La actividad musical de la capilla de la antigua Ciudad de los Ángeles fue promovida cuando la diócesis de Tlaxcala cambio de sede, en 1539.
La capilla contaba con un buen número de niños cantores que vivían en el seminario, lo que acarreó serios problemas en la instrucción de los internos de mayor edad. Entonces se planteó la necesidad de establecer un colegio para que los infantes recibieran su enseñanza aparte.
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El Colegio de Infantes de Santo Domingo Mártir fue fundado en 1694 por el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, para establecerlo compró la casa número 205 de la Avenida 3 Oriente, que por dos siglos fue conocida como la Casa de los Infantes y hoy es propiedad de El Sol de Puebla.
Enseñanza musical novohispana
El Colegio de Infantes era una institución, reglamentada y estructurada, dedicada a la enseñanza musical y a la formación de los mozos del coro de la catedral. Su finalidad era formar ministros útiles para la iglesia, porque al crecer, era común que los niños se dedicaran a ella.
Además del estudio del canto gregoriano (canto de la iglesia católica) y la doctrina religiosa, en el colegio se les enseñaba a los niños a leer, a escribir, gramática, aritmética y el servicio al altar.
En la época novohispana los niños de coro eran conocidos como infantes o mozos, más tarde fueron llamados seises, por su número de integrantes. Su función era realzar las liturgias como acólitos o cantores, o ambas.
Cuando la diócesis de Tlaxcala cambió de sede a la antigua Ciudad de Los Ángeles, en 1539, se promovió la actividad musical de su capilla que contaba con una buena cantidad de niños de coro.
En el libro MUSICAT, editado por la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), cuya investigación está basada en los expedientes relativos al Colegio de Infantes de Puebla y forman parte del Archivo del Cabildo de la Catedral, se lee que hacia 1552, se hizo una contratación numerosa de niños de coro con un salario de cinco pesos de minas por año, que aunque modesto, era de gran ayuda para las familias, sobre todo si se toma en cuenta que los niños recibían educación y vestido.
También se lee que en 1556, se nombró a un cantor como maestro de los infantes con un sueldo de 30 pesos, quien además de canto, tenía que enseñarles a leer y a escribir. En 1571, ya se hace referencia al maestro de capilla y, al año siguiente, se nombra a Cristóbal de Aguilar como organista y maestro de mozos.
Sin más datos acerca de los músicos de la catedral (conocidos también así los niños del coro) durante su primer siglo de vida (1539-1639), cuando el obispo Juan de Palafox y Mendoza llegó a la ciudad, en 1640, realizó las acciones para que se les diera una educación acorde a la carrera de religiosos y músicos de coro, que más adelante profesarían.
“Para ser un mozo de coro los niños tenían que tener gusto por la música y facultad para el canto. Eran admitidos a partir de los 6 o 7 años de edad, y salían a los 12 años o cuando su voz cambiaba”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.
Cuando Palafox y Mendoza fundó los seminarios tridentinos, la enseñanza musical era impartida por el maestro de capilla Juan Gutiérrez de Padilla, y los niños de coro vivían como internos con los seminaristas del Colegio de San Juan y San Pedro.
El investigador refiere que, la diferencia de edad con los seminaristas, acarreó serios problemas en la instrucción de unos y otros, porque los niños eran traviesos. Entonces el obispo determinó que no podían vivir juntos y se planteó la necesidad de establecer un colegio para que los niños recibieran su instrucción aparte.
La casa de los mozos del coro
Puebla tuvo que esperar la llegada del obispo Manuel Fernández de Santa Cruz (1676-1699) para tener un Colegio de Infantes en donde se instruiría a los niños cantores de la catedral.
“El obispo buscó un inmueble que estuviera cerca de la catedral y que se pudiera adaptar como internado para los niños. Compró una casa en la acera sur de la antigua calle de la Aduana Vieja, (hoy Avenida 3 Oriente 205). Fundó el Colegio de Infantes con advocación a Santo Domingo Mártir y puso al frente como superintendente al chantre de catedral (director del coro), quien decidía qué niños entraba o salían del coro con la aprobación del cabildo catedralicio, que era el patronato de la institución”, puntualiza el investigador.
Dicha casa, había pertenecido al mercader Miguel Díaz, pero cuando el obispo Fernández de Santa Cruz la compró, el 4 de enero de 1694, el inmueble era propiedad de las religiosas de Santa Mónica, quienes los arrendaban para beneficiarse con ello.
“El colegio se instituyó para becar a dieciséis niños que tomaban lecciones de canto, música, gramática y primeras letras. Para garantizar la subsistencia del colegio el obispo lo dotó con bienes patrimoniales suficientes que sufragaban los gastos de mantenimiento. Su educación estaba garantizada al regirse por sus propios estatutos y constituciones emitidas por el obispo”, expone Arturo Córdova Durana, historiador analista del Archivo General Municipal de Puebla (AGMP) y miembro del Consejo de la Crónica del Estado.
De los dieciséis monaguillos, diez tenían función de acólitos, ayudaban en las misas y estaban en la cabecera del coro. Los otros seis, conocidos como seises, tenían las mejores voces, asistían al facistol (atril donde se pone el libro de canto), y aprendían música de canto gregoriano y órgano.
De esta forma, el Colegio de Infantes de Santo Domingo Mártir, se convirtió en la primera institución de la Nueva España destinada a la instrucción del canto para servir en el coro de la catedral. Treinta años después, en 1725, se fundó el de la Ciudad de México.
El historiador dice que el obispo Manuel Fernández de Santa Cruz, dispuso que para ingresar al colegio los niños debían demostrar que eran españoles. Las constituciones que lo regían eran exigentes en cuanto al estudio pero bastante relajadas en otros aspectos como la siesta, los juegos y las visitas familiares.
Cuando los niños tenías necesidad de salir a los oficios de la catedral o a algún otro menester, lo hacían vestidos con su uniforme, que era una indumentaria roja con becas azules (faja de paño que cruza por delante del pecho que significaba que gozaban de beca para sus estudios) y bonetes (especie de gorra con cuatro picos y una borla central roja).
Entonces la calle (3 Oriente) que durante un siglo y medio fue conocida como calle de la Aduana Vieja, se comenzó a llamar “Calle de los Infantes”.
Después de la muerte de Juan Gutiérrez de Padilla, director del coro, la capilla de la catedral fue dirigida por músicos de la talla de Juan García Céspedes, Antonio Salazar y Matheo Dallo y Lana. Por actas de cabildo, se sabe que algunos de los infantes pasaron a ser músicos destacados tanto en la catedral de Puebla como en otras catedrales novohispanas.
De casa de infantes a sede sindical
Los infantes habitaron la casa de la 3 Oriente 205 hasta 1894, cuando se trasladaron al Colegio de San Pablo (7 Oriente 1, Casa de la Cultura). Alrededor de 1902, se pasaron al edificio contiguo a la que fuera la capilla de Los Aguadores (a un costado la catedral, acera norte de la 5 Oriente), donde permanecieron hasta agosto de 1914, cuando arribaron las tropas carrancistas a Puebla.
La Casa de los Infantes perteneció al cabildo catedralicio hasta que la nacionalización de bienes eclesiásticos decretada por las Leyes de Reforma, afectó su régimen de propiedad.
“La posesión del inmueble fue adjudicado al gobernador de Puebla, Ignacio Romero Vargas (1869-1872). A su muerte, la compró el canónigo José de la Luz Peláez del Llano, y los siguientes propietarios también fueron religiosos: el padre Francisco de Asís Miranda, el canónigo Juan N. Guarneros, y el padre Ignacio Rodríguez Rebolledo”, detalla Córdova Durana.
“Después, la casa la compró la Fundación La Piedad, S.A., institución creada al amparo de la iglesia e integrada por seglares de confianza allegados a ella para proteger sus bienes patrimoniales. Desde 1920, el régimen de propiedad del inmueble es privado”, concluye.
Durante la segunda mitad del siglo XX, el general José García Valseca, quien fundó El Sol de Puebla en 1944, adquirió las casas contiguas al número 201 de la Avenida 3 Oriente para satisfacer las necesidades de expansión de la editorial. En el inmueble con número 203, instaló y echó a andar la primera rotativa Gross de cuatro pisos que funcionó en la ciudad; y en el número 205, la antigua Casa de los Infantes, estableció la “Casa del Voceador de Puebla”, edificio que actualmente es sede del SUTESPSA, Sindicato Único de Trabajadores y Empleados de El Sol de Puebla, S.A.