El miedo tiene un fuerte componente mental que alimenta el estado emocional. Este es abstracto, le asignamos una imagen, una relación con una experiencia del pasado para poder darle un sentido concreto; así decimos, “tengo miedo a o de…”, este sentimiento tiene que ver mucho con el pasado y el objeto o situación que lo causan tiende a verse con un lente de aumento.
El miedo tiene su lado útil, puede ser una señal de alerta que nos protege y previene de algo, pero cuando se vuelve una actitud hacia la vida o se presenta con mucha intensidad, se convierte en un obstáculo que nos congela y no nos deja avanzar, tomar decisiones o actuar. Normalmente es la mente la que causa esa congelación, porque en todo y siempre, podemos encontrar razones para temer.
El miedo tiene una parte “racional” y una parte “vivencial”. La primera se compone de los pensamientos y el diálogo interno, la segunda, de las sensaciones tanto internas como externas y de las reacciones corporales relacionadas con este sentimiento. Vale la pena adquirir herramientas para manejar ambas facetas del miedo.
Para la parte racional nos podemos plantear y responder cuestionamientos como los siguientes:
- ¿A qué le tengo miedo?
- ¿Qué siento que estoy perdiendo?
- ¿Qué me quiere decir mi miedo?
- ¿Qué es lo peor que puede suceder en esta situación que temo?
- Si sucede, ¿puedo sobrevivir?
- ¿Esto va a ser importante en un año? ¿En cinco?
- ¿Qué recursos tengo para enfrentar esto?
- ¿Puedo pedir ayuda?
Cuando respondemos a este tipo de preguntas, nos hacemos conscientes de lo que hay detrás de ese miedo que sentimos y nos podemos dar cuenta de que la mayoría de las veces la situación no es tan grave. Con este manejo racional, la intensidad del miedo disminuye y el trayecto del sentimiento se detiene.
Respecto al aspecto “vivencial”, o de sensaciones, más herramientas serían:
- Verbalizarlo. Al hablar del sentimiento, este cambia su forma e intensidad.
- Respiraciones profundas. El poder de la respiración es muy valioso, puedes visualizar que al inhalar sacas de dentro de ti ese sentimiento de miedo, y al exhalar lo expulsas.
- Identificar en qué parte del cuerpo lo sientes. Ponle una forma, un color, temperatura, textura, un peso, enseguida modifica cada una de esas características, de la manera que se sienta bien para ti. Cámbiale la forma, color, peso, tamaño, temperatura, etc.
- Consiente a tu niño interior. La mayoría de las veces el que tiene miedo no es el adulto, sino el niño que llevamos dentro. Este niño necesita saber que está protegido, que no es su responsabilidad resolver este problema o enfrentar esa situación. Hay que hablarle a ese niño interior y decirle: “no te preocupes, yo me voy a hacer cargo de esto. Ya soy un adulto inteligente y fuerte que sabe tomar decisiones y resolver problemas, y si no puedo, voy a buscar ayuda, tú no tienes que solucionar esto, yo lo voy a hacer. Yo lo cuidaré y todo saldrá bien”. Te sorprenderá como baja la intensidad del miedo y tal vez desaparezca.
- Finalmente, no creas nada, experiméntalo y convéncete por ti mismo.
*Psicóloga tanatoterapeuta
- Colaboradora externa
- Teléfono: 2221-19-92-24
- Trabajos con pérdidas, duelos, angeloterapia
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