Hola queridos lectores, como cada sábado los saludo afectuosamente en este ya muy lluvioso mes de junio. Antes que nada, quiero agradecer de manera muy especial a mi querido y muy respetado amigo don Jorge Rodríguez Pacheco por darme la oportunidad y el privilegio de escuchar sus historias acerca de la vida en la Puebla del siglo pasado. Esta narración es una de las muchas anécdotas que me compartió y, con mucho gusto, yo se las comparto a ustedes.
Corrían los primeros años del siglo pasado, todavía en plena época porfiriana, cuando se construye en nuestra ciudad la primera plaza de toros, localizada en la actual 11 Sur, entre la 3 y la 5 Poniente, la cual funcionó hasta mediados de la década de los treintas. Ya para finales de esta, digamos por 1935 o 36, deja de ser útil para los aficionados y es cuando termina su vida útil; ya para el inicio de los años cuarenta se estrena la nueva plaza de toros, también hoy en día ya desaparecida, la cual se localizó en la actual 19 Sur entre la 9 y la 11 Poniente, a una cuadra de la avenida de La Paz.
Pero esta plaza, la que estaba en la 11 Sur, víctima de la obsolescencia es vendida y toda la manzana la adquiere don Francisco Rodríguez Pacheco, quien decide demolerla al carecer esta ya de algún futuro económico y así dar paso a un nuevo y floreciente fraccionamiento. Para ello contrata al arquitecto Abel Aguirre Beltrán, quien se encarga de diseñar un total de treinta y siete casas, todas con un diseño distinto cada una, dando por resultado un minúsculo y muy exclusivo fraccionamiento de tan solo dos calles, que con el tiempo se formó en un gran catálogo de casas del más puro estilo colonial californiano.
La mayoría de estas tenían los característicos copetes de tejas, rúbrica obligada de las quintas residenciales de Los Ángeles, California, y entre sus más afamados residentes se encontró a las familias de don Nicolás San Román, propietario de una cadena de farmacias de gran prestigio, también el afamado licenciado Efraín J. Castro y la familia de don Juan Manuel Treviño, su hijo Francisco Treviño Zamora y su nuera, María Luisa Priante, afamados empresarios poblanos, entre otras.
Pero dentro de todas estas 37 felices familias también surge una historia paralela, el origen de lo que yo califico como uno de los regalos de Puebla al mundo: el nacimiento del carrito de salchichas, ¿y cuál es la historia?, pues resulta que, dentro de esas familias, que fincaron esta muy pequeña colonia, está la de los hermanos Nicolás y Felipe Rosas, quienes por necesidad emigran a los Estados Unidos al inicio de la Segunda Guerra Mundial. Permanecen en la ciudad de Chicago, Illinois, desempeñándose uno como bracero y el otro como peón de vías hasta el término de la guerra.
A su regreso, ya en el año de 1948 y con su capital logrado por su trabajo, adquieren dos de estas casas y es ahí cuando ya la necesidad los obliga a buscar un medio de sustento; en ese momento recuerdan lo popular que eran en la Unión Americana los recién inventados hot dogs.
¿Pero cómo ofrecerlos al público?, pues muy sencillo: sobre ruedas. Así que se dedican a diseñar y fabricar, junto con un herrero de la colonia Santa María, de apellido Molina, el primer carrito de salchichas en el país; así que se dedican en tiempo y alma a perfeccionar su diseño, fabricarlos en serie y destinan como primer sitio de ventas el histórico paseo Bravo, iniciando en nuestra ciudad una de las más clásicas tradiciones gastronómicas y culinarias totalmente poblana, el carrito de salchichas.
Pero, aquí viene el pero de esta historia, cometen el error de no patentarlo y no faltó el turista americano que, estando de visita, le gustó la idea y lo comienza a fabricar y comercializar en los Estados Unidos, pero eso no sirvió de freno para nuestros inventores poblanos, pues siguiendo con su labor, no se detuvieron hasta hacer famosa en todo el país esta nueva forma de vender hot dogs.
Así que, cuando pases por la 11 Sur frente al Paseo Bravo, recuerda que en alguna época ahí estuvo la primera plaza de toros de nuestra ciudad y que este fraccionamiento fue la cuna del muy poblano carrito de salchichas.
Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo y nos leemos el próximo sábado, en una edición especial de tu servidor con motivo de la publicación de mi artículo número 300, gracias y hasta la próxima.
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