En la historia de la religión católica existe un oscuro capítulo que revela uno de los pasajes más extraños del papado. Este evento podría ser sacado de algún libro o película de horror, pero ocurrió en la vida real.
Este fue el juicio del papa Formoso, una figura muy importante dentro del clero siglos atrás, que luego de su fallecimiento, las autoridades consideraron que sus faltas fueron tan graves, que ni la muerte lo libraría.
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Existen muchas leyendas e historias detrás de este dogma, como lo es el archivo histórico del Vaticano, uno de los lugares más custodiados del mundo, al que solo un número limitado de personas acceden, pero el caso del juicio del cadáver, no pudo ser ocultado al resto mundo.
CONCILIO CADAVÉRICO
En el año 897 d.C. en Roma Italia, fue celebrado el ‘Concilio Cadavérico’ o también nombrado como el ‘Sínodo del Terror,’ un juicio eclesiástico póstumo en contra del papa Formoso. Se realizó en la Basílica de San Juan Letrán.
Detallan los historiadores que el papa Formoso desde que inició sus labores como al frente de Roma, fue criticado en repetidas ocasiones, tiempo después tuvo una muerte violenta y rápida, aunque hasta ahora no se sabe con exactitud cómo pasó.
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Su lugar lo ocupó Bonifacio VI, quien solo duró dos semanas, ya que fue reemplazado por Estaban VI, él fue quien inició con la idea de sentenciar a su difunto antecesor ya que lo acusaba de cometer perjurio y obtener ilegalmente su puesto.
Esteban VI solicitó que desenterraran el cuerpo, que llevaba nueves meses bajo la tierra, lo prepararon para el proceso, lo vistieron con los ornamentos papales, y lo sentaron amarrado en el tribunal eclesiástico.
Un diácono le fue asignado al occiso para que respondiera en nombre de su santidad. Al final resultó culpable, como resultado anularon todos sus actos como papa, le quitaron la ropa, le arrancaron los tres dedos con los que daba bendiciones y sus restos fueron llevados a un lugar privado.
Tiempo después en el año 904 d.C. fue juzgado y sentenciado nuevamente, en consecuencia, su cuerpo fue tirado al río Tíber, uno de los más grandes de Italia, desde entonces no se sabe qué pasó con él, investigadores señalan que los pobladores cuentan una leyenda de un pescador que encontró los restos, se los llevó y los escondió.