Para la religión católica, el alma del ser humano es la esencia inmaterial que define al individuo, un espíritu que no se puede ver ni tocar, pero al estar en contacto con el cuerpo es capaz de darle vida. Cuando el cuerpo muere, el alma lo abandona para lograr la vida eterna, en el mejor de los casos, o para condenarse.
Desde el punto de vista filosófico existen dos vertientes, una que dice que el alma es inmortal, y otra que asegura que el alma es naturaleza pura y cuando el cuerpo muere también muere el alma. Grandes pensadores como Santo Tomás de Aquino y San Agustín tomaron estos principios para aplicarlos en sus enseñanzas.
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El cielo o el infierno, ¿a dónde va el alma cuando el cuerpo muere?
La Biblia es un libro canónico (aceptado por la iglesia) producto de inspiración divina y reflejo de la relación entre Dios y la humanidad. En ella se lee que después de la muerte hay dos lugares a los que el alma de una persona creyente puede ir: el cielo o el infierno.
Al cielo llegan las almas de los creyentes cuyos pecados fueron perdonados por haber recibido a Cristo como Salvador, pero aquellos que no lo reciben, su alma se dirigiría al infierno. Así lo dice san Mateo en el capítulo 25: "Irán estos al castigo eterno, y los justos a la vida eterna".
“Para llegar al cielo donde esta Dios nuestro señor, la Virgen y los santos, que es lo que profesamos en el Credo, tenemos que ir purificados. Es como cuando vas al hospital y tienes que entrar a un quirófano en el que van a intervenir a un paciente, tienes que usar bata, cubrebocas, etcétera, todo lo necesario para que la sala de operaciones esté brillante. Para entrar al cielo es lo mismo, hay que estar limpios, purificados, sin mancha de pecado”, expone José Luis Reyeros Pérez, canónigo de la catedral de Puebla, capellán de las Siervas del Sagrado Corazón de Jesús y de los Pobres, y rector del templo del Inmaculado Corazón de María en el Parral.
Tiene que haber un proceso de purificación previo que se lleva a cabo en “el purgatorio”, es decir, al morir todas las almas llegan al purgatorio, en donde se limpian de todo pecado.
“No es que te mueres y luego luego estás en el cielo. Primero entras al purgatorio, que es el lugar de purificación, es la puerta para entrar al cielo, un lugar de paz, o al infierno, el lugar de la condenación. Los padres de la iglesia dicen que el purgatorio es un fuego que purifica, pero no quema. El libro de los Macabeos dice que para ayudar a los difuntos a salir del fuego purificador y se vayan (su alma) pronto a gozar de la presencia del padre, hay que hacer oración y obras de caridad en su bien”, explica.
De ahí viene la devoción a las almas del purgatorio o ánimas benditas, que son aquellos fieles difuntos que necesitan de la oración para que consigan la paz que siempre han anhelado, para que vayan al cielo.
“Con oración nosotros le pedimos a Dios que a través de los santos salgan las almas del purgatorio, es como una cadenita, para que cuando las almas de los difuntos vayan al cielo, pidan por nosotros los que estamos en la tierra. De ahí viene la devoción a las almas de los fieles difuntos, que son los abogados junto con la advocación de la Virgen del Carmen”, señala.
Si una persona mala en el lecho de su muerte se arrepiente sinceramente de todos sus pecados, su alma pasa al purgatorio para el proceso de purificación. El tiempo que su alma esté ahí depende del tiempo que tarden en borrarse sus pecados. Pero si esa persona no se arrepiente y reniega de Dios, se condena, y se va al infierno, pero porque ella eligió, fue su decisión, es libre albedrío.
“Esto lo vemos claramente en la Pasión de Cristo, cuando Jesucristo está en la cruz junto con dos ladrones a su lado y uno de ellos le pide que cuando esté en su Reino se acuerde de él, a lo que Jesús contestó: ‘hoy mismo estarás conmigo en el paraíso’. Es el principio de la libertad, como dice San Agustín: ‘Dios, que te creó sin ti, no puede salvarte sin ti’”, subraya.
“El cielo, nos dice el libro de Isaías, es como un manjar, es una fiesta, es decir ahí ya no habrá ni guerra ni dolor ni lágrimas, es un lugar de paz, es una prolongación de esa alegría interminable donde ya no está el pecado. No significa que voy a estar cara a cara con Dios, simplemente es que mi alma va a estar feliz, en paz, porque regresó a su creador”, apunta el sacerdote.
El alma inmaterial de la filosofía
De acuerdo con el filósofo griego Aristóteles, cuando el cuerpo muere se termina el alma. Por otra parte, asienta Platón que el alma que habita en una persona cuando éste muere regresa a su lugar de origen.
“Dentro de la filosofía, si tú tienes que decidirte en torno al alma, te estás decidiendo entre Platón o Aristóteles”, asegura Gilberto Bello Durán, médico cirujano y profesor en filosofía.
Refiere que filosóficamente hablando Aristóteles es el primero en utilizar el término “psique”, que significa alma en griego. Esta alma está puesta no solo en los vivientes, sino que también en lo inmaterial, por ejemplo, en una piedra.
“A diferencia de la piedra, el viviente tienen un alma muy especial porque esta le permite alimentarse y también sentir y ejercer lo que siente, es decir, es un alma volitiva, hay cierta voluntad en el hombre para ejecutar las cosas. Aristóteles dirá: ‘Aquello que hace perfecto al hombre es que tiene alma’ y si el hombre no tuviera alma no podría tender a la perfección. El alma es inmaterial, no se encuentra en ningún lado y sin embargo es natura, es decir, es la naturaleza del hombre”, subraya.
Aristóteles es un naturalista, sin embargo, piensa que parte de la naturaleza del hombre está oculta y ejecuta un movimiento de perfección, de tal forma que cuando el hombre falla está fallando esa parte del alma.
Según Aristóteles, el alma es lo que le permite al hombre alimentarse, reproducirse, inteligir las cosas, pero cuando se muere, ya no hay más, se muere con él su naturaleza álmica.
Por otra parte, Bello Durán dice que para Platón “hay un alma que vive en mí y que cuando yo no estoy me abandona para ir a un lugar idílico, que es el topos uranus (la parte más alta del universo), donde existe el mundo de perfección, porque para él nosotros somos copia de ese topos uranus, entonces cuando yo me muero aquí, allá pervivo”.
Los religiosos hicieron de esto un dualismo platónico en el que existe un alma que se eleva al cielo cuando el hombre muere.
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“La religión católica, cristiana, es deudora de San Agustín y Tomás de Aquino, y por vía de ellos es deudora de los primeros filósofos, Platón y Aristóteles, cada uno con sus peculiaridades. Para uno el alma se va y para el otro el alma se termina en el momento mismo en que tú te mueres”, arega.
“Podríamos decir que Platón es un gran idealista, cuando en filosofía decimos idealismo, es un tanto soñador. Aristóteles es todo lo contrario, para él el mundo es física perfecta, estamos hechos de partículas y dentro de esas partículas hay una partícula álmica, tenemos alma para beber, para comer, para todo, pero si se te acaba el cuerpo, se te acaba todo”, concluye el filósofo.