/ sábado 13 de enero de 2018

Sopa de letras | El Rincón de Zalacaín

“Y llegaron los Reyes Magos y a unos les trajeron juguetes, aotros dinero, a los más ropa y los menos canicas y cuadernos decrucigramas y pasatiempos”. En esa frase pensaba el aventureroZalacaín el 6 de enero mientras veía la cantidad de jugueteselectrónicos y cientos de artículos propios de la moda en losasuntos cibernéticos y donde el niño poco tiene de aportación enla imaginación para jugar.

En épocas pasadas los sabios Reyes Magos privilegiaban losjuguetes nacionales, los carritos de madera, baleros, trompos, talvez algún “yo-yo” de “plastimax”, bicicletas, patines deldiablo y triciclos, completaban los regalos de niños; y lascasitas de muñecas, las muñecas con ropa confeccionada y lospequeños salones de belleza y los artículos para jugar a “hacerla comidita”, para las niñas.

A Zalacaín le tocó alguna vez un revólver con“fulminantes”, unas tiras azules o rojas, enredadas y listaspara meterse en el receptáculo del revólver donde iban girandohacia fuera y a cada vez, jalando el gatillo se dejaba la bolitadentro de la tira en la posición para ser amartillada y entoncesse escuchaba una pequeña explosión a manera de disparo; erantotalmente inofensivos, mecánicos, no usaban baterías; losfulminantes se compraban en la tienda de la esquina.

Otros regalos de los Reyes Magos eran los camiones y juguetes demadera, unos soldaditos para jugar al boliche, una pelota debaseball con su bate y tal vez un ajedrez o juegos de mesa, el“turista”, “serpientes y escaleras”, etcétera.

Uno particularmente le gustaba al aventurero, los llamadoscuadernos o revistas de crucigramas, ahí se contenían una buenacantidad de cuadros blancos y negros y listas de definiciones depalabras pata ir llenando los espacios vacíos y hacer el cruceexacto para terminar el juego. Por suerte, las soluciones veníanen las páginas finales “volteadas de cabeza”.

[caption id="attachment_895184" align="aligncenter" width="640"]Foto: Jesús Manuel Hernández[/caption]

Para los principiantes estaban los cuadros de diferencias, dosdibujos casi idénticos, habían de encontrarse las diferencias; yotro la llamada “sopa de letras”, el juego inventado por elespañol Pedro Ocón de Oro, autor de varios libros sobe“gimnasia mental” con jeroglíficos, adivinanzas, juegos deletras donde el ingenio de los chiquillos verdaderamente sedesarrollaba y ayudaba a saber escribir correctamente enespañol.

Pedro Ocón de Oro se hizo famoso en la década de los 60, delsiglo pasado y muchas de sus aportaciones estaban condensadas enlibros y revistas al alcance de las bibliotecas estudiantiles.

Eran esas las épocas cuando en las escuelas se acostumbrabaponer a los alumnos con las manos entrelazadas atrás de la cabezay la profesora dictaba un número y pedía operacionesaritméticas, se practicaba la suma, la resta, la multiplicación yla división, primero de un dígito, luego de dos y hasta detres…

La “sopa de letras” era relativamente fácil, enmarcadas enun cuadrado se ubicaban las letras y debían encontrarse, vertical,horizontal o diagonalmente las palabras “escondidas” y anotadasen una columna lateral, quien más rápido lo hiciera, ganaba en lapráctica escolar.

El aventurero recordaba todas esas experiencias infantiles,caducas hoy, como aquella ocasión cuando una de las tías abuelasle puso de pequeño a identificar el abecedario en la llamadatambién “sopa de letras” de pasta. La tarea era formar lasletras correctamente en orden, las 22 consonantes y las 5 vocales,pues decía ella “si no están todas iremos a reclamar alabarrote que la sopa de letras está incompleta”. Todo era paraentretener al pequeño Zalacaín, quien así se aficionó de algunamanera a jugar con las letras, colocándolas en variasdirecciones.

[caption id="attachment_895185" align="aligncenter" width="640"]Foto: Jesús Manuel Hernández[/caption]

Esa tía abuela era aficionada a la poesía, no era enamoradiza,pero si romántica y de repente expresaba algunas de las frasesescritas en libretas y folios sueltos. Alguna vez Zalacaín lasorprendió

zen la cocina diciendo en voz alta alguna de esas“composiciones”, como ella les llamaba:

“Hoy coloqué carmín en mis labios, atrevido y sensual,decidí mostrarme como lo que no soy, pero anhelo llegar a seralgún día. El día en que esté dispuesta a romper con lamonotonía y el aburrimiento que han encadenado mi vida a unaexistencia que me aprisiona y en la que veo cómo se marchita pocoa poco, no sólo mi cuerpo, sino las ilusiones por una vida… quese me escapa de las manos”.

Zalacaín se quedó mirándola y no se atrevió a interrumpirlani a preguntarle nunca sobre esas frases, pero siempre recordócuando ella lo percibió a su espalda y dar la vueltaintempestivamente, tenía los labios pintados de color carmín,curiosamente la tía abuela estaba preparando “sopa de letras”.elrincondezalacain@gmail.com

“Y llegaron los Reyes Magos y a unos les trajeron juguetes, aotros dinero, a los más ropa y los menos canicas y cuadernos decrucigramas y pasatiempos”. En esa frase pensaba el aventureroZalacaín el 6 de enero mientras veía la cantidad de jugueteselectrónicos y cientos de artículos propios de la moda en losasuntos cibernéticos y donde el niño poco tiene de aportación enla imaginación para jugar.

En épocas pasadas los sabios Reyes Magos privilegiaban losjuguetes nacionales, los carritos de madera, baleros, trompos, talvez algún “yo-yo” de “plastimax”, bicicletas, patines deldiablo y triciclos, completaban los regalos de niños; y lascasitas de muñecas, las muñecas con ropa confeccionada y lospequeños salones de belleza y los artículos para jugar a “hacerla comidita”, para las niñas.

A Zalacaín le tocó alguna vez un revólver con“fulminantes”, unas tiras azules o rojas, enredadas y listaspara meterse en el receptáculo del revólver donde iban girandohacia fuera y a cada vez, jalando el gatillo se dejaba la bolitadentro de la tira en la posición para ser amartillada y entoncesse escuchaba una pequeña explosión a manera de disparo; erantotalmente inofensivos, mecánicos, no usaban baterías; losfulminantes se compraban en la tienda de la esquina.

Otros regalos de los Reyes Magos eran los camiones y juguetes demadera, unos soldaditos para jugar al boliche, una pelota debaseball con su bate y tal vez un ajedrez o juegos de mesa, el“turista”, “serpientes y escaleras”, etcétera.

Uno particularmente le gustaba al aventurero, los llamadoscuadernos o revistas de crucigramas, ahí se contenían una buenacantidad de cuadros blancos y negros y listas de definiciones depalabras pata ir llenando los espacios vacíos y hacer el cruceexacto para terminar el juego. Por suerte, las soluciones veníanen las páginas finales “volteadas de cabeza”.

[caption id="attachment_895184" align="aligncenter" width="640"]Foto: Jesús Manuel Hernández[/caption]

Para los principiantes estaban los cuadros de diferencias, dosdibujos casi idénticos, habían de encontrarse las diferencias; yotro la llamada “sopa de letras”, el juego inventado por elespañol Pedro Ocón de Oro, autor de varios libros sobe“gimnasia mental” con jeroglíficos, adivinanzas, juegos deletras donde el ingenio de los chiquillos verdaderamente sedesarrollaba y ayudaba a saber escribir correctamente enespañol.

Pedro Ocón de Oro se hizo famoso en la década de los 60, delsiglo pasado y muchas de sus aportaciones estaban condensadas enlibros y revistas al alcance de las bibliotecas estudiantiles.

Eran esas las épocas cuando en las escuelas se acostumbrabaponer a los alumnos con las manos entrelazadas atrás de la cabezay la profesora dictaba un número y pedía operacionesaritméticas, se practicaba la suma, la resta, la multiplicación yla división, primero de un dígito, luego de dos y hasta detres…

La “sopa de letras” era relativamente fácil, enmarcadas enun cuadrado se ubicaban las letras y debían encontrarse, vertical,horizontal o diagonalmente las palabras “escondidas” y anotadasen una columna lateral, quien más rápido lo hiciera, ganaba en lapráctica escolar.

El aventurero recordaba todas esas experiencias infantiles,caducas hoy, como aquella ocasión cuando una de las tías abuelasle puso de pequeño a identificar el abecedario en la llamadatambién “sopa de letras” de pasta. La tarea era formar lasletras correctamente en orden, las 22 consonantes y las 5 vocales,pues decía ella “si no están todas iremos a reclamar alabarrote que la sopa de letras está incompleta”. Todo era paraentretener al pequeño Zalacaín, quien así se aficionó de algunamanera a jugar con las letras, colocándolas en variasdirecciones.

[caption id="attachment_895185" align="aligncenter" width="640"]Foto: Jesús Manuel Hernández[/caption]

Esa tía abuela era aficionada a la poesía, no era enamoradiza,pero si romántica y de repente expresaba algunas de las frasesescritas en libretas y folios sueltos. Alguna vez Zalacaín lasorprendió

zen la cocina diciendo en voz alta alguna de esas“composiciones”, como ella les llamaba:

“Hoy coloqué carmín en mis labios, atrevido y sensual,decidí mostrarme como lo que no soy, pero anhelo llegar a seralgún día. El día en que esté dispuesta a romper con lamonotonía y el aburrimiento que han encadenado mi vida a unaexistencia que me aprisiona y en la que veo cómo se marchita pocoa poco, no sólo mi cuerpo, sino las ilusiones por una vida… quese me escapa de las manos”.

Zalacaín se quedó mirándola y no se atrevió a interrumpirlani a preguntarle nunca sobre esas frases, pero siempre recordócuando ella lo percibió a su espalda y dar la vueltaintempestivamente, tenía los labios pintados de color carmín,curiosamente la tía abuela estaba preparando “sopa de letras”.elrincondezalacain@gmail.com

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