/ martes 10 de septiembre de 2019

La posada del Arriero | TURISTEANDO CON EL BARÓN ROJO

Una antigua casona del Centro Histórico que, como muchas otras, ha sido restaurada para dar paso a la modernidad, pero respetando sus orígenes

Hola queridos lectores, como cada domingo estoy pasando lista de presente en la calidad y la calidez de sus hogares. En esta entrega les voy a narrar una historia que tengo muy grabada en mi mente y en mis recuerdos: la calle del costado de San Pedro, comencemos.

Hace unos días al caminar por estas calles de Dios recorrí la acera norte de la Calle 2 Oriente, entre la 2 y la 4 Norte. Al andar por estas aceras me llegaron a la mente muchísimos recuerdos de mi niñez, ¿por qué?, porque toda la vida pasé por esta calle en los famosísimos camiones de la ruta América- Mercado Venustiano Carranza, aquellos autobuses destartalados de colores rojo y azul.


Toda la vida al mirar por sus ventanillas de cristales de guillotina me fijaba en dos negocios, ya desaparecidos, pero de mucha nostalgia para quienes los conocimos: la panificadora La Paz y la talabartería El Caballo Andaluz. ¿Ya sabes a que casona me refiero?, al número 208 de la 2 Oriente; un enorme caserón al que, según cuentan las crónicas de la Puebla antigua, se le conocía como La posada del arriero.

Esta casona de niño la conocí como una vecindad popular de las muchas que existen todavía en el centro histórico, con su clásico patio, sus lavaderos en una esquina, su pileta de agua, cientos de chiquillos correteando entre un bosque de tendederos improvisados, sostenidos por el medio con unos carrizos para resistir todo el colgadero de ropa recién lavada, los clásicos perritos que a la menor presencia desconocida pegan de ladridos para advertir a sus dueños de la extraña visita… ¡uf cuantas historias me vienen a la mente!

Esto viene a colación porque en esta semana pasé por esta acera y me detuve por unos momentos para darme cuenta que aquella vecindad ha desaparecido, pero grata fue mi sorpresa al ver que la casona sigue en pie, ahora mostrándome otra cara, una muy agradable: fue restaurada, remodelada y acondicionada para ser habitada, no por familias numerosas, sino por negocios modernos, entre ellos un restaurante bar y una barbería, entre otros.

Lo más hermoso es que respetaron toda su arquitectura colonial, sus arcadas, pasillos, techos de vigas y polines, sus pilares, sus enrejadas en fierro forjado, su majestuosa escalera de piedra, sin que pueda faltar su clásica figura decorativa en piedra de cantera en el pasamanos y, como la cereza del pastel, una vieja y enorme rueda de carreta al centro del patio, recordándonos la presencia en el tiempo de enormes carretas y diligencias que en alguna época pernoctaron en este lugar, todo perfectamente reconstruido.

Es increíble el sentir, al estar en su interior, un ambiente de antigüedad, con el que te llega a la mente cómo habrá sido la vida dentro de estas enormes paredes, el vivir debajo de estas enormes arcadas de piedra, iluminadas por antorchas alimentadas con aceite de pino… el imaginar cómo fue la vida monasterial o, en la época setentera, el sentir el agradable olor a pan recién horneado en el todavía existente horno de piedra.

¿Y que más les puedo decir de la casona?, pues muestra hoy en día todo el esplendor que alguna vez lució en la época de su construcción, el siglo XVII. Se dice que originalmente fue la casa sacerdotal, lugar de aposento de los sacerdotes y trabajadores del hospital de San Pedro, pues contaba con comunicación interior con el templo y con el hospital.


Después de las Leyes de Reforma se le expropia a la iglesia y es vendida a particulares, para ese entonces fue posada para arrieros y conductores de carretas y diligencias, corral para caballos de tiro, y a principios del siglo XX vecindad y talabarterías; finalmente, en los setentas, la famosa panificadora y la talabartería, esta última hermana de otra muy que existió sobre la 2 Norte: El Potro Alazán.

El tiempo y la modernidad obligaron a pasar a la historia a los negocios que conocimos en nuestra niñez, desaparecidos físicamente, pero que siempre permanecerán vivos en nuestras mentes y recuerdos.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, nos leemos la próxima semana.

Contacto:

  • WhatsApp: 22 14 15 85 38
  • Facebook: Eduardo Zamora Martínez

Hola queridos lectores, como cada domingo estoy pasando lista de presente en la calidad y la calidez de sus hogares. En esta entrega les voy a narrar una historia que tengo muy grabada en mi mente y en mis recuerdos: la calle del costado de San Pedro, comencemos.

Hace unos días al caminar por estas calles de Dios recorrí la acera norte de la Calle 2 Oriente, entre la 2 y la 4 Norte. Al andar por estas aceras me llegaron a la mente muchísimos recuerdos de mi niñez, ¿por qué?, porque toda la vida pasé por esta calle en los famosísimos camiones de la ruta América- Mercado Venustiano Carranza, aquellos autobuses destartalados de colores rojo y azul.


Toda la vida al mirar por sus ventanillas de cristales de guillotina me fijaba en dos negocios, ya desaparecidos, pero de mucha nostalgia para quienes los conocimos: la panificadora La Paz y la talabartería El Caballo Andaluz. ¿Ya sabes a que casona me refiero?, al número 208 de la 2 Oriente; un enorme caserón al que, según cuentan las crónicas de la Puebla antigua, se le conocía como La posada del arriero.

Esta casona de niño la conocí como una vecindad popular de las muchas que existen todavía en el centro histórico, con su clásico patio, sus lavaderos en una esquina, su pileta de agua, cientos de chiquillos correteando entre un bosque de tendederos improvisados, sostenidos por el medio con unos carrizos para resistir todo el colgadero de ropa recién lavada, los clásicos perritos que a la menor presencia desconocida pegan de ladridos para advertir a sus dueños de la extraña visita… ¡uf cuantas historias me vienen a la mente!

Esto viene a colación porque en esta semana pasé por esta acera y me detuve por unos momentos para darme cuenta que aquella vecindad ha desaparecido, pero grata fue mi sorpresa al ver que la casona sigue en pie, ahora mostrándome otra cara, una muy agradable: fue restaurada, remodelada y acondicionada para ser habitada, no por familias numerosas, sino por negocios modernos, entre ellos un restaurante bar y una barbería, entre otros.

Lo más hermoso es que respetaron toda su arquitectura colonial, sus arcadas, pasillos, techos de vigas y polines, sus pilares, sus enrejadas en fierro forjado, su majestuosa escalera de piedra, sin que pueda faltar su clásica figura decorativa en piedra de cantera en el pasamanos y, como la cereza del pastel, una vieja y enorme rueda de carreta al centro del patio, recordándonos la presencia en el tiempo de enormes carretas y diligencias que en alguna época pernoctaron en este lugar, todo perfectamente reconstruido.

Es increíble el sentir, al estar en su interior, un ambiente de antigüedad, con el que te llega a la mente cómo habrá sido la vida dentro de estas enormes paredes, el vivir debajo de estas enormes arcadas de piedra, iluminadas por antorchas alimentadas con aceite de pino… el imaginar cómo fue la vida monasterial o, en la época setentera, el sentir el agradable olor a pan recién horneado en el todavía existente horno de piedra.

¿Y que más les puedo decir de la casona?, pues muestra hoy en día todo el esplendor que alguna vez lució en la época de su construcción, el siglo XVII. Se dice que originalmente fue la casa sacerdotal, lugar de aposento de los sacerdotes y trabajadores del hospital de San Pedro, pues contaba con comunicación interior con el templo y con el hospital.


Después de las Leyes de Reforma se le expropia a la iglesia y es vendida a particulares, para ese entonces fue posada para arrieros y conductores de carretas y diligencias, corral para caballos de tiro, y a principios del siglo XX vecindad y talabarterías; finalmente, en los setentas, la famosa panificadora y la talabartería, esta última hermana de otra muy que existió sobre la 2 Norte: El Potro Alazán.

El tiempo y la modernidad obligaron a pasar a la historia a los negocios que conocimos en nuestra niñez, desaparecidos físicamente, pero que siempre permanecerán vivos en nuestras mentes y recuerdos.

Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, nos leemos la próxima semana.

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