En 1947 apareció un “Almanaque” de recetas casi todas de dulce, patrocinado por la Unión Nacional de Productores de Azúcar. El proveedor de libros antiguos se lo había llevado sigilosamente a Zalacaín, dentro de un sobre manila con burbujas, pues el estado de las páginas del documento era deplorable. Aun así podía leerse y hojearse con mucho cuidado.
El aventurero Zalacaín se había detenido en los anuncios de la época. Jabones de la fábrica “La Luz”, polvos cosméticos de “Bourjois”, tarros de la “Vidriera Monterrey”, garrafones para agua, alguna compañía de gas, el polvo para hornear marca “Royal”, un aparato para la sordera del tamaño de la mano para escuchar con “Lentes Auditivos” de la marca “Acousticon”; las cremas “Simón” para el día, para la noche, para la playa y para el deporte”… Y así muchos otros productos de la época, como el “Ginger Ale Canada Dry” y “Delaware Punch”, costaban 25 centavos, el “Ron Potrero” y las ollas express “Presto” donde se podían cocinar frijoles en 30 minutos, carnes en 25 y legumbres en 1 minuto.
Zalacaín repasó las recetas divididas en los 12 meses del año del cuadernillo donde también aparecían fechas importantes y algunos santos para celebrar.
Los “cocktails” también tenían un espacio, dos le llamaron la atención: El “Bloodhound” introducido para Londres por el Duque de Manchester, hecho con ginebra, vermouth francés e italiano y tres fresas grandes. El otro el “Inca” con vermouth francés, horchata de almendras, ginebra, jerez seco y Amargo de Angostura.
Había recetas de bacalao, calabacitas con carne de cerdo, pescados al horno, pasteles, hot cakes, budines, tartaletas, flanes, y algunos postres de platón, uno de ellos le recordó algo parecido al de una de las tías abuelas, se llamaba “Postre de Rancho” hecho con yemas de huevo y azúcar, harina, leche y coco “pelado y molido”. Todo ello se ponía a cocer, sin dejar de mover, una vez hervido, se dejaba enfriar y la mitad se vaciaba en un “plato de horno”, encima una compota de duraznos escurridos y se cubría con el resto de la crema, luego azúcar espolvoreada y se metía al horno diez minutos.
Un apartado del recetario estaba dedicado a los “Platillos Mexicanos” y el primero en la lista era “Tacos Poblanos”. La receta decía así:
“Se prepara un revuelto de huevo con chorizo. Con tortillas chiquitas se hacen los tacos rellenándolos con el revuelto de huevos. Se tendrá preparada una salsa refrita de cebolla, jitomate y un poquito de chile verde picado. Al ir a servirlos se fríen los tacos ligeramente, se colocan en el platón, se bañan con la salsa muy caliente. Se adorna el platón con ruedas de huevo duro cocido, rebanadas de queso fresco y chiles en vinagre”.
Otros platos eran unas enchiladas al estilo Guadalajara, enfrijoladas, enchiladas de Cuernavaca, Texcocanas, picadillo criollo y “otros tacos poblanos”, cuya receta era:
“Se desmenuza y se fríe rellena de sangre y se rellenan con ella las tortillitas. La salsa se prepara moliendo tomate sancochado con cebolla, un poco de ajo y cilantro, luego se fríe esta salsa, cuando está frita se agrega crema. Se fríen los tacos en el momento de servirlos y se bañan con la salsa muy caliente”.
Zalacaín saboreo y sintió agrado de ver dos recetas poblanas, pese a ser de tacos, cuando ya en aquél año de 1947 “La Cocinera Poblana” se había reeditado más de diez veces.
En fin, pensaba el aventurero, la cocina poblana tiene más de 2 mil recetas, pero esa, esa es otra historia.
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