Como cada año el 5 de mayo se celebra una de las grandes hazañas en la historia de nuestro país: la Batalla de Puebla, una victoria que el Ejército mexicano tuvo sobre los invasores franceses en 1862 y la cual estuvo encabezado por el general Ignacio Zaragoza, a quien se le recuerda como uno de los grandes héroes de esta conmemoración.
Y es que, el 5 de mayo de 1862, México se vistió de gloria cuando el Ejército y guerrillas formadas por mexicanos dispuestos a defender la patria, vencieron a uno de los mejores ejércitos de la época, el francés, mismo que contaba con la dirección de Charles Ferdinand Latrille, Conde de Lorencez.
Por tal motivo, esta época del año mucho se suele hablar sobre el artífice de dicha victoria, mismo que a su vez contribuyó a que la soberanía nacional fuera respetada por naciones extranjeras: el general Zaragoza, quien dejó su cargo como ministro de Guerra para comandar el llamado Ejército de Oriente, el cual fue movilizado a Puebla para frenar el avance de las tropas francesas a la Ciudad de México.
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No obstante, a pesar de que mucho se habla sobre su valentía que lo llevó a derrotar al Ejército francés de intervención en la batalla de Puebla, en realidad poco se sabe de las tragedias que vivió en el ámbito personal en sus últimos años de vida, y en especial, después de vencer a uno de los mejores ejércitos de la época.
LAS TRAGEDIAS EN LA VIDA DE IGNACIO ZARAGOZA
A pesar de su éxito y reconocimiento militar, el oriundo de Texas, vivió diferentes desventuras a lo largo de su vida, sin embargo, las dos más trágicas las experimentó en el mismo año de la Batalla de Puebla, en 1862.
NO PUDO ACUDIR A SU PROPIA BODA
En aquellos años era difícil ser la esposa de un patriota y una muestra de esto, fue que el 21 de enero de 1857, a los 24 años de edad, Ignacio Zaragoza contrajo matrimonio con la señorita Rafaela Padilla de la Garza, quien era originaria de Monterrey, Nuevo León, sin embargo, no pudo asistir al acto matrimonial en la catedral de esa ciudad, debido a que Benito Juárez lo nombró como responsable de las fuerzas militares de San Luis Potosí, con el objetivo de controlar un levantamiento conservador.
Por tal motivo, tuvo que ser representado por su hermano Miguel Zaragoza, quien acompañó a Rafaela al altar; se dice que, el padre tuvo que preguntarle dos veces a la novia si aceptaba a Miguel en sagrado matrimonio, a lo que ella se negaba, hasta que el sacerdote rectificó su pregunta con el nombre de Ignacio y fue así como finalmente aceptó.
PERDIÓ A DOS DE SUS HIJOS
La familia Zaragoza Padilla tuvo tres hijos, dos de los cuales no sobrevivieron; el primero, Ignacio, quien falleció en 1858 e Ignacio Estanislao, en 1861. La única descendiente del general que sobrevivió fue su hija Rafaela, misma que nació 1860 y falleció 1927, siendo la más longeva de una familia en la cual la muerte era una constante.
SU ESPOSA MURIÓ
Así como para el general, 1862 representó un año de gloria, también lo fue de dolor, ya que el 13 de enero murió su esposa a causa de pulmonía, pena con la que tuvo que embarcar al mayor reto de su vida, que lo llevó a la gran victoria del 5 de mayo.
Los doctores que la revisaron definieron su afección como “un mal incurable”, por lo que el general pasó algunos días en su casa cuidando de ella, hasta que faltando tres días para la Nochebuena tuvo que volver a trasladarse a San Luis Potosí con el fin de avanzar en la organización del ejército que defendería la soberanía nacional frente a las bayonetas francesas, sin saber que sería la última vez que la vería con vida.
PERDIÓ LA VIDA MESES DESPUÉS DE LA BATALLA DE PUEBLA
El mismo año de la Batalla del 5 de mayo, 1862, a tan solo cuatro meses de su heroica hazaña, Ignacio Zaragoza se enfermó gravemente de fiebre tifoidea y murió el 8 de septiembre en esa misma ciudad; se cree que su contagio lo obtuvo durante una visita que realizo a las fuerzas liberales el 22 de mayo, en las Cumbres de Acultzingo.
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Lo anterior, debido a que cuando se dirigía hacia Acatzingo, un fuerte dolor de cabeza y fiebre atacó al general. No se preocupó, pues atribuyó ese malestar a la lluvia que durante su viaje lo empapó varias veces, pero lejos de recuperarse, la salud de Zaragoza se deterioró y así fue como falleció por enfermedad y no en batalla.