Una de las tradiciones más devotas de la antigua Ciudad de los Ángeles fue la Procesión de Viernes Santo que se mantuvo durante todo el virreinato hasta 1860, cuando se realizó la última en Puebla debido a la Guerra de Reforma.
Tuvieron que pasar 132 años para que la procesión se volviera a realizar en la Angelópolis, gracias a que la comisión cultural de la Junta de Gobierno de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), rescató esta tradición.
La primera Procesión de Viernes Santo de la era moderna se realizó en 1992, cuando treinta mil fieles llenaron de cantos y alabanzas el centro histórico de la ciudad, según lo informó esta casa editorial.
Una costumbre arraigada
La Procesión de Viernes Santo fue promovida por los franciscanos desde que se fundó la ciudad, en el siglo XVI, para enseñarles a los indígenas el recorrido y sufrimiento que pasó Jesucristo hacia su crucifixión.
Era una actividad en la que participaban indígenas y españoles, pero lo hacían conservando una escala social. Hasta adelante iban los más ilustres vecinos de los barrios que eran quienes dirigían la procesión encabezada por el obispo. Al ser un privilegio, las imágenes eran llevadas en andas por los españoles y no por los naturales. También participaban las mujeres de la alta sociedad vestidas de negro y portando sus más preciadas joyas.
Esta tradición estuvo arraigada en Puebla hasta que se promulgaron las Leyes de Reforma. Entonces se prohibieron las manifestaciones de culto públicas y los bienes de la iglesia fueron expropiados.
El rescate de la tradición
Tuvieron que pasar 132 años para que la procesión que conmemora la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo se volviera a realizar en la Angelópolis. Esto gracias a que, la Junta de Gobierno de la Universidad Popular Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), rescató esta tradición.
“Fue rescatada por el arqueólogo Eduardo Merlo y el ingeniero José Antonio Quintana Fernández, quienes formaban parte de la comisión cultural del Patronato Fundador (hoy Junta de Gobierno) y fueron quienes le propusieron a monseñor Rosendo Huesca y Pacheco, que en ese momento era arzobispo de Puebla, que se recuperara esa antigua tradición poblana”, expone el maestro Carlos Álvaro Castro Mendoza, responsable de investigación de la memoria histórica de la UPAEP, y quien desde que se retomó esta tradición, en 1992, organiza la logística de la procesión.
El maestro refiere que el arzobispo aceptó la propuesta de la comisión cultural, entonces, Merlo y Quintana, realizaron una investigación histórica para saber cómo se hacían las procesiones en la Puebla del virreinato.
Resultó que las procesiones eran comunes durante todo el año, pero en torno a la Semana Santa se hacían muchas, porque cada templo o convento sacaba su imagen venerada a desfilar con sus fieles. Se realizaban desde el Domingo de Ramos hasta el Viernes Santo, porque el Sábado de Gloria, en lugar de luto y silencio, era festivo. A media noche del sábado, todas las campanas de las iglesias repicaban, tronaban cohetes y la gente iba a misa de gallo para celebrar la Resurrección de Jesucristo.
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“La procesión más nutrida era la que se hacía la tarde del Viernes Santo y era conocida como la Procesión del Silencio. Las imágenes eran preparadas con anticipación por los fieles encargados de ornamentarlas, lo que era un privilegio, lo mismo pertenecer al contingente de hermandades, cofradías y asociaciones piadosas de cada una de ellas“, asegura Castro.
“Se seleccionaron las imágenes más significativas: Jesús Nazareno, de la parroquia de San José; Nuestro Padre Jesús de las Tres Caídas, del templo de Analco; Nuestra Señora de la Soledad de la iglesia homónima; la Virgen Dolorosa del templo conventual del Carmen; y El Señor de las Maravillas del convento de Santa Mónica. Desde 2019 y a petición del arzobispo (Víctor Sánchez) también se saca al Santo Niño Doctor de los enfermos de Tepeaca”, detalla.
Sin embargo, la imagen del Señor de las Maravillas no se sacó a la luz en la primera procesión realizada en 1992, sino hasta la tercera, en 1994, porque las religiosas de Santa Mónica tenían miedo de que sufriera algún desperfecto debido a la multitud de fieles devotos con los que cuenta.
El comité organizador decidió sacar también al Cristo de la Expiación del templo del Carmen, que se coloca en la Puerta del Perdón de la catedral para que presida la procesión, rememorando así el tiempo en que Jesucristo estuvo sufriendo en la cruz hasta su muerte.
Un problema al que se enfrentó el comité organizador de la procesión fue que, por las mismas prohibiciones de Reforma y que los vecinos del centro se habían mudado a colonias en los alrededores, las cofradías y hermandades religiosas estaban casi extintas, y se necesitaba de estos seglares para que sacaran en andas sus figuras y se encargaran de cuidarlas y vestirlas según la tradición.
“Esa situación fue difícil porque los templos del centro histórico no tienen parroquianos, era una población flotante. Se empezó a gestar la primera cofradía del tiempo moderno que fue la de los Nazarenos, quienes se encargan de la imagen de Jesús Nazareno del templo de San José; y cuando las religiosas de Santa Mónica permitieron que la imagen de Jesús de las Maravillas saliera a la luz, esta cofradía se encargó de ella”, señala.
“Cuando se planteó retomar la procesión, el propósito fundamental fue inspirar devoción, revivir un evento público espiritual para Puebla; otro era el aspecto cultural, dar a conocer la riqueza que tenemos en arte religioso”, dice.
Cortejo y recorrido de la antigua procesión
De acuerdo a la investigación realizada por Merlo y Quintana, la procesión iniciaba con tamborileros que tocaban en dos tonos secos, para marcarle el paso a los porteadores (cargadores) que conducían las andas con las imágenes y a quienes seguían los trompeteros. Después venían los claveros de la catedral (especie de administrador) que vestían vistosas prendas y gorros de plumas. Les seguían niñas vestidas de angelitos con los símbolos de la pasión. Atrás venían penitentes con túnicas blancas que eran los cofrades de la Santa Veracruz. Luego los estandartes de las principales asociaciones con abanderados y acompañantes.
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A continuación, desfilaban individuos con túnicas y capuchas negras que llevaban cuerdas a manera de látigos con las que se iban flagelando, causando dolor entre los presentes. Después venían las andas con su imagen, su palio (techo) y una buena cantidad de personas con faroles, cirios o antorchas. La primera imagen era la de Jesús Nazareno, de la iglesia de San José; luego Nuestro Padre Jesús del templo de Analco; la Virgen Dolorosa, acompañada de cerca por San Juan y María Magdalena; Atrás, el Señor de las Maravillas, que era aclamado por la multitud que se arrodillaba a su paso; también el Señor de la Preciosa Sangre de Cristo; y cerraba el cortejo la imagen del Señor del Santo Entierro de Santo Domingo.
Participaban también los frailes de las diferentes órdenes religiosas que se formaban de acuerdo a cómo se fueron estableciendo en la ciudad, primero los franciscanos, luego los dominicos, los agustinos, los jesuitas y los carmelitas.
La procesión salía del atrio de la catedral por la Puerta de San Cristóbal (3 Oriente) hacia el Portal Morelos donde estaban las vendedoras de flores y de aguas frescas que tiraban claves rojos al paso de las imágenes. En la esquina, doblaban a la derecha por la Juan de Palafox y Mendoza hasta llegar al templo de la Compañía, y de ahí tomaban la 4 Norte a la izquierda, para llegar al templo del Hospital de San Pedro, donde salían los enfermos.
Después seguían por la misma calle hasta llegar a San Cristóbal en donde un coro de niños del orfanato alegraba el momento. Ahí daban vuelta por la 6 Oriente hasta Santa Clara, donde las monjas espiaban por las ventanas del coro. La procesión seguía hasta Santo Domingo, lugar en el que los hermanos del Santo Rosario saludaban al cortejo que continuaba por la 5 de Mayo hacia la 4 Poniente y de ahí a la 3 Norte, en donde las monjas dominicas de Santa Catarina, realizaban un canto coral de música fúnebre.
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Tras el canto de las religiosas, se seguía por la 3 Norte hasta llegar a la Reforma, al templo de la Santísima, donde eran alagados con el canto de las monjas concepcionistas. De ahí bajaban por la misma calle hacia el zócalo, para llegar a la catedral rezando “Señor Mío Jesucristo” y un “Credo”. Momento en el que, el contingente de damas de la sociedad, traían en andas a la Virgen de la Soledad desde su templo (2 Sur y 13 Oriente), para colocarla en el Altar del Perdón.
Así se desarrolló la antigua Procesión del Silencio en Puebla hasta 1860, que fue la última, porque a partir de entonces se prohibieron las manifestaciones religiosas públicas.
La procesión de la era moderna
El mismo día en que se efectuaría la primera Procesión de Viernes Santo de la era moderna, el viernes 17 de abril de 1992, el presbítero Ángel de Jesús Paz y Puente, quien fue párroco de la iglesia de San Marcos Evangelista hasta 2014 y era muy querido por un gran número de poblanos, escribió un artículo publicado por esta casa editorial, El Sol de Puebla, acerca del rescate de esta tradición.
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En él, dice que la iglesia siempre ha tratado de mantener su esencia adaptándose a los tiempos cambiantes y a la nueva manera de vivir de la humanidad. Por ello, aplaudió la iniciativa de las autoridades y alumnos de la Universidad Autónoma del Estado de Puebla (UPAEP), por rescatar esta tradición religiosa y conservar viva la historia de la ciudad.
Refirió que, además de conmemorar la pasión de Cristo, esta Procesión de Viernes Santo de la era moderna, tenía como objetivo motivar la piedad popular y practicar la penitencia. Asimismo, narró cómo se adornaban las calles durante el virreinato:
“Las calles se adornaban con tapetes y banderas de papel de china, los balcones y ventanas se engalanaban con colgaduras, vajillas, flores, macetones, objetos de ornato, etcétera. Algunos balcones sostenías ricos y bellos mantones de Manila, mantillas españolas y elegantes moños de dolor y luto. Todas las damas de la sociedad que eran la mayoría, vestían de negro y luciendo sus mejores galas (…) El recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo era momento culminante de fe”.
También se lee que antiguamente el recorrido de la procesión llegaba a ocho templos y/o conventos, en esta ocasión, el recorrido sería el siguiente:
Como es tradición comenzaría a las 12:00 horas en el atrio de la catedral. A diferencia de la actual, el contingente saldría por la Puerta de San Cristóbal (3 Oriente, junto al zócalo) hacia el Portal Morelos; seguiría por la calle 2 Sur hacia la 2 Norte y de ahí hasta la 6 Oriente; después tomarían la calle 5 de Mayo hasta la 4 Poniente, en donde el entonces arzobispo Rosendo Huesca y Pacheco, haría la segunda reflexión en el atrio de la iglesia de Santo Domingo. Finalmente, tomarían la 3 Norte hasta avenida Reforma para llegar a la 16 de Septiembre y entrar por la puerta central del atrio de catedral alrededor de las 15:00 horas, que según marca la tradición y los evangelios, es el momento de la muerte de Jesucristo.
Renace la tradición
“Miles en la Procesión de Viernes Santo” fue el encabezado de la primera plana del sábado 18 de abril de 1992, en la que este diario informó oportunamente a la sociedad de lo acontecido.
“Esta fe que hemos manifestado durante la Procesión Penitencial debe hacernos crecer en esta unión con Cristo, sacerdote sumo y eterno, en esta nueva alianza de amor con nosotros su pueblo. Abramos nuestro corazón para que en él escriba sus palabras, para que infunda su espíritu en nosotros mismos y así seamos su pueblo y él sea nuestro Dios”, dijo conmovido y emocionado el arzobispo Rosendo Huesca y Pacheco al recordar la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo.
Más de treinta mil fieles formaron parte de la procesión revivida después de 132 años en la Angelópolis. Las calles del centro histórico se llenaron de cantos y alabanzas durante las tres horas que duró. En la publicación se lee:
“La Procesión Penitencial fue encabezada por los tamborileros seguidos por unos niños vestidos de angelitos y atrás los contingentes de cofradías, asociaciones y grupos religiosos y laicos con imágenes de las parroquias del Sagrario de la Soledad, Analco, El Carmen y San José (…) destacó el Coro Universitario dirigido por el maestro José Antonio Rincón y bandas de música que interpretaron composiciones sacras”.
En el primer mensaje en el atrio de la catedral, Huesca expresó: “Una procesión es caminar juntos, es descubrir que somos hermanos, que vamos sobre la misma ruta. La procesión responde al anhelo escondido de cada corazón de ser acompañado (…) no solo es caminar para llegar a una meta eterna, es un signo de que somos peregrinos del cielo y que vamos hacia una meta eterna y feliz”.
Agregó: “También darle sentido al camino, descubrir el sentido de nuestra vida diaria, aceptar nuestras responsabilidades y tareas concretas y apoyarnos juntos, es una manifestación de fe que da una gran cabida a la comunidad y a los sentimientos del alma, nos sentimos más fervorosamente iluminados con la fe de los corazones que celebran con nosotros esta procesión”.
El maestro Carlos Castro refiere que aún se acuerda de la homilía del arzobispo en el atrio de Santo Domingo, en la que dice, hizo una exaltación de la mujer en la historia y en la iglesia en torno a María la Virgen, en la que habló de su dignidad y su valor.
Fue en su segundo mensaje en Santo Domingo, que monseñor resaltó la figura de la Virgen María de pie junto a la cruz del señor. Momento solemne en el que Cristo entrega su vida por nosotros en el árbol de la cruz, e indica el lugar único de María participando en la resurrección de Jesús.
Huesca resaltó a la mujer como apóstol, fiel, discípula y cerca de Jesús, también aquellas mujeres en que sufre Cristo su pasión: “Las que han sido abandonadas por sus esposos, las mamás solteras, las viudas que batallan por sacar adelante a sus hijos, todas las mujeres que sufren y que van sosteniendo el peso de nuestro país, cuántos hogares dependen del paso de una mujer, cuántas mujeres están dejando su vida para ir adelante con sus hijos, no nos podemos quedar al margen, tratemos de acompañarlas, de apoyarlas, ayudarles, de caminar con ellas en esta participación del camino del Calvario que Dios les ha pedido”.
Poco más de tres décadas después, esta tradición centenaria de Puebla ganó relevancia dentro y fuera del país. Hoy reúne a más 150 mil personas deseosos de estar lo más cerca posible a Cristo y ser partícipes de esta manifestación religiosa.
“En México hay procesiones muy importantes como la de San Luis Potosí, Zacatecas o San Miguel de Allende, pero en esas la gente no participa, solo ve pasar los contingentes. En la de Puebla, la gente se suma para ir en procesión con las imágenes veneradas. En la procesión de 2019, el gobernador (interino) Guillermo Pacheco Pulido, le habló al obispo para felicitarlo y le dijo: Oaxaca tiene la Guelaguetza, Veracruz tiene su carnaval, y Puebla tiene su Procesión de Viernes Santo”, concluye Castro.