Hola queridos lectores, gracias por abrirme como cada sábado las puertas de su hogar, y siempre con el deseo de que se encuentren muy bien en compañía de sus familias. En esta ocasión, antes de comenzar, les pido una disculpa, pues en esta entrega no les voy a platicar nada de nuestra ciudad, así es, este editorial es una remembranza de nuestra infancia, nuestra hermosa infancia, los cuentos infantiles con los que crecimos.
Así es queridos lectores, este editorial es muy especial, porque reviviremos la parte más hermosa de nuestra niñez: los cuentos de historietas con los que crecimos, con los que soñamos, con los que desarrollamos nuestra imaginación, con los que viajamos a otros mundos, siendo nosotros mismos los héroes que derrotamos a los villanos, los que cruzamos mares de imaginación en viajes milenarios, y miles de aventuras que tuvimos dentro de nuestra mente.
Todos recordamos como salíamos con nuestros papás a la calle y al pasar por todos los puestos de revistas, nos deleitábamos viendo las portadas de las nuevas ediciones de los cuentos e historietas de Walt Disney, y de otros miles de títulos, desde aventuras en el oeste, viajes espaciales, súper héroes, dibujos animados, y un interminable etcétera. Pues dentro de los temas que siempre escribo para su deleite, en esta ocasión y por obvias razones, al estar acomodando las cajas con cosas viejas de mi infancia, me encontré con un buen tanto de cuentos de los años sesentas, y para mi felicidad, en muy bien estado, y ni tardo ni perezoso me puse a ojearlos.
Cuantas horas de diversión regresaron a mi mente, pero no solo eran cuentos de dibujos de caricaturas, eran también los anuncios de los productos que se comercializaban, promociones, libros, enciclopedias, cuadernos de trabajo, todos con temas muy interesantes para nuestra corta edad, y además algo muy, muy, muy raro, anuncios de productos y golosinas para los niños de mi época, muy atractivos, todos marcando algo muy diferente a lo que estamos viviendo hoy en día, cincuenta y tal vez hasta sesenta años después, golosinas y caramelos que para nosotros siempre eran un deleite para premiar nuestra sana diversión.
Hoy en día, sesenta años después, veo con tristeza y nostalgia como ha cambiado nuestra vida cotidiana, hoy en día , los niños crecen de una manera incompleta, crecen enseñados por una pantalla de computadora, por una tableta electrónica y la mayoría , siendo educados por un minúsculo aparato del tamaño de una agenda, un teléfono celular, y digo, y reafirmo que crecen incompletamente, así es, crecen físicamente, pero existe ese algo que nunca desarrollaron, la imaginación; estos aparatos del siglo XXI, los educan para no soñar, para no imaginar, para no crear, para no tener ideales, y lo más doloroso, no tener sentimientos, y entre ellos, el no creer en Dios, qué triste.
Pero no todo está perdido, ¿Por qué?, porque hoy en día estamos todavía personas mayores que mientras tengamos oportunidad, les enseñaremos esas cosas perdidas a los niños de este siglo, así es, aunque nos duela y no quieran, les enseñaremos a soñar, a imaginar, a crear, para finalmente dejarles una pequeña semilla dentro de sus mentes y sus sentimientos , la idea de hacer de este mundo algo bueno, algo que vale la pena defender y conservar, la capacidad de imaginar y creer en Dios.
Te pido disculpas nuevamente querido lector si en esta entrega no te platico algo de esta ciudad o de alguien que formo parte de su historia, pero creo y estoy seguro que al leer esta nota, te volcaras al baúl de tus recuerdos a buscar ese algo que te formó de niño, y ese algo, de seguro te entraran deseos de mostrarlo a tus descendientes, así sea un simple cuento de Walt Disney, o una vieja enciclopedia, pero enséñalo a tus hijos y nietos, y déjales dicho, que esto que les muestras, no es un cuento o un libro viejo, es un pedacito de tu vida, un pedacito de tu vida que pones en sus manos.
Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón rojo y nos leemos el próximo sábado.