/ lunes 21 de octubre de 2019

¡Pon atención! Si te está dando paz, ya te está dando todo

Cierto día de enero te conocí y no fue el sólo hecho de tu belleza deslumbrante la que me atrajo

Desde siempre tuve la certeza de que amar no significaba ser el hombre inquebrantable y protector para la frágil y dulce princesa en espera de que la rescaten. Mi percepción del amor era otra que no pude describir sino hasta que llegaste a mi vida.

Cierto día de enero te conocí y no fue el sólo hecho de tu belleza deslumbrante la que me atrajo, sino tu forma de proyectarte como una mujer segura, altiva, pero con un corazón noble que te hacía ser hermosa en su máxima expresión.

Tu tarea no era fácil, en un primer momento, tus primeros intentos por cuidarme, procurarme y protegerme fueron un rotundo desastre, y es que mi enojo resonaba furioso en mis pensamientos ante la mínima posibilidad de sentirme mimado por ti, al grado de llegar a necesitarte; entonces, ponía una barrera que te mantuviera con la distancia idónea para no sentirme vulnerable, pero sin que te fueras, aunque esto último no fuera algo que yo aceptara tan fácilmente, no ante ti, sobre todo.

Un día, en uno de esos desplantes de los cuales pensé no eras consciente de su significado, furiosa cuestionaste lo que yo quería de ti a lo que permanecí callado y al no encontrar las palabras correctas, con justa razón te marchaste y es cuando entendí que lo que quería era simple, apenas pude alcanzarte para abrazarte con todas mis fuerzas y responder con las piernas temblorosas y la voz entrecortada: "Te quiero a ti, siento mucho tener ese miedo a que me cuides y me protejas, a que me ames, nadie había hecho eso por mí y me haces sentir único pero con un miedo inmenso de que algún día no quieras hacerlo más, sólo llévame lento, tenme paciencia, perdóname por hacerte pensar que no te quiero, lo hago, más de lo que podrías imaginar es solo… " y sin más, lágrimas brotaron de mis ojos que secaste con tus manos.

Me tomaste de la mano sin decir una palabra, volvimos a casa y me recosté sobre tus piernas mientras te sentabas en el sofá, acariciabas mi rostro con ternura, mientras susurrabas: "Yo tampoco espero un cuento de hadas, solo quiero ser yo misma, y que te dejes amar", te abracé y me quedé dormido con la sensación de nunca haber sido más honesto en mi vida, y con la serenidad de tenerte conmigo, siendo tan mía y yo tan tuyo.

  • *Médico psiquiatra, sexólogo y psiquiatra forense
  • Director de Mindful. Expertos en psiquiatría y psicología
  • www.vivemindful.com

Desde siempre tuve la certeza de que amar no significaba ser el hombre inquebrantable y protector para la frágil y dulce princesa en espera de que la rescaten. Mi percepción del amor era otra que no pude describir sino hasta que llegaste a mi vida.

Cierto día de enero te conocí y no fue el sólo hecho de tu belleza deslumbrante la que me atrajo, sino tu forma de proyectarte como una mujer segura, altiva, pero con un corazón noble que te hacía ser hermosa en su máxima expresión.

Tu tarea no era fácil, en un primer momento, tus primeros intentos por cuidarme, procurarme y protegerme fueron un rotundo desastre, y es que mi enojo resonaba furioso en mis pensamientos ante la mínima posibilidad de sentirme mimado por ti, al grado de llegar a necesitarte; entonces, ponía una barrera que te mantuviera con la distancia idónea para no sentirme vulnerable, pero sin que te fueras, aunque esto último no fuera algo que yo aceptara tan fácilmente, no ante ti, sobre todo.

Un día, en uno de esos desplantes de los cuales pensé no eras consciente de su significado, furiosa cuestionaste lo que yo quería de ti a lo que permanecí callado y al no encontrar las palabras correctas, con justa razón te marchaste y es cuando entendí que lo que quería era simple, apenas pude alcanzarte para abrazarte con todas mis fuerzas y responder con las piernas temblorosas y la voz entrecortada: "Te quiero a ti, siento mucho tener ese miedo a que me cuides y me protejas, a que me ames, nadie había hecho eso por mí y me haces sentir único pero con un miedo inmenso de que algún día no quieras hacerlo más, sólo llévame lento, tenme paciencia, perdóname por hacerte pensar que no te quiero, lo hago, más de lo que podrías imaginar es solo… " y sin más, lágrimas brotaron de mis ojos que secaste con tus manos.

Me tomaste de la mano sin decir una palabra, volvimos a casa y me recosté sobre tus piernas mientras te sentabas en el sofá, acariciabas mi rostro con ternura, mientras susurrabas: "Yo tampoco espero un cuento de hadas, solo quiero ser yo misma, y que te dejes amar", te abracé y me quedé dormido con la sensación de nunca haber sido más honesto en mi vida, y con la serenidad de tenerte conmigo, siendo tan mía y yo tan tuyo.

  • *Médico psiquiatra, sexólogo y psiquiatra forense
  • Director de Mindful. Expertos en psiquiatría y psicología
  • www.vivemindful.com

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