseguir una mesa “Au Pied de Cochon” en el ex mercado Les Halles, precisamente frente a la iglesia de San Eustaquio, donde la sopa de cebolla ha alcanzado nominaciones espectaculares.
El espacio recibe lo mismo a gente de smoking, vestimenta coloquial o turistas de tenis.
Lo mismo sucede para quienes acostumbran visitar Madrid y se aficionan al chocolate espeso, muy espeso, a la española, los churros o las porras en la madrugada, para dar un toque al final de la marcha nocturna, ese chocolate espeso reconforta siempre el organismo.
Zalacaín recordaba los sitios famosos en el pasado en la ciudad de Puebla diseñados para beber y comer algo con un común denominador, estar “caliente y picoso”.
Famosas las pozolerías, o los establecimientos donde se podía comer mole de panza, chito o de zancarrón, acompañados de alguna cerveza y un tequila.
Con la aparición de la inseguridad los sitios para cenar de madrugada fueron desapareciendo, quedaron los instalados en el mercado de El Alto, considerado por muchos como el último reducto de estas prácticas donde además se podía escuchar a un mariachi, un trío, un solista o el conjunto norteño con la infaltable redova.
En el mercado El Alto fueron juntándose los grupos musicales para tocar ahí al lado del automóvil, en plena vía pública, o en los corredores del mercado donde los grupos estratégicamente se van turnando para no encimarse en su interpretación.
Las cocinas de El Alto ofrecían, pozole blanco, rojo, mole de panza, de zancarrón, mole poblano, tostadas de pata, molotes, tacos de cabeza, de longaniza a la parrilla, etcétera. Algunos de ellos cobraron mucha fama y se convirtieron en referente para los comensales de madrugada.
En otras ciudades del país estos espacios siguen vigentes, dirigidos al turismo, como la Plaza Garibaldi en la Ciudad de México; algún Presidente Municipal de Puebla quiso usar los nombres populares en el ex DF y amoldarlos a la Angelópolis, de ahí, al Templo de Guadalupe, empezó a llamársele “La Villita” y al Mercado de El Alto “Garibaldi”.
Zalacaín recordaba varias anécdotas en esos espacios donde los amores frustrados encontraban un cobijo.
Pero hubo, en otros tiempos, dos sitios emblemáticos, desaparecidos hace décadas: la Lonchería Modelo ubicada en la 6 oriente cerca de la 5 de Mayo, lugar donde convivían desvelados, taxistas, periodistas y agentes de policía.
Otro el famoso “Taquito” en la 8 oriente, un sitio de comida libanesa, no de tacos de cabeza o de bistec, menos árabes. El nombre lo tomaron de los “taquitos de hoja de parra”, pero esa, esa es otra historia.
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