CONSTRUYENDO MI FELICIDAD
La mayoría de los padres viven llenos de miedo y preocupados de que a sus hijos les pasen cosas horrendas: imaginan que se los roban, los atropellan, que chocan, se ahogan… y una interminable lista de posibles tragedias que pueden suceder a los hijos.
Nadie se atrevería a negar que todas esas cosas terribles pueden suceder, de hecho, ocurren todos los días. Basta con leer noticieros y ver la televisión para comprobarlo. Indudablemente es posible que sucedan, pero también es posible que no.
Las posibilidades de que no sucedan son mayores que las probabilidades de que sí ocurran. No obstante, la mayoría de los padres vive con ese temor constante, el cual determina, en gran medida, sus estados emocionales y sus conductas tanto personales como en relación con sus hijos.
Hay muchas cosas que están fuera de nuestro control. Pero vivir llenos de miedo solo les enseña a nuestros hijos a hacer lo mismo y sin duda nos impide disfrutar la vida y, por consiguiente, a ellos.
Si bien puede haber muchas razones por las que los padres viven con tanto miedo y preocupación, aquí comentaremos dos: la tendencia a ver el lado oscuro de la vida y lo que llamo “incongruencia espiritual”.
Refiriéndome a la primera, diría que la mayor parte de los seres tenemos una fuerte tendencia a notar el lado oscuro de la vida, lo cual se traduce en actitudes como fijarnos más en lo que no tenemos que en lo que sí; advertir los errores de nuestros seres queridos en lugar de las virtudes, hablar de las tragedias que día a día suceden en el mundo, en vez de comentar las cosas buenas que pasan; ensalzar los actos de delincuentes y asesinos hablando en los medios de comunicación una y otra vez de sus fechorías, en vez de enaltecer la parte sublime del ser humano, dando a conocer los actos elevados y valiosos de tantas personas buenas y maravillosas que hay en el mundo.
Estos son solo algunos ejemplos de cómo tendemos a ver y a potenciar el lado oscuro en la vida. En la relación con los hijos poner toda la atención en ello lleva a los padres a estar conscientemente preocupados.
Cuando hablo de la incongruencia espiritual me refiero a que muchos padres no son congruentes en absoluto respecto a sus supuestas creencias espirituales, filosóficas o religiosas. Es decir, no son consecuentes con lo que dicen, sienten, piensan y hacen en este aspecto.
Por ejemplo: cuando tus hijos salen de la casa o de la escuela al trabajo, a un viaje o cualquier otro lugar, ¿los bendices o les dices algo así como: “Que Dios te acompañe”? Muy probablemente sí lo haces. Y entonces, ¿por qué te quedas preocupado y con miedo de que le pase algo? ¿Será que en realidad no confías en que esa bendición que les bajas del cielo los envuelva, los guíe y los proteja a donde quiera que vayan? ¿Para qué, pues, hacer el “teatrito” de la bendición si no vas a confiar en que sirve?
Muy probablemente también oras por tus hijos, pero aun así sigues preocupado de que les suceda algo horrible y que les vaya mal en la vida. ¿Realmente crees que tu oración los protege y los ayuda? ¿En verdad crees que la oración sirve para algo?
Responde a estas preguntas en la honestidad de tu corazón y confronta tu tremenda incongruencia espiritual. Si en verdad creyeras en lo que dices que crees no vivirías preocupado por tus hijos. Les darías información sobre la vida, instruyéndolos respecto a cómo cuidarse y qué hacer para protegerse en diversas circunstancias, supervisando a dónde van, por qué medio, con quién.
Los protegerías en la medida que te corresponde y luego los soltarías, feliz y seguro de que están guiados y protegidos por ese Poder Superior -o como quiera que lo concibas o llames- al que invocas cuando los bendices y oras por ellos.
Otra faceta de esa incongruencia espiritual es haber olvidado que la justicia divina es perfecta, que lo que tiene que suceder sucederá y lo que no ha de pasar no ocurrirá; que si a nuestros hijos no les toca vivir cierta experiencia no la vivirán, y si sí les corresponde, tampoco la evitarán. Como dice ese dicho sabio: “Si te toca, aunque te quites, si no te toca, aunque te pongas”. Debemos aprender a confiar en la voluntad divina. Y en que siempre lo que nos pasa es por algo bueno, aunque de entrada no parezca.
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