/ jueves 6 de agosto de 2020

Las modas, los gustos… | El Rincón de Zalacaín

Los recuerdos de los grandes banquetes o la simple referencia a la comida cotidiana llevaron al aventurero a retomar lecturas

Y en medio del confinamiento los resabios de las bebidas almacenadas, los recuerdos de los grandes banquetes o la simple referencia a la comida cotidiana llevaron al aventurero a retomar lecturas, nunca olvidadas, pero a veces poco frecuentas.

Platón y Søren Kierkegaard, con siglos de distancia, son dos referentes sine qua non para poner en valor asuntos del amor y la bebida. Decía el filósofo y teólogo existencialista del siglo XIX: “En el vino está la verdad, en el agua la salud”, una premisa incomparable, invitaba a dilucidar sobre el privilegio de beber agua o beber vino.

Juan el Seductor, especialista en amor y mujeres nunca hubiera podido enunciar sus ideas sin la influencia del vino, y he aquí, poner al vino en valor en estos momentos cuando la pandemia acecha cada rincón de nuestras vidas, pensaba Zalacaín, quizá fuera una de las primeras defensas y respuestas al confinamiento.

Y metido en esos pensamientos, Zalacaín releía sobre la mujer.

Cómo olvidar los escarceos en la mesa, la influencia de la comida, la moda, el placer de la charla, la aventura de descubrir la inteligencia común y sin duda la experiencia de sentir y sentirse amado.

El aventurero se asombró de sus profundas y anecdóticas experiencias en torno al vino y a la mujer. Había considerado de entre sus mejores tesoros las charlas y el sentimiento con la mujer amada, asuntos hoy olvidados por las nuevas generaciones más enteradas del “libro de jetas”, de las aplicaciones para buscar pareja, de las citas virtuales y de iniciar y terminar una relación con los textos telefónicos.

Cuánta añoranza de las relaciones personales, respetuosas y protocolarias donde una carta permitía elevar el espíritu y ayudaba a practicar y mejorar la caligrafía, la construcción de las ideas, de las frases, la consulta a los poetas, la ayuda del diccionario y sin duda los detalles, el pañuelo, la flor viva dejada secar en medio de las páginas de los libros, la poesía inventada, improvisada o plagiada para sorprender.

Todo eso tenía un toque especial en la forma de vida, hoy en desuso, superada por nuevas modas, por nuevos gustos, quizá alejados del humanismo y más cercanos a la tecnología.

Recordaba Zalacaín a Enrique Santos Discépolo y su tango Cambalache:

“Que el mundo fue y será

Una porquería, ya lo sé

En el quinientos seis

Y en el dos mil, también

Que siempre ha habido chorros

Maquiavelos y estafa'os

Contentos y amarga'os

Varones y dublés

Pero que el siglo veinte

Es un despliegue

De maldá insolente

Ya no hay quien lo niegue…”

Y 120 años después todo sigue igual o peor, reflexionaba Zalacaín y repetía el último estribillo del tango:

“Vivimos revolca'os en un merengue

Y en un mismo lodo

Todos manosea'os”

¿Y cómo llegó a esas sentimentales reflexiones el aventurero?

Sencillamente, envuelto por tanta improvisación y desaseo en torno alos Chiles en Nogada, quizá el último baluarte de la gastronomía barroca de Puebla, pues el Mole, con apellido Poblano, ha dejado de serlo, superado por tanta imitación y arremedado por los toques de las rancherías para dar satisfacción a los “gustos” de quienes desde el poder imponen las “modas”.

Y lo mismo le pasa ahora al emperador de la cocina poblana, el Chile en Nogada, masificado, pasa ahora por la moda de improvisar, y de “innovar” en un afán sin duda digno del espíritu malévolo de la destrucción para disfrazar la gastronomía poblana bajo la máscara de la creatividad.

Varios mensajes y fotografías le habían llegado al aventurero en los últimos días, platillos con nogada más parecida al yeso usado en las paredes, el color blanco sustituido por la nuez encarcelada, las mezclas de las carnes bajo el argumento “así me gusta”.

Nogadas de colores, rosados y rojos, con pétalos de rosas y colorantes de piñón, otros metidos en una cemita o sobre una pizza y quien sabe cuántas propuestas más emanadas sin duda o de la escasa cultura, de la nula investigación, peor aún, de la ausencia de la asignatura pendiente: el gusto y la estética.

Y lo peor de todo, comentaba Zalacaín a sus amigos, avaladas por la improvisación en busca de reflectores. Está bien innovar e intentar aportar algo diferente, pero cuando se cae en la misión de rémora del chile en nogada, la ética deja un vacío.

Diría su maestro, “exceso de escases”. Y como bien cantaba Discépolo:

“Hoy resulta que es lo mismo

Ser derecho que traidor

Ignorante, sabio, chorro

Generoso o estafador

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro

Que un gran profesor”

  • www.losperiodistas.com.mx
  • YouTube: ElRincónDeZalacaín



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Y en medio del confinamiento los resabios de las bebidas almacenadas, los recuerdos de los grandes banquetes o la simple referencia a la comida cotidiana llevaron al aventurero a retomar lecturas, nunca olvidadas, pero a veces poco frecuentas.

Platón y Søren Kierkegaard, con siglos de distancia, son dos referentes sine qua non para poner en valor asuntos del amor y la bebida. Decía el filósofo y teólogo existencialista del siglo XIX: “En el vino está la verdad, en el agua la salud”, una premisa incomparable, invitaba a dilucidar sobre el privilegio de beber agua o beber vino.

Juan el Seductor, especialista en amor y mujeres nunca hubiera podido enunciar sus ideas sin la influencia del vino, y he aquí, poner al vino en valor en estos momentos cuando la pandemia acecha cada rincón de nuestras vidas, pensaba Zalacaín, quizá fuera una de las primeras defensas y respuestas al confinamiento.

Y metido en esos pensamientos, Zalacaín releía sobre la mujer.

Cómo olvidar los escarceos en la mesa, la influencia de la comida, la moda, el placer de la charla, la aventura de descubrir la inteligencia común y sin duda la experiencia de sentir y sentirse amado.

El aventurero se asombró de sus profundas y anecdóticas experiencias en torno al vino y a la mujer. Había considerado de entre sus mejores tesoros las charlas y el sentimiento con la mujer amada, asuntos hoy olvidados por las nuevas generaciones más enteradas del “libro de jetas”, de las aplicaciones para buscar pareja, de las citas virtuales y de iniciar y terminar una relación con los textos telefónicos.

Cuánta añoranza de las relaciones personales, respetuosas y protocolarias donde una carta permitía elevar el espíritu y ayudaba a practicar y mejorar la caligrafía, la construcción de las ideas, de las frases, la consulta a los poetas, la ayuda del diccionario y sin duda los detalles, el pañuelo, la flor viva dejada secar en medio de las páginas de los libros, la poesía inventada, improvisada o plagiada para sorprender.

Todo eso tenía un toque especial en la forma de vida, hoy en desuso, superada por nuevas modas, por nuevos gustos, quizá alejados del humanismo y más cercanos a la tecnología.

Recordaba Zalacaín a Enrique Santos Discépolo y su tango Cambalache:

“Que el mundo fue y será

Una porquería, ya lo sé

En el quinientos seis

Y en el dos mil, también

Que siempre ha habido chorros

Maquiavelos y estafa'os

Contentos y amarga'os

Varones y dublés

Pero que el siglo veinte

Es un despliegue

De maldá insolente

Ya no hay quien lo niegue…”

Y 120 años después todo sigue igual o peor, reflexionaba Zalacaín y repetía el último estribillo del tango:

“Vivimos revolca'os en un merengue

Y en un mismo lodo

Todos manosea'os”

¿Y cómo llegó a esas sentimentales reflexiones el aventurero?

Sencillamente, envuelto por tanta improvisación y desaseo en torno alos Chiles en Nogada, quizá el último baluarte de la gastronomía barroca de Puebla, pues el Mole, con apellido Poblano, ha dejado de serlo, superado por tanta imitación y arremedado por los toques de las rancherías para dar satisfacción a los “gustos” de quienes desde el poder imponen las “modas”.

Y lo mismo le pasa ahora al emperador de la cocina poblana, el Chile en Nogada, masificado, pasa ahora por la moda de improvisar, y de “innovar” en un afán sin duda digno del espíritu malévolo de la destrucción para disfrazar la gastronomía poblana bajo la máscara de la creatividad.

Varios mensajes y fotografías le habían llegado al aventurero en los últimos días, platillos con nogada más parecida al yeso usado en las paredes, el color blanco sustituido por la nuez encarcelada, las mezclas de las carnes bajo el argumento “así me gusta”.

Nogadas de colores, rosados y rojos, con pétalos de rosas y colorantes de piñón, otros metidos en una cemita o sobre una pizza y quien sabe cuántas propuestas más emanadas sin duda o de la escasa cultura, de la nula investigación, peor aún, de la ausencia de la asignatura pendiente: el gusto y la estética.

Y lo peor de todo, comentaba Zalacaín a sus amigos, avaladas por la improvisación en busca de reflectores. Está bien innovar e intentar aportar algo diferente, pero cuando se cae en la misión de rémora del chile en nogada, la ética deja un vacío.

Diría su maestro, “exceso de escases”. Y como bien cantaba Discépolo:

“Hoy resulta que es lo mismo

Ser derecho que traidor

Ignorante, sabio, chorro

Generoso o estafador

¡Todo es igual!

¡Nada es mejor!

Lo mismo un burro

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