/ martes 30 de julio de 2024

Alfarería, una tradición artesanal que se extingue

Los hermanos Genaro y Armando López lideran un taller familiar de los últimos que quedan en el barrio de La Luz

El Centro Alfarero del Barrio de La luz, ubicado en la Avenida Juan de Palafox y Mendoza, entre las calles 14 y 16 Sur, es una de las últimas casas alfareras de la ciudad de Puebla, donde sus integrantes han transmitido durante 10 generaciones el conocimiento de la elaboración artesanal de productos de barro.

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En esta casa, conformada por 30 integrantes, todos parte de la familia de Genaro López García (quien le concedió una entrevista a este diario), se dedican a la elaboración artesanal de utensilios como cazuelas, ollas, macetas, cántaros, platos y distintos productos de acuerdo a la época del año.

López García narra que desde pequeño aprendió este arte y lleva cerca de 50 años dedicándose a este oficio. Fue su padre quien se lo enseñó, de la misma forma como él se lo transmitirá a sus hijos y otras generaciones. Al igual que su hermano, Armando López García, se ha dedicado desde niño a trabajar en el torno (herramienta giratoria utilizada para moldear el barro), talento que lo llevó a ser ganador de un concurso del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART) y acreedor al premio de 10 mil pesos.

Genaro indica que su familia lleva cerca de 10 generaciones dedicándose a la alfarería, siempre en esta colonia del centro de la ciudad de Puebla. Recuerda que en su niñez las familias dedicadas a esta actividad abundaban en la zona, pero con el paso del tiempo se han desvanecido, hasta el punto de que la casa de la familia de Genaro López García es de las últimas.

Desaparición de la tradición

En la actualidad ya no hay tanta gente que se dedique a la producción de estas artesanías, con el paso de los años se les han presentado diferentes desafíos a quienes se dedican a mantener viva esta tradición, desde la falta de interés de las generaciones más jóvenes hasta la desaparición de las casas alfareras de la zona.

En la otra calle, que comienza esta esquina y empieza la otra calle, esa casa era de alfarería, pero como hay muchas escuelas acá atrás, la estaban expropiando para poner un OXXO o hacer escuelas, aquí (la casa en la que se encuentran) la querían expropiar para hacer un colegio de arquitectos, pero pues no nos dejamos señala Armando López.

El artesano ha intentado enseñarle a su hijo el oficio del torno, pero este proceso se ha complicado debido a que él está enfocado en sus estudios, por lo que no puede practicar de manera constante.

Además de que la costumbre de cocinar con utensilios de barro se está desvaneciendo, como lo señala Armando: “se ve que las mujeres de ahora ya no guisan en una cazuela (de barro), ya todo es desechable, digámoslo así, pero anteriormente, te vuelvo a repetir, la gente de antes siempre tomaba su café en un jarrito de barro, en una olla de barro preparaban el café, es otro sabor.”

Hace unos 30 años que comenzó a desaparecer el oficio en la zona, el primer motivo fue que se fueron acabando los viejos alfareros, las nuevas generaciones pues ya no les interesaba mucho ser alfareros, antes el oficio era muy matado, muy sufrido, a veces no tenías ni para comer cuando el oficio no te daba. Hoy con los hornos y con todo lo que ha pasado pues ahí la llevamos, no te digo que es un negociazo, pero por lo menos ahí te da para vivir y para comer recuerda Genaro López.


El artesano ha intentado enseñarle a su hijo el oficio del torno, pero distintas circunstancias hacen que los más jóvenes ya no lo aprendan. Foto: Julio César Martínez / El Sol de Puebla


Riesgos a la salud para los artesanos

Para recubrir las piezas de barro se utilizan dos tipos de esmalte, con plomo y sin plomo. “En los pueblos no nos aceptan que les demos esmalte sin plomo. Ellos están acostumbrados al esmalte de hace 300 años y lo conocen y lo saborean en su comida”, comparte Genaro López García.

El proceso en el que se esmaltan las piezas con plomo llega a ser perjudicial para la salud de los artesanos, ya que cuando las figurillas son puestas en el horno para que absorban el químico, estas desprenden vapores tóxicos para quienes los inhalan e interactúan con ellos de manera directa.

Nosotros acá, la mayoría tiene niveles altos de plomo en la sangre. Ha venido la Secretaría de Salud a hacernos estudios y la mayoría está sobre el nivel, porque pues hemos estado aquí toda la vida subraya.

A partir de estos hallazgos los artesanos comenzaron a utilizar protección de seguridad a la hora de manejar este químico.

Para el artesano, quienes utilizan las ollas u otros utensilios para cocinar, es decir, los compradores, no corren riesgos respecto a la toxicidad del material, ya que para que este químico se desprenda necesita ser calentado a más de mil grados centígrados, lo que no ocurre en su uso cotidiano.

¿Cómo es el proceso de producción?

El proceso de producción de los utensilios comienza cuando los artesanos reciben el barro con el que trabajan, el cual es traído del municipio de Amozoc. La materia prima les llega en pedazos grandes, similares a las piedras, y ellos los parten en pequeños trozos que convierten en polvo con la ayuda de trituradoras; posteriormente el resultado es vertido en cazuelas y combinado con agua para lograr una consistencia de masa.

Dicha mezcla se tiene que dejar reposar 24 horas para que absorba apropiadamente el agua y el material tenga una naturaleza superior. Pasado este tiempo se combina el resultado con polvo de barro para que sea más maleable; posteriormente se hacen esferas de la mezcla, las cuales se dejan descansar por dos días o más. Entre más tiempo se deje reposar, la calidad será mayor para las artesanías que se elaboren.

Existen dos tipos de barro, el que se utiliza para elaborar en el torno (herramienta utilizada para hacer figuras a mano cuya base gira), llamado “barro fino o barro de rueda” y el “barro de mano” que es utilizado para hacer cazuelas, además de que se tiene que hacer uso de moldes a la hora de trabajarlo.

Después de que se les dio forma a las artesanías, tienen que ser dejadas en cuartos a deshidratarse para que se endurezcan. Cuando terminan este proceso son llevadas al exterior a absorber el calor del sol, para posteriormente ser metidas al horno de leña. Sin embargo, la temporada de lluvias representa un obstáculo para los alfareros, ya que la humedad no permite que las piezas se sequen de manera adecuada, por lo que esta parte del proceso se puede extender hasta 15 días.

Los artesanos comenzaron a utilizar protección de seguridad a la hora de manejar los químicos, sin que sean peligrosos para las personas que los usan. Foto: Julio César Martínez / El Sol de Puebla

Cuando las artesanías están secas, son metidas al horno para que se cuezan por un tiempo que oscila entre cinco y seis horas. El proceso de cocción es meticuloso, la temperatura del horno aumenta de manera paulatina para que la pieza comience a coserse y cuando llegue a su temperatura más alta, que es de entre 500 y 600 grados centígrados, la pieza esté firme.

Una vez que las piezas fueron cocidas, son esmaltadas y reingresan al horno para su última fase. Este proceso consiste en la aplicación de químicos con el objetivo de que adquieran su característico brillo.

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La fábrica cuenta con cuatro hornos distintos que tienen diferentes características y propósitos. Uno es para piezas pequeñas y medianas; otro para la loza negra; el más grande, que tiene una profundidad aproximada de 3.60 metros, es utilizado principalmente para cazuelas, al que le caben más de diez de diferentes tamaños, y el último de gas, utilizado para el esmalte sin plomo.

El Centro Alfarero del Barrio de La luz, ubicado en la Avenida Juan de Palafox y Mendoza, entre las calles 14 y 16 Sur, es una de las últimas casas alfareras de la ciudad de Puebla, donde sus integrantes han transmitido durante 10 generaciones el conocimiento de la elaboración artesanal de productos de barro.

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En esta casa, conformada por 30 integrantes, todos parte de la familia de Genaro López García (quien le concedió una entrevista a este diario), se dedican a la elaboración artesanal de utensilios como cazuelas, ollas, macetas, cántaros, platos y distintos productos de acuerdo a la época del año.

López García narra que desde pequeño aprendió este arte y lleva cerca de 50 años dedicándose a este oficio. Fue su padre quien se lo enseñó, de la misma forma como él se lo transmitirá a sus hijos y otras generaciones. Al igual que su hermano, Armando López García, se ha dedicado desde niño a trabajar en el torno (herramienta giratoria utilizada para moldear el barro), talento que lo llevó a ser ganador de un concurso del Fondo Nacional para el Fomento de las Artesanías (FONART) y acreedor al premio de 10 mil pesos.

Genaro indica que su familia lleva cerca de 10 generaciones dedicándose a la alfarería, siempre en esta colonia del centro de la ciudad de Puebla. Recuerda que en su niñez las familias dedicadas a esta actividad abundaban en la zona, pero con el paso del tiempo se han desvanecido, hasta el punto de que la casa de la familia de Genaro López García es de las últimas.

Desaparición de la tradición

En la actualidad ya no hay tanta gente que se dedique a la producción de estas artesanías, con el paso de los años se les han presentado diferentes desafíos a quienes se dedican a mantener viva esta tradición, desde la falta de interés de las generaciones más jóvenes hasta la desaparición de las casas alfareras de la zona.

En la otra calle, que comienza esta esquina y empieza la otra calle, esa casa era de alfarería, pero como hay muchas escuelas acá atrás, la estaban expropiando para poner un OXXO o hacer escuelas, aquí (la casa en la que se encuentran) la querían expropiar para hacer un colegio de arquitectos, pero pues no nos dejamos señala Armando López.

El artesano ha intentado enseñarle a su hijo el oficio del torno, pero este proceso se ha complicado debido a que él está enfocado en sus estudios, por lo que no puede practicar de manera constante.

Además de que la costumbre de cocinar con utensilios de barro se está desvaneciendo, como lo señala Armando: “se ve que las mujeres de ahora ya no guisan en una cazuela (de barro), ya todo es desechable, digámoslo así, pero anteriormente, te vuelvo a repetir, la gente de antes siempre tomaba su café en un jarrito de barro, en una olla de barro preparaban el café, es otro sabor.”

Hace unos 30 años que comenzó a desaparecer el oficio en la zona, el primer motivo fue que se fueron acabando los viejos alfareros, las nuevas generaciones pues ya no les interesaba mucho ser alfareros, antes el oficio era muy matado, muy sufrido, a veces no tenías ni para comer cuando el oficio no te daba. Hoy con los hornos y con todo lo que ha pasado pues ahí la llevamos, no te digo que es un negociazo, pero por lo menos ahí te da para vivir y para comer recuerda Genaro López.


El artesano ha intentado enseñarle a su hijo el oficio del torno, pero distintas circunstancias hacen que los más jóvenes ya no lo aprendan. Foto: Julio César Martínez / El Sol de Puebla


Riesgos a la salud para los artesanos

Para recubrir las piezas de barro se utilizan dos tipos de esmalte, con plomo y sin plomo. “En los pueblos no nos aceptan que les demos esmalte sin plomo. Ellos están acostumbrados al esmalte de hace 300 años y lo conocen y lo saborean en su comida”, comparte Genaro López García.

El proceso en el que se esmaltan las piezas con plomo llega a ser perjudicial para la salud de los artesanos, ya que cuando las figurillas son puestas en el horno para que absorban el químico, estas desprenden vapores tóxicos para quienes los inhalan e interactúan con ellos de manera directa.

Nosotros acá, la mayoría tiene niveles altos de plomo en la sangre. Ha venido la Secretaría de Salud a hacernos estudios y la mayoría está sobre el nivel, porque pues hemos estado aquí toda la vida subraya.

A partir de estos hallazgos los artesanos comenzaron a utilizar protección de seguridad a la hora de manejar este químico.

Para el artesano, quienes utilizan las ollas u otros utensilios para cocinar, es decir, los compradores, no corren riesgos respecto a la toxicidad del material, ya que para que este químico se desprenda necesita ser calentado a más de mil grados centígrados, lo que no ocurre en su uso cotidiano.

¿Cómo es el proceso de producción?

El proceso de producción de los utensilios comienza cuando los artesanos reciben el barro con el que trabajan, el cual es traído del municipio de Amozoc. La materia prima les llega en pedazos grandes, similares a las piedras, y ellos los parten en pequeños trozos que convierten en polvo con la ayuda de trituradoras; posteriormente el resultado es vertido en cazuelas y combinado con agua para lograr una consistencia de masa.

Dicha mezcla se tiene que dejar reposar 24 horas para que absorba apropiadamente el agua y el material tenga una naturaleza superior. Pasado este tiempo se combina el resultado con polvo de barro para que sea más maleable; posteriormente se hacen esferas de la mezcla, las cuales se dejan descansar por dos días o más. Entre más tiempo se deje reposar, la calidad será mayor para las artesanías que se elaboren.

Existen dos tipos de barro, el que se utiliza para elaborar en el torno (herramienta utilizada para hacer figuras a mano cuya base gira), llamado “barro fino o barro de rueda” y el “barro de mano” que es utilizado para hacer cazuelas, además de que se tiene que hacer uso de moldes a la hora de trabajarlo.

Después de que se les dio forma a las artesanías, tienen que ser dejadas en cuartos a deshidratarse para que se endurezcan. Cuando terminan este proceso son llevadas al exterior a absorber el calor del sol, para posteriormente ser metidas al horno de leña. Sin embargo, la temporada de lluvias representa un obstáculo para los alfareros, ya que la humedad no permite que las piezas se sequen de manera adecuada, por lo que esta parte del proceso se puede extender hasta 15 días.

Los artesanos comenzaron a utilizar protección de seguridad a la hora de manejar los químicos, sin que sean peligrosos para las personas que los usan. Foto: Julio César Martínez / El Sol de Puebla

Cuando las artesanías están secas, son metidas al horno para que se cuezan por un tiempo que oscila entre cinco y seis horas. El proceso de cocción es meticuloso, la temperatura del horno aumenta de manera paulatina para que la pieza comience a coserse y cuando llegue a su temperatura más alta, que es de entre 500 y 600 grados centígrados, la pieza esté firme.

Una vez que las piezas fueron cocidas, son esmaltadas y reingresan al horno para su última fase. Este proceso consiste en la aplicación de químicos con el objetivo de que adquieran su característico brillo.

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La fábrica cuenta con cuatro hornos distintos que tienen diferentes características y propósitos. Uno es para piezas pequeñas y medianas; otro para la loza negra; el más grande, que tiene una profundidad aproximada de 3.60 metros, es utilizado principalmente para cazuelas, al que le caben más de diez de diferentes tamaños, y el último de gas, utilizado para el esmalte sin plomo.

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