Hola queridos lectores, gracias nuevamente por permitirme entrar a la comodidad y calidez de sus hogares en este ya casi finiquitado mes de junio. Este artículo está dedicado al rey del hogar, con todo cariño a todos los papás, al que trabaja, al que nos crio de niños, al que nos enseñó a andar en bicicleta, a patinar y, sobre todo, al papá que nos cuida desde el cielo; a ti papá, que velaste por mí y mis hermanos y que ahora tus enseñanzas las refrendamos con nuestros hijos y nietos, mil gracias.
EL PAPÁ COLECCIONISTA
Pero ¿por qué este título?, bueno, decidí llamar así esta nota porque todos de niños al convivir con papá, vimos muy de cerca como pasaba su tiempo libre y tengo la seguridad de que muchos lectores, así como su servidor, vimos a nuestro padre pasar las horas entretenido con su diversión favorita: el ser coleccionista.
Yo recuerdo de niño cómo mi padre, ya al terminar sus horas de trabajo, se relajaba de una manera muy especial con su diversión favorita: los modelos de armar. Como recuerdo que, en muchas ocasiones, al visitar los comercios del centro, mientras mamá se dedicaba a ver los aparadores de ropa en los grandes y nuevos comercios poblanos, mis hermanos y yo nos dirigíamos de la mano de papá a visitar jugueterías.
Mientras mis hermanos y yo buscábamos el juguete de moda, mi padre se refugiaba en la sección de modelos de armar, admirando las grandes y bellas cajas de las marcas REVELL LODELLA y MONOGRAM, entre otras, y después de decidirse adquiría un bello modelo de una carcachita porfiriana de los años 20.
Ya con la alegría de haberla adquirido, al llegar a casa no había momento más hermoso que el verle su rostro de alegría al destaparla, desplegar la hoja de instrucciones, buscar y reconocer todas sus piezas y, sobre todo, algo que nunca se me borrará de la mente: el característico aroma de un juguete nuevo.
Y lo más bello, lo que más ilumina mis recuerdos: el ver la cara de tranquilidad y felicidad de papá, todos los sábados por la noche o las tardes del domingo con su caja de pinturas, sus pinceles y el ver cómo con paciencia gozaba al darle forma a toda esa caja llena de piezas sueltas.
Y después de varios fines de semana ver en la vitrina del comedor su modelo bellamente terminado y, por cientos de días, ver el trofeo de papá ser mudo testigo de otros futuros modelos… ahora le tocaba el turno a un barco, después a un avión y así sucesivamente, la vitrina de mamá, tras un enojo momentáneo, veía que su vajilla era desplazada por esos trofeos.
Era para mamá solamente un enojo momentáneo, porque detrás de cada modelo, mi madre veía al padre responsable que veló porque nunca nos faltara nada en la vida; ver como su compañero de su vida lo entregó todo, juventud, trabajo, problemas, desvelos, fidelidad y, sobre todo, satisfacción. Qué mejor manera de premiar su sacrificio que cediéndole un espacio de su vitrina para presumir los trofeos de papá.
Hoy en día conservo, todavía en cajas, muy bien guardados, algunos de aquellos modelos; unos cuantos, por causa del tiempo, por accidente o por descuido se perdieron en el tiempo, pero todavía existen en un rincón de mi ropero los que se lograron salvar, aquellos que el tiempo dirá si vuelven a tener la oportunidad de ser presumidos en alguna vitrina del comedor de mis sobrinos o de mis nietos pero, mientras ese momento llega, ahí está la bella mano de obra de papá… te extraño viejo querido, te extraño.
Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo. Nos leemos el próximo sábado.
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