Hola queridos lectores, gracias nuevamente por recibirme en la calidad y la calidez de sus hogares en este primer sábado del mes de julio, siempre con la alegría de platicar a ustedes sobre la bella historia de nuestra ciudad.
En esta ocasión les voy a contar la historia de un objeto que formó parte de nuestras vidas y que por mucho tiempo fue mudo testigo de nuestro diario andar en el zócalo citadino: el histórico pebetero olímpico de 1968.
Esta historia inicia el domingo pasado, cuando al estar transmitiendo mi programa de radio dominical toqué como tema central la historia de todos los objetos que fueron colocados en los jardines de nuestro zócalo.
Comencé la narración mencionando la histórica fuente de San Miguel, la cual data del año del señor de 1777, posteriormente fui haciendo un recorrido cronológico por casi todas las piezas que en algún momento fueron mudos testigos de nuestra infancia y juventud, pasando por ciertos monumentos desaparecidos, las dos enormes fuentes circulares que estuvieron a los lados de la de San Miguel, las cuatro figuras femeninas fabricadas en fierro fundido que están actualmente en las cuatro esquinas del jardín.
Pero hubo un objeto que causó mucha polémica entre los radioescuchas, polémica positiva desde luego, y que fue precisamente el pebetero olímpico utilizado para recibir el fuego proveniente de Atenas, Grecia, mismo que después de ser encendido en esa ciudad fue trasladado en antorchas de mano, desde su origen, por toda Europa, atravesando a nado el océano atlántico.
Fue una labor titánica realizada por un experto equipo de nadadores mexicanos que, utilizando un barco especialmente diseñado con una jaula en su interior sumergida en el agua y equipada con camarotes dormitorios, los chicos pudieron atravesar el atlántico con toda seguridad, trayendo al puerto de Veracruz la antorcha olímpica, sitio en donde se enciende en el zócalo citadino un pebetero idéntico al poblano, pero más pequeño, a un tercio de tamaño, pernoctando el fuego por una noche.
Al día siguiente, el fuego olímpico reanuda su marcha con destino a la angelópolis, entrando al centro de la ciudad por la avenida 8 Oriente, llegando a la 2 Norte y siendo recibida por una enorme multitud de poblanos entusiastas el día 6 de octubre de ese año.
Y para que pernoctara el fuego en Puebla, para luego partir a la ciudad de México, se fabricó un pebetero que fue instalado en una plataforma de concreto al lado poniente de la fuente de San Miguel; dicho pebetero, al igual que su hermano menor en la ciudad de Veracruz, fue una reproducción de un sahumerio azteca, un objeto que utilizaban los prehispánicos para sus ceremonias.
Yo tuve el privilegio y el honor de ser testigo del evento, mi corta edad no me impidió vivir ese bello momento en compañía de mi familia y hasta la fecha lo recuerdo con gran cariño. Pues bien, este pebetero no se salvó de ser víctima de las erróneas ideas de una mala modernidad, y en los años ochenta fue desmontado, por varios años arrumbado quien sabe en qué bodega.
El tiempo y la suerte quisieron que a mediados de esa década se le fuera obsequiado a conocida escuela del Bulevar 5 de Mayo, misma que lo instaló por un tiempo al lado sur de su pista deportiva. Tiempo después, por boca de exalumnos que conocí, supe que luego fue desmontado y arrumbado por varios años al fondo de los jardines de la institución.
Pero uno de mis más queridos y fieles radioescuchas, el señor Eufemio Tolentino, al quien agradezco su interés y entusiasmo, se comunica con su servidor y me platica que él se avocó a rastrear el destino de dicho pebetero y ¿cuál fue la sorpresa?, que se entera por boca de un directivo de la escuela que dicha pieza histórica existe todavía.
Fue recuperada y está expuesta al pie de su tribuna principal, obtiene el permiso para conocerla y para mí fue motivo de muchísima alegría el ver fotografías del pebetero que conocí en mi infancia. ¡Qué bueno que sigue ahí!, como mudo testigo de uno de los eventos histórico / deportivos que vivimos los mexicanos. Muchísimas gracias don Eufemio Tolentino, por compartir con mis lectores y su servidor su espíritu investigador.
Soy Jorge Eduardo Zamora Martínez, el Barón Rojo. Nos leemos el próximo sábado.
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