¿Por qué Chignahuapan es el lugar de los 9 ojos de agua?

No hay documentos oficiales de los siglos XVI y XVII, donde se hable de este lugar, por lo que se considera que se trataba de una alusión, más que una ciudad material

Edgar Barrios | El Sol de Puebla

  · sábado 2 de noviembre de 2019

Chignahuapan, Pue. Aunque hay vestigios de que la región de Chignahuapan fue habitada por totonacas desde el siglo VII d. C. y que existía una convivencia con pueblos nahuas, otomíes y tepehuas, el hecho de que no haya una evidencia arqueológica o un sitio arqueológico hace pensar a los historiadores que más que una ciudad "material" es la alusión al lugar donde van las almas en su viaje al lugar de los muertos.

Chignahuapan viene de los vocablos nahuas para describir a la zona como "el lugar de los nueve ojos de agua". Colonizadores como Fray Bernardino de Sahagún describieron que, por su hidrografía, historia y algunos relatos de los lugareños, Chignahuapan se refiere a un sitio descrito como "un río del infierno que se nombra Chiconahuapan", al menos así lo asentó el fraile español en su "Historia general de las cosas de Nueva España".

Por otro lado, Alfonso Caso, menciona que una prueba para entrar al inframundo era necesario atravesar con un perro sagrado el "Río Chiconahuapan". De este modo, Chignahuapan puede ser uno de esos sitios mágicos que aún siguen siendo influenciados por la cosmogonía y cosmovisión náhuatl y, por ende, de la representación de la vida y la muerte, tal y como se ha venido haciendo desde tiempos prehispánicos y que lo han convertido en un referente cultural y veneración hacia quienes han emprendido el viaje al más allá. De ser así, este municipio lleva consigo el misterio de la muerte, la vida y el viaje que hace el alma.

MAGIA ANCESTRAL

Vive la tradición en Xcaret. Foto: blog.mexicodestinationclub.com

No es casualidad que Chignahuapan sea la sede de un espectáculo de esta talla. No hay documentos oficiales, de los siglos XVI y XVII, donde se hable de este lugar, pero sí símbolos místicos, lo que da la esencia de que se trataba de una referencia más de un lugar simbólico o mágico, lo que se puede evidenciar por qué Zacatlán, Ixtacamatitlán y hasta Tulancingo (Hidalgo) aparecen en las crónicas aztecas, pero no Chignahuapan.

Sólo hay un documento, de 1519, donde Juan Alonso de León reclamó estas tierras para Hernán Cortés. La ausencia de estas referencias y rúbricas dan el pretexto para ubicar, incluso desde el nombre, a este lugar en la esfera de la leyenda o con un valor espiritual, tal y como lo hacen los vocablos náhuatl Chiconahuapan, en lugar de los nueve ríos, es decir, nueve estados de consciencia.

Fray Bernardino de Sahagún y fray Juan de Torquemada apuntaban al río de Chignahuapan como el punto de partida de las almas hacia el Mictlán, lo que significa que este municipio es un lugar mítico y no geográfico, tal y como lo es el Mictlán o el Tlalocan (el paraíso regido por Tláloc).

Según la creencia azteca, el perro Xólot es una creación divina para proteger y guiar a las almas de los muertos a través de su viaje por el inframundo, el Mictlán. El propio Fray Bernardino de Sahagún escribió: “hacían al difunto llevar consigo un perrito de color bermejo y al pescuezo le ponían y los flujos de algodón”.

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El Mictlán o lugar de los muertos era el nivel inferior de la tierra de los muertos, un camino largo en el que no se distinguían las clases sociales, donde reina la oscuridad y lo cavernoso. Ahí, este perro tenía un papel importante, acompañaría al difunto en ese camino hasta llegar a las orillas del gran río Chiconahuapan, en un viaje que duraba, según la tradición popular, hasta cuatro años.

Según Guillermo Arriaga, en su libro El Salvaje, al cruzar este río, los muertos descubren que, al llegar a la ribera, los aguardan sus perros: "al reconocer a su dueño, venían sus colas, felices por el reencuentro".

Otras fuentes afirman que era una lagartija gigante que custodiaba la entrada de un vado del reino de los muertos, y se le representa con la figura de un caimán encargado principalmente de vigilar el paso de los muertos a través del río "Apanhuiayo", un inmenso lago de aguas negras que representaba el séptimo obstáculo que el alma debía superar en su viaje hacía su descanso definitivo.

Entre las culturas nahuas señala que el alma ("tonalli") de aquellos que morían de muerte natural debían eludirlo o vencerlo para poder arribar a las orillas del Chiconahuapan donde se encontraría con el señor de los muertos Mictlantecuhtli y en su presencia moriría definitivamente.