El Alto, es un antiguo barrio indígena lleno de historia y tradición. Fue uno de los primeros asentamientos de Puebla. Aquí se celebró la misa de la fundación de la ciudad el 16 de abril de 1531, en los terrenos de lo que hoy es la parroquia de la Santa Cruz.
La Plazuela del Alto, ubicada en 14 norte y 14 oriente, ha sido el corazón del barrio por siglos en los que los pobladores forjaron una historia de vida que hoy los llena de orgullo.
LA VIDA EN EL BARRIO
“Vivir en el alto era una cosa bonita, no había tantos peligros como hoy. Andábamos en la calle hasta bien tarde, mis hermanos jugaban con la pelota, la mojaban con petróleo, la encendían y la botaban; nosotras colgábamos un lazo de los postes de madera y hacíamos un columpio o jugábamos a la cuerda, éramos bastantes niños porque nos juntábamos con los de otras vecindades”, explica Cristina Martínez Meléndez, quien es la séptima de 14 hermanos de la cuarta generación de su familia paterna, que siempre vivió en El Alto.
“Las familias eran de 7, 8 o 12 hijos, mi mamá fue la que tuvo más, si había de 3 hijos pero la mayoría eran grandes. Era por vecindades y de a cuarto por familia, en la de nosotros eran 12 cuartos. Yo sigo viviendo aquí con mi hermano mayor, en la 10 oriente 1405 que antes se llamaba ´Calle de las Damas´. En esta vecindad se conocieron mis papás y nacimos todos los hermanos”, señala.
Emilio es el hermano mayor, “el viejo”, como le llaman entre ellos, él dice que “el Portalillo” de El Alto fue el ayuntamiento de Puebla, después se volvió pulquería y más tarde lo recuperó el gobierno. Refiere que Casa Aguayo era conocida como “la marranera” y por mucho tiempo fue una casa de baños públicos, después fue cuartel de soldados y soldaderas a los que llamaban “guachos” y “guachas”, y tenían sus caballerizas en donde hoy es la biblioteca Miguel de la Madrid, ahí en el atrio de San Francisco.
Irma, otra de las hermanas, comenta que cuando “la marranera” ya no era cuartel, llegaron a vivir soldados pensionados con sus esposas y, aunque le decían así a la casa, siempre estaba limpia: “los que vivían ahí se ponían de acuerdo para arreglarla y pintarla bonito. En las fiestas de fin de año, los vecinos se cooperaban para contratar a un conjunto y hacer baile. Todas las personas podían entrar a ver o bailar”.
“Uno de mis hermanos tiene un video de cómo era antes el barrio de El Alto, mero enfrente del mercado se ve la fuente de San Juan de Dios, que después pasaron al barrio del artista”, asegura Cristina.
UNA INFANCIA FELIZ
Cristina recuerda que su mamá los mandaba a catecismo a la iglesia de San Francisco y también a la misa especial para niños que era a las ocho de la mañana, porque en ambos casos, les daban un boletito que iban guardando para que el día de Reyes se los cambiaran por un regalo.
“Siempre que veníamos de regreso de San Francisco pasábamos por la paletería donde hoy es el horno de pan (sobre la 14) porque nos regalaban los conitos rotos de los helados. No nos mandaban a la parroquia de la Santa Cruz porque estaba cruzando la catorce, que antes era de dos sentidos y era peligroso”, asegura.
Irma advierte que en esa época la 14 oriente era la carretera principal, por la que subían y bajaban camiones que iban a Xonacatepec, Tecamachalco, Tepeaca o Veracruz.
Las primeras cuadrillas de huehues en Puebla fueron las del barrio de El Alto, sentencia Cristina y agrega, que en Semana Santa bailaban el lunes y el martes, y de ahí se remataba el domingo con una comida. El Jueves Santo se ponían los puestos en el jardín de San Francisco y se hacía la visita de los siete altares.
“Mi hermano menor, Francisco Javier, fue huehue y mi cuñado Andrés, fue ´encabezador´ de los huehues de El Alto junto con un señor de la 16 oriente. Ellos juntaban el dinero para pagar la comida, a los músicos y el permiso del ayuntamiento, solo podían bailar por los barrios, no podían entrar al centro como ahora”, señala.
Las hermanas recuerdan una infancia feliz en la que había mucho respeto hacia los papás y más apego entre los miembros de la familia, aunque había pobreza. Su papá Juan, trabajaba en la fábrica textil La Violeta y cuando se puso en huelga, su mamá Carmelita, empezó a lavar ropa en diferentes casas, como la de sus padrinos o en la de la comadre, todas en El Alto, y en todas ellas espantaban.
“Cuando era época de lluvia nos daban de cenar a las 7 de la noche y como no podíamos salir a jugar, nos ponían a escuchar las radionovelas o mi mamá prendía velas y nos contaba historias que daban miedo. Quién sabe por qué pero en El Alto espantaban mucho”, enfatiza Cristina.
Relata que pasaba un río por el puente de Nochebuena (hoy teatro José Recek) donde se oía la Llorona y a la calle le decían ´la quebrada´ por lo mismo, pero también se veían bolas de lumbre que su mamá les decía que eran brujas. Dice que en las noches sucedían cosas extrañas y se oía el muerto, y al otro día las vecinas salían de sus casas y comentaban entre ellas.
Los 14 hermanos tuvieron al mismo matrimonio como padrinos de bautizo, la madrina se llamaba Raquel Nanclares y el padrino Manuel Sáenz, quien era descendiente de españoles. Vivían a dos casas de la suya y tuvieron 6 hijos. Cristina dice que su mamá les platicaba que a lo mejor los compadres habían encontrado dinero en esa casa porque la comadre le platicaba todas las cosas que les pasaban, e incluso, 3 de sus hijos murieron trágicamente.
“El pasado 20 de febrero dijeron que rezáramos un rosario por la pandemia, eran las once de la noche cuando íbamos empezar y mero enfrente de la casa oímos un quejido de mujer”, advierte.
LA VIDA EN EL MERCADO
Irma asegura que, cada 8 días, sus papás iban a abastecerse de provisiones a Casa García, que estaba en la 12 poniente, pero de vez en cuando, su mamá las mandaba al mercado, a ella y a sus hermanas, por algo que le faltara para hacer de comer.
“Mi mamá nos mandaba con don Juan, al que le decían ´don calzones´ porque siempre vestía con su calzón de manta, él venía de Ciudad Serdán y vendía a buen precio jitomate, frijol, arroz y recaudo”, expone.
Dice que los Caldos Angelita eran muy conocidos y se podía comprar desde un peso, con verdura y garbanzo, y si lo querías con carne era otro precio. Había una tortillería y dos memeleras que la gente decía que vivían en “la marranera”, una tenía una trenza grande y le decíamos “la trenzuda”.
En las mañanas, por la parte de afuera, se ponían dos puestos de mole de panza y una señora que vendía tacos de moronga conocida como doña Kayla, que se murió de cirrosis y tuvo un hijo al que le llamaban “el pájaro” que era drogadicto y daba miedo.
“En la mera esquina del mercado, sobre la 14, se ponía un señor que vendía periódico, le decían ´el gallo´ porque tenía 6 dedos en un pie y no lo asentaba bien. En la noche, en esa esquina, una señora de la familia Padilla vendía elotes y chileatole, jamás he probado otro así de sabroso”, asegura Irma.
“El mercado se volvió Garibaldi hace 35 años (1986), lo recuerdo porque se me murió un hijo. Se pasaron unos de la acocota para acá y empezaron a vender comida, ya luego en la noche vendían bebidas embriagantes, y por eso empezaron a llegar los Mariachis”, sentencia Cristina.
Ahora es un mercado gastronómico, abierto día y noche, en el que venden mole de panza, chalupas, cemitas y otros platillos que se pueden disfrutar al compás de la música de Mariachi, trío o banda.