Tras el prolongado asedio francés que había dejado muerte y destrucción, el gobierno provisional que se formó cuando los franceses tomaron Puebla, el 19 de mayo de 1863, se encargó de reorganizar y reconstruir la ciudad.
La Angelópolis había sido una metrópoli de abolengo con un decoro señorial engalanado por su pulcritud y arquitectura. Su población, sufrió penurias durante las primeras seis décadas del siglo XIX, porque Puebla fue sitiada en repetidas ocasiones.
La visita de Maximiliano de Habsburgo y su esposa Carlota de Bélgica, a Puebla, en junio de 1864, despertó júbilo entre los habitantes y un gran entusiasmo en la sociedad poblana, que se volcó para recibirlos y agasajarlos con un baile suntuoso nunca antes visto en la ciudad.
¿Qué pasó después del asedio francés?
En 1863 la milicia francesa regresó por la revancha a Puebla tras haber sido humillada por el Ejército de Oriente en la batalla del 5 de mayo. La repercusión, fue una ciudad sitiada e incomunicada durante 62 días de combate que terminó con la rendición de las fuerzas nacionales a falta de pertrechos de guerra, pero sobre todo por hambre.
Pese a toda la destrucción y muerte que dejó el sitio, la estrategia militar y el plan de fortificación de la ciudad rindieron frutos, porque a los franceses les había sido imposible llegar al Palacio Municipal para establecer el gobierno provisional, que fue antesala del imperio francés, y que se encargó de realizar los preparativos para recibir con diversas actividades y un baile nunca antes visto en la ciudad, al emperador Maximiliano y a la emperatriz Carlota.
“Los franceses estuvieron combatiendo dos meses, es decir, sesenta días para avanzar cuatro cuadras (de las calles 11 a la 3, hacia el sur), no pudieron llegaron más allá. Murieron más de diez mil soldados mexicanos que defendieron casa por casa y hasta cuarto por cuarto, y sin tener que comer. Se calcula que 5 mil efectivos del Ejército Mexicano se mudaron de bando por hambre, a cambio de un mendrugo de pan o lo que fuera de comer. El Sitio de Puebla es una deuda histórica que tenemos con los héroes militares y civiles que lo vivieron”, expone Pedro Mauro Ramos Vázquez, jefe de cronistas del estado de Puebla.
El sitio había iniciado el 16 de marzo y se extendió hasta el 17 de mayo, cuando Jesús González Ortega, general al mando del Ejército de Oriente, le entregó la ciudad de Puebla al jefe del Ejército Francés, Elías Forey.
González Ortega disolvió simbólicamente al ejército mexicano y ordenó destruir el armamento militar y las banderas utilizadas durante el sitio con el fin de impedir que la tropa francesa obtuviera trofeos.
Ramos advierte que, Forey solicitó que los jefes de la milicia mexicana firmaran un documento en el que se comprometían a no abandonar la ciudad y a no involucrase en actos de sublevación en contra de la autoridad francesa, pero ninguno de ellos accedió. Fueron arrestados y conducidos a Veracruz para embarcarlos a Francia y mantenerlos cautivos. En el camino muchos se escaparon y después se juntaron para intentar restablecer la República (1867).
Eran 26 los jefes que se entregaron como prisioneros de guerra y que no firmaron el documento argumentando que las leyes del país impiden contraer compromisos que quebranten la dignidad del honor militar y por su propia convicción.
Además de Jesús González Ortega y Porfirio Díaz, figuran otros como Felipe Berriozábal, Ignacio de la Llave, Francisco Lamadrid, Epitacio Huerta, Pedro Hinojosa, Joaquín Colombres, José María Patoni, Mariano Escobedo, Florencio Antillón, Domingo Gayosso, Antonio Osorio, Jesús Loera y Pedro Rioseco.
Establecimiento de poderes y reordenamiento de la ciudad
Pedro Mauro refiere que el 19 de mayo de 1863, Elías Forey y su ejército entraron a la ciudad de Puebla que lucía completamente destruida (al poniente). Pasaron a misa a la catedral en donde se celebró un tedeum, que es un himno solemne de acción de gracias de la iglesia católica muy acostumbrado en esa época.
El aspecto de la ciudad era penoso, había ruinas y desolación por todas partes, cadáveres mal sepultados y familias padeciendo hambre. Las autoridades comenzaron a organizar la administración, y ocho días después de haber sido ocupada la ciudad por los franceses, ya se había organizado el Ayuntamiento y casi todas las oficinas, según consta en el Periódico Oficial del Estado del 29 de agosto de 1863.
Asimismo, se repararon edificios y cañerías públicas, se limpiaron las calles y los cuarteles y conventos que albergaron a las tropas mexicanas durante el asedio francés. También se mejoró el alumbrado y entonces, la gente comenzó a salir a las calles a pasear.
“La ciudad se tenía que limpiar para después remozar y poder recibir a Maximiliano y Carlota. Se retiraron los escombros y las barricadas, se taparon las trincheras, más tarde se adoquinaron las calles y se pintaron las fachadas. Ese trabajo lo hicieron los poblanos que sirvieron como ´elementos de carne´ de trabajos forzosos para volver a ordenar la ciudad”, detalla Ramos.
En cuanto a la salubridad de la ciudad había que tomar medidas. Los cuerpos de los combatientes habían quedado mal sepultados, casi a ras del suelo, y eran foco de infección. El Ayuntamiento nombró al alcalde segundo sustituto, José María del Castillo Sánchez, como comisionado para proponer un terreno que se destinaría para cementerio de los franceses caídos, y lo encontró en San Pablo de los Naturales (Acta de Cabildo del 17 de agosto de 1863. Vol. 139, f. 19 vta).
El cronista dice que las tropas francesas comandadas por Elías Forey habían entrado a la Ciudad de México, el 10 de junio de 1863, sin tirar un solo balazo. Formó la Junta Superior de Gobierno, conformada por Juan Nepomuceno Almonte (hijo de José María Morelos y Pavón); el arzobispo de México, Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos; y el general Salas, para ejercer el Poder Ejecutivo que regiría el destino de la nación hasta establecerse un poder definitivo.
“Forey regresó a Francia por órdenes de Napoleón III, quien lo distinguió con el grado de mariscal, pero dejó a Aquiles Bazaine (su segundo al mando) a cargo de las fuerzas francesas en México. Él comenzó a reordenar la ciudad y se encargó de preparar todo para establecer el imperio”, puntualiza.
Los galos en Puebla y la adopción de la monarquía
Cuando los franceses tomaron la ciudad se alojaron en las viviendas de los poblanos. Dependiendo del grado militar que tenían era el tamaño del espacio que recibían. Incluso, se nombró una comisión a cargo de los señores Suárez Peredo y Castillo Sánchez, que se encargó de regularizar el gravamen de alojamiento de las autoridades francesas (Acta de Cabildo del 5 de junio de 1863. Vol. 130, f. 10 fte).
“Las nuevas autoridades hicieron un documento que se llamó Acta de Adhesión a la Intervención que tenía que firmar toda la población para validar al nuevo gobierno”, asegura la maestra María de la Cruz Ríos Yanes, ex directora del Archivo General Municipal de Puebla (AGMP), quien coordinó la publicación Testimonios Heroicos de la Puebla de Zaragoza en el AGMP 1857-1980, editada por la BUAP, en la que se catalogaron 1,233 documentos históricos alusivos al Sitio de Puebla.
Refiere que dentro de la catalogación hay documentos escritos en español y en francés, porque el gobierno imperialista conservó toda la documentación que había, no desapareció ni destruyó la información que se resguardaba en el AGMP desde la fundación de la ciudad (1531), al contrario, el acervo se acrecentó.
“Por eso sabemos lo que sucedió. La población estaba amenazada, los franceses tenían el derecho de registrar las casas para verificar que los habitantes no tuvieran armamento, uniformes militares, o caballos que hubieran pertenecido al Ejército de Oriente, y de ser así esas personas podían ser pasadas por las armas”, advierte.
En septiembre de 1863 se nombró a Fernando Pardo como prefecto político de la ciudad, autoridad sobre la que recaerían los asuntos de administración y seguridad interna del estado, para proteger los intereses de los imperialistas.
La maestra dice que en un documento de Cabildo del 12 de julio de 1863, se da a conocer que la Nación adoptaría la monarquía moderada hereditaria con un príncipe católico como emperador, el cual sería el archiduque de Austria, Fernando Maximiliano.
En febrero de 1864, la Secretaría del Estado y la Prefectura Política de Puebla, a través de una circular, comunicaron la noticia oficial de que el archiduque Fernando Maximiliano de Austria, aceptó el trono de México y llegaría al país en mayo, para ocuparlo.
Ríos Yanes subraya que dentro de toda la información que se catalogó para el libro Testimonios Heroicos de la Puebla de Zaragoza en el AGMP 1857-1980, hay actas y documentos de Cabildo, leyes y decretos, minutas, expedientes, archivos del Periódico Oficial y anexos, que detallan los hechos del antes y después del Sitio de Puebla, así como la posterior llegada de los emperadores a la ciudad y su estancia en el país.
Preparativos para la recepción de los emperadores
Puebla sería la primera ciudad del país en recibir a los soberanos y se avisó a la población que el día 6 de junio arribarían a la Angelópolis, para lo que se organizó un programa de solemnidades que incluyó cerrar los comercios por tres días y decorar e iluminar las casas.
La prefectura municipal declaró tres días de festividad cívica, el primero por el arribo de los emperadores a la ciudad, y el segundo, el 7 de junio, por ser el cumpleaños de la emperatriz Carlota, esposa de Maximiliano.
Para alojar a los emperadores durante su estancia, se destinó la casa de campo de Xonaca (barrio) que había pertenecido Francisco Pablo Vázquez y Sánchez Vizcaíno, obispo de Puebla de 1831 a 1847.
El inmueble, situado a un costado del templo de la Candelaria, fue utilizado como casa de campo por el obispo. Contaba con entrada para carruajes, patio con fuente y jardín central, diversas habitaciones y una cocina amplia decorada con talavera de la época que se conectada a un comedor. Los emperadores se sintieron tan cómodos en ella que pernoctaron ahí en varias ocasiones durante su estancia en México.
Al pisar tierras mexicanas, el 28 de mayo de 1864, el emperador Maximiliano firmó en Veracruz una proclama dirigida a la Nación en donde externó sus deseo de que el país mejorara para lo que pidió olvidar rencillas del pasado. Así, emprendió el viaje a Puebla, junto con su esposa y su comitiva.
Días de fiesta para recibir a los soberanos
El emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa, la princesa Carlota, llegaron a Puebla la noche del 5 de junio de 1864. Fueron recibidos en el puente de Alseseca, en medio de cohetes y el repicar de campanas. Después fueron dirigidos hacia la casa de campo en donde serían alojados.
A las 10 de la mañana del día 6 de junio, el cañón del Fuerte de Guadalupe anunció el arribo a la ciudad de Maximiliano y Carlota, emperadores de México. Tuvieron un gran recibimiento, por donde pasaban había vallas de personas que los alagaban con flores y versos escritos para mostrarles respeto y gratitud.
Los emperadores entraron a la ciudad por la calle del Alguacil Mayor (8 Oriente, entre el río San francisco y 4 Norte) donde se levantó un vistoso arco triunfal con el escudo del Imperio en su parte superior; otro arco, dedicado a Carlota, estaba en la entrada de la calle de Mesones (8 Oriente, entre 4 y 2 Norte); y en la esquina de la primera calle de Mercaderes (2 Norte y Juan de Palafox), se erigió otro arco monumental que el Ayuntamiento dedicó a Maximiliano. Además, todas las calles por las que pasaron fueron adornadas con banderas y escudos.
Arribaron a la catedral y fueron recibidos por el prelado diocesano. En el atrio estaban autoridades y vecinos deseosos de conocerlos. Al terminar el oficio religioso se dirigieron al Palacio Episcopal (5 Poniente, edificio de correos) donde fueron recibidos por el prefecto de la ciudad.
Por la tarde, sus majestades visitaron el hospital de San Pedro y el orfanatorio de San Cristóbal. La noche se iluminó con las luces de las casas y edificios públicos, el Palacio Episcopal lucía soberbio para recibirlos nuevamente a las 7 de la noche, porque se serviría una cena en su honor. Después, se dirigieron a la Plazuela de San José en donde la artillería francesa los deleitó con fuegos artificiales.
Las lágrimas de la emperatriz
Al día siguiente, 7 de junio, Carlota de Bélgica cumplió 24 años, por lo que acudió a una misa en la catedral. Después, junto con el emperador Maximiliano y su comitiva, fueron al Palacio Episcopal desde donde disfrutaron un desfile militar.
El investigador David Ramírez Huitrón, refiere que la emperatriz solicitó conocer el lugar de los enfrentamientos del Sitio de Puebla, porque habían leído crónicas y querían saber en dónde había combatido su ejército de más de 30 mil soldados. Primero fueron llevados al antiguo Colegio de San Javier o ex penitenciaría (avenida Reforma y 13 Sur), y después al edificio del antiguo colegio de San Ildefonso u Hospicio para Pobres (avenida reforma y 7 Norte).
“Para Carlota fue una impresión muy grande ver destruida la parte poniente de la ciudad y el edificio en ruinas, se conmovió hasta las lágrimas. Cuando preguntó cuál era la función del edificio le dijeron que era el Hospicio de Pobres, donde atendían a niños y ancianos. Entonces se quitó las alhajas, se las entregó al prefecto y le dio la orden de que se reconstruyera el hospicio de inmediato”, detalla.
“Maximiliano también quedó impresionado al ver la penitenciaría destruida porque era un edificio enorme que apenas se sostenía. Dio instrucciones para que se reedificara y lo mismo el camino a la Ciudad de México (Reforma)”, concluye el investigador.
Alrededor de las 10 de la noche de ese día, los emperadores llegaron a la antigua Alhóndiga (hoy hotel) en el pasaje del Ayuntamiento, donde los esperaba la elite poblana porque se celebraría un baile en honor a la emperatriz.
El fastuoso baile en honor a Carlota
María Elsa G. Hernández Martínez, directora del Museo Universitario, dice que el baile en honor de su majestad, la emperatriz Carlota, fue uno de los más suntuosos que se había ofrecido en la ciudad, desde su fundación.
“Ella celebraba su vigésimo cuarto aniversario ante la sociedad poblana, por lo que la concurrencia fue numerosa. Todos querían estar ahí, además era una oportunidad para lucir a las hijas y concertar futuros matrimonios, así conseguir un yerno francés con ilustre apellido”, señala la maestra.
Refiere que la fachada gris de la Alhóndiga resaltaba con los faroles y vivos colores que la iluminaban. Desde la calle de la Carnicería (2 Oriente) se extendía una alfombra de flores naturales que llegaba hasta el pie de la escalera, en donde orgullosos, los caballeros les ofrecían su brazo a las señoras y señoritas.
Cuando se avisó la entrada de los emperadores, como por arte de magia los caballeros se replegaron hacia los huecos disponibles mientras las señoras se pusieron en fila con las manos cruzadas sobre su cintura.
Carlota dejó impresionada a la concurrencia por su juventud y belleza, asegura la maestra, quien además detalla, que para la celebración, la emperatriz portó un vestido de seda blanco y una corona de diamantes y esmeraldas, realzadas con dos rosas blancas. En su cuello lucía una gargantilla de brillantes y en sus muñecas brazaletes de oro con esmeraldas.
Al entrar al salón, ella se separó del emperador para recorrer lentamente la fila de damas, a quienes iba haciendo cumplidos. Al terminar el recorrido los soberanos ocuparon el trono que se había dispuesto en el estrado, al centro del salón.
La cuadrilla de honor y la despedida de los soberanos
“El mariscal de Palacio, Juan Nepomuceno Almonte, dispuso que se bailara la cuadrilla de honor. El emperador bailó con la señora Osio de Pardo, el general Brincourt con la señora Navarrete de Marrón, la emperatriz con el señor Fernando Pardo, el general Wall con la señora Coto de Tapia, Juan E. de Uriarte con la señora Pardo de Pardo, el ministro Arroyo con la señorita Almonte, el coronel Jenningros con la señora Marrón de González. Los demás, se quedaron pegados a la pared observando el brillante espectáculo y un poco despechados porque no se les había tomado en cuenta”, señala la maestra.
Cuando finalizó la cuadrilla oficial, Maximiliano invitó a los presentes a participar del baile en el que todos se apuntaron gustosos. Mientras la emperatriz platicaba con las damas presentes, él invitaba a valsear a varias de ellas.
“Esa noche, doña María Josefa Almendaro de Velasco, fue la única nombrada como dama de Palacio de la emperatriz Carlota. A media noche, sus majestades, Maximiliano y Carlota, se despidieron y dieron las gracias por la fiesta. Entre vivas y aplausos bajaron las escaleras para abordar su carruaje y dirigirse a la casa de campo. El baile fue calificado como notable, cosa de otro mundo”, puntualiza Hernández.
Al día siguiente, el emperador Maximiliano de Habsburgo y su esposa, la princesa Carlota de Bélgica, siguieron su camino hacia la capital del país para tomar posesión del Imperio Mexicano.
Pero antes de abandonar la ciudad, el emperador donó la cantidad de mil pesos destinados para los hospitales y para las personas pobres de la ciudad, y la emperatriz aportó siete mil pesos para la reconstrucción del Hospicio para Pobres.