Puesto que la autoestima se cimenta en la niñez, pensamos que no se puede modificar cuando somos adultos. Pero sí es posible mejorar, en especial en las personas con un nivel muy bajo. Para mejorar hay que trabajar tres campos: uno mismo, la capacidad de reacción y cómo nos relacionamos con los demás. Cada uno de estos tiene unas características específicas que vamos a concretar. Fíjate en cuáles necesitas reforzar, pero sin olvidar que lo más importante es mantener un equilibrio entre todas ellas.
Conócete: es la conocida máxima del filósofo Sócrates y la primera regla en materia de autoestima. No se trata de perderse en un mar de introspección, sino más bien de tomar consciencia de las propias capacidades y límites. Una buena forma de conseguirlo es con la “Ventana de Johari”, que trata de un instrumento de autorreflexión.
Acéptate: conocerse no basta, hay que asumir los puntos débiles propios para mejorarlos. Sentir culpa o vergüenza por un defecto afecta directamente a la autoestima, sobre todo cuando se convierte en un complejo y te impide avanzar. Hay que vencer a la soledad y al dolor en silencio, que son los mejores aliados de la vergüenza.
Sé sincero: a nadie mentimos más que a nosotros mismos, es el truco para proteger nuestra autoestima, negar las emociones como el miedo o la tristeza levanta un blindaje muy difícil de romper. Se evita un ridículo y se pone a salvo en principio, la autoestima. Pero lo que realmente pasa es que la persona se bloquea al no poder expresarse y afrontar abiertamente los acontecimientos.
LA CAPACIDAD DE REACCIÓN
Actúa: los grandes acontecimientos vitales, marcan la autoestima, sin duda. Pero es la vida cotidiana con sus pequeñas victorias y fracasos la que decide su mantenimiento y desarrollo. Márcate en tu día a día objetivos modestos muy corto plazo, con ganancias pequeñas pero que te den seguridad para poder ir tras objetivos mayores.
Acalla la crítica interior: los pensamientos críticos que te diriges a priori. Es una voz interna que te habla de la perfección y te dice que no podrás alcanzarla. Este discurso interiorizado probablemente originado en la niñez provoca insatisfacción, desvalorización, inquietud y sobre todo, disuade de llevar a cabo una acción. Para luchar contra esta rémora de tu autoestima debes ser primero consciente de su existencia y luego plantearte preguntas sobre su validez (¿es realista pensar que debo ser el mejor de todos?) y su utilidad práctica (¿de qué me sirve pensar que no voy a lograr mi objetivo?).
Acepta el fracaso: no se trata de pensar en que vas a fallar, sino de pensar que actuar conlleva a riesgos, lo conseguirás si lo piensas de forma constructiva.
No veas las cosas en blanco y negro: entre el triunfo y la catástrofe hay todo un mundo de posibilidades y matices.
Nadie se libra del fracaso: la sociedad suele ser hipócrita: celebrar éxitos e ignorar fracasos. Así, acabamos olvidando que los demás también fracasan.
Aprende de los errores: no los tomes como prueba de tu incapacidad, sino como fuentes de aprendizaje, no hay éxito sin resbalones previos.
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