/ sábado 11 de marzo de 2023

El mayor robo sacrílego del siglo XX en Puebla | Los tiempos idos

En noviembre de 1952 ocurrió el mayor robo a una iglesia del que se tuviera memoria en la ciudad

En noviembre de 1952 ocurrió el mayor robo sacrílego del que se tuviera memoria en la ciudad. La iglesia de Santiago Apóstol, ubicada en 15 Sur y 17 Poniente, fue profanada. La imagen de la Virgen del Sagrado Corazón que ahí se veneraba fue desgarrada para despojarla de sus alhajas y milagros de oro con los que estaba cubierta. Además, los hampones cargaron con todo lo de valor que pudieron obtener.

El cuantioso robo no solo causó la indignación del párroco de la iglesia, monseñor Rafael Figueroa Ortega, mejor conocido como “Chanclas de Oro”, también de toda la sociedad poblana que había desbocado su fervor mariano en esta virgen, olvidando la advocación del templo al apóstol Santiago.



Monseñor Figueroa Ortega muestra los desgarros de la pintura original de la Virgen del Sagrado Corazón que los ladrones destruyeron por arrancarle los milagros de oro que tenía colgados | Foto: Colección Gustavo Velarde Tristchler

Se descubre el robo

Minutos antes de la 5 de la mañana del jueves 27 de noviembre de 1952, el sacristán de la iglesia de Santiago Apóstol, Carlos Romero de Vélez, quien vivía en una habitación contigua a la pequeña capilla de la Virgen de Guadalupe de dicho templo, se levantó para iniciar sus labores diarias y preparar la misa de 6 de la mañana, expone el investigador Gustavo Velarde Tritschler.

Refiere que al llegar a la capilla se dio cuenta que el aldabón de acceso estaba volado, y al entrar, en su interior encontró regada la ropa que había sido donada por los fieles para los damnificados de Tabasco, que habían sufrido la mayor inundación de esa época cuando el agua del río Grijalva llegó al centro de Villahermosa.

Al encender la luz y entrar a la nave principal, el sacristán se percató de que el portón que da al atrio estaba entreabierto. Sin pensarlo salió corriendo a toda prisa hacia la casa del vicario de la iglesia, el padre Silvino Figueroa, quien vivía cerca, en la 19 Poniente. Al regresar con él al templo, se dieron cuenta de la tremenda profanación que una banda de rufianes había perpetrado, hecho que fue comunicado de inmediato al párroco, monseñor Rafael Figueroa Ortega.

"El Chanclas de Oro”

Originario de Ciudad de México, pero poblano por adopción, monseñor Figueroa Ortega llegó a la parroquia de Santiago en los años treinta (siglo XX), como vicario ecónomo, y más tarde se convirtió en párroco. Cuando esto sucedió, comenzó su apostolado comprando en abonos una imagen de la Virgen del Sagrado Corazón, de la que era muy devoto.

“Su gran amor a esta virgen inspiró a los creyentes del barrio y de toda la ciudad que desbocaron su fervor mariano en ella olvidando la advocación del templo al apóstol Santiago”, señala el investigador.


La virgen fue honrada con cultos especiales por los favores otorgados a los devotos que cada martes hacían caravanas para visitarla, asegura, y agrega que por este motivo la pintura estaba llena de milagros de oro que los creyentes le colgaban por las mercedes concedidas.

El padre recibió el sobrenombre de “Chanclas de Oro”, no porque utilizara este tipo de calzado, sino porque proclamaba humildad, pero él no la practicaba. Esa era la apreciación de los fieles e incluso de los feligreses más adinerados de la iglesia, con quienes estableció buenas relaciones.

De hecho, el sacerdote también mantuvo buenas relaciones con las más altas autoridades eclesiásticas de México y el Vaticano. Quizá porque cuando era pequeño y bajo la protección del entonces Arzobispo de Puebla, doctor Enrique Sánchez Paredes, ingresó al Seminario Conciliar Palafoxiano y después se fue a España a realizar sus estudios teológicos.

“En su carácter de párroco, monseñor Figueroa transformó la sencilla iglesia del barrio de Santiago en un santuario aristrocrático. Se volvió punto de encuentro para los creyentes de los más altos estratos sociales. Por eso durante los años cuarenta y cincuenta, las bodas más elegantes se realizaban en este templo”, señala.

El párroco revistió la fachada y las torres de la iglesia hasta que el Instituto Poblano de Antropología (IPA, hoy Instituto Nacional de Antropología e Historia) le canceló los trabajos | Foto: Colección Gustavo Velarde Tristschler

Dicen que cuando era joven, Figueroa Ortega era de complexión atlética, vestía a la moda y con voz altisonante, se conducía más como actor que como sacerdote.

“Por fuera de la iglesia, el párroco revistió la fachada y las torres, al menos una, que fue hasta donde le dio tiempo porque el Instituto Poblano de Antropología (IPA, hoy Instituto Nacional de Antropología e Historia) le canceló los trabajos”, detalla.

Sacrílega profanación

Al trascender, la noticia causó indignación en todos los ámbitos de la ciudad. Fue día de luto en el templo de Santiago. Las campanas doblaron todo el día en señal de duelo y miles de feligreses circularon en su interior para postrarse ante la imagen de la patrona, codeándose el más humilde de los limosneros con las damas más emperifolladas.

“Hasta el arzobispo de Puebla, Octaviano Márquez y Toriz, visitó la parroquia de Santiago verdaderamente conmovido por lo sucedido. Gente de toda la ciudad acudía con monseñor para ofrecerle sus ahorros en monedas de plata y resarcir en algo lo perdido. Los más pudientes le llevaban alhajas”, enfatiza.

La iglesia de San José, en Ciudad de México, fue el primer templo del país en donde se adoró a la Virgen del Sagrado Corazón. Se cree que en 1934 el párroco Juan Gómez la cedió a monseñor Figueroa. Fue la primera virgen que entró al templo de Santiago.



“En el templo había dos imágenes de la Virgen del Sagrado Corazón. Una se encontraba en la capilla de la Virgen de Guadalupe, anexa al templo. La otra, que había mandado a hacer el párroco, era más grande y la colocó en el altar mayor”, comenta.

“Los ladrones destruyeron la pintura original de la Virgen del Sagrado Corazón que se encontraba en la capilla anexa. Fue desgarrada porque tenía milagros de oro y plata colgados en toda su extensión. Los pedazos quedaron regados en el suelo. Era las más venerada de las dos. Le decían la Virgen de las Veladoras porque siempre tenía muchas encendidas”, agrega.

No contentos con eso, los hampones forzaron la puerta de madera de El Sagrario para profanar la Eucaristía, cosa que no lograron porque ésta es prácticamente una caja fuerte. Entonces forzaron las chapas de los armarios y las cómodas para sustraer las custodias (pieza donde se coloca la hostia consagrada para ser adorada por los fieles) y los cálices (ornamento sagrado) de oro y plata.

Los fieles se organizaron para recuperar los objetos robados en la iglesia de Santiago | Foto: Colección Gustavo Velarde Tritschler

Los objetos sustraídos

El investigador dice que el cálculo que hizo monseñor Rafael Figueroa de lo robado fue de cien mil pesos de entonces, pero en realidad era muy difícil cuantificar ciertos objetos, como los milagros de oro que la gente le colgaba a la imagen u otras ofrendas que dejaban.

La prensa de la época dio la noticia del cuantioso robo y detalló los objetos de la Virgen del Sagrado Corazón que sustrajeron los hampones, que fueron La corona de oro recamada (hecha) con perlas, zafiros, esmeraldas y un topacio que perteneció al anillo pastoral del desaparecido y muy querido arzobispo Pedro Vera y Zuria. También se llevaron la corona del Niño Dios recamada con brillantes. Además de una cruz con brillantes, collares de perlas, corazones de oro con perlas y uno con diamantes, este último obsequio de la familia Bonfigli.

Asimismo, custodias de oro y plata, los milagros de oro que lo fieles colgaban en la imagen y cuatro cálices de plata. Uno de ellos con gran valor sentimental para el párroco Figueroa, porque su madre le había regalado este ornamento sagrado para su ceremonia de ordenamiento. Mismo que, en aquella ocasión, estrenó el Papa Pío XI, en Roma.

Cómo entraron a la iglesia

En su momento, monseñor explicó que para consumar el robo perpetrado durante la noche del miércoles 26 y la madrugada del jueves 27 de noviembre, los ladrones se esperaron a media noche cuando el sacristán dormía profundamente y tomaron la escalera del atrio para subir a la azotea. Estando ahí, se dirigieron a la torre y entraron por la puerta que comunica con la iglesia por medio de la escalera de caracol, por donde bajaron.


Además, el párroco advirtió que si las piezas robadas no eran rápidamente recuperadas por las autoridades, serían fácilmente vendidas al ser desmontadas y, en el caso de los metales, fundidos.

Fueron rufianes profesionales

“Al momento en que monseñor Figueroa y su vicario, Silvino Figueroa, dieron parte a las autoridades correspondientes, el jefe del servicio de investigaciones, sus comandantes y numerosos agentes acudieron al templo para constatar lo ocurrido. De inmediato se desplegó un operativo para capturar lo más pronto posible a los ladrones”, asegura Velarde

Narra que ese mismo día por la noche, el coronel Carlos Fabre Baños, inspector general de Policía, y Manuel Bernal Flandes, jefe del Servicio Secreto, informaron que habían obtenido una importante pista de los ladrones del cuantioso robo en la parroquia de Santiago.

“El inspector de policía y el jefe del servicio secreto coincidieron al asegurar que el robo fue cometido por rufianes profesionales de la Ciudad de México. No dejaron rastro, se presume que usaron guantes para cometer el delito porque no dejaron huellas que pudieran servir para su identificación”, detalla.

La condena pública fue tanta que en el caso intervinieron agentes de la Comisión Federal de Seguridad y elementos del Servicio de Investigaciones del Banco de México, para lograr dar con el paradero de los autores del crimen.

Se barajó la hipótesis de que el robo había sido perpetrado por cuatro sujetos, después se supo que habían sido cinco o seis. De los que no se tuvo dudas fue que para hacerlo, los hampones fueron auxiliados por, al menos, un aguador que estuvo pendiente desde el exterior.

“Se cree también que alguien se introdujo al templo y se quedó ahí encerrado antes de que cerraran, porque para entrar a la iglesia lo hicieron por una pesada puerta de madera que estaba trancada con una viga que alguien tuvo que quitar desde adentro, porque no estaba dañada la estructura de la puerta”, dice.

La imagen de la virgen que no sufrió daño alguno hoy se encuentra en el altar mayor de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mejor conocida como iglesia del Cielo, en el cerro de La Paz | Foto: Colección Gustavo Velarde Tritschler

Al entrar al templo se quitaron los zapatos para maniobrar sin hacer ruidos. Llevaban velas que encendieron para no tener que prender la luz eléctrica que podría denunciarlos. Además, cortaron el cable telefónico para evitar que se pidiera auxilio en caso de ser descubiertos.

Después de tres horas al interior del templo, los ladrones simplemente salieron por la puerta que dejaron entreabierta, al salir uno de ellos voló el candado de la reja del lado de la 17 poniente y se fugaron en automóvil.

Comenta que la policía poblana y la de Ciudad de México trabajaron en conjunto para esclarecer el cuantioso robo que causó la indignación de toda la sociedad poblana. Afirmaron que quedaría aclarado antes de que terminara el año. Pero no fue así.

Nunca se supo quiénes perpetraron el robo y mucho menos lo que sucedió con lo robado, con todo y que los devotos de la Virgen del Sagrado Corazón ofrecieron recompensa para quien ayudara con información para esclarecer los hechos”, puntualiza el investigador.

La imagen de la virgen, que no sufrió daño alguno y que se encontraba en el altar mayor, hoy se encuentra en el altar mayor de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mejor conocida como iglesia del Cielo, en el cerro de La Paz, lugar a donde fue trasladada por monseñor Rafael Figueroa Ortega.

En noviembre de 1952 ocurrió el mayor robo sacrílego del que se tuviera memoria en la ciudad. La iglesia de Santiago Apóstol, ubicada en 15 Sur y 17 Poniente, fue profanada. La imagen de la Virgen del Sagrado Corazón que ahí se veneraba fue desgarrada para despojarla de sus alhajas y milagros de oro con los que estaba cubierta. Además, los hampones cargaron con todo lo de valor que pudieron obtener.

El cuantioso robo no solo causó la indignación del párroco de la iglesia, monseñor Rafael Figueroa Ortega, mejor conocido como “Chanclas de Oro”, también de toda la sociedad poblana que había desbocado su fervor mariano en esta virgen, olvidando la advocación del templo al apóstol Santiago.



Monseñor Figueroa Ortega muestra los desgarros de la pintura original de la Virgen del Sagrado Corazón que los ladrones destruyeron por arrancarle los milagros de oro que tenía colgados | Foto: Colección Gustavo Velarde Tristchler

Se descubre el robo

Minutos antes de la 5 de la mañana del jueves 27 de noviembre de 1952, el sacristán de la iglesia de Santiago Apóstol, Carlos Romero de Vélez, quien vivía en una habitación contigua a la pequeña capilla de la Virgen de Guadalupe de dicho templo, se levantó para iniciar sus labores diarias y preparar la misa de 6 de la mañana, expone el investigador Gustavo Velarde Tritschler.

Refiere que al llegar a la capilla se dio cuenta que el aldabón de acceso estaba volado, y al entrar, en su interior encontró regada la ropa que había sido donada por los fieles para los damnificados de Tabasco, que habían sufrido la mayor inundación de esa época cuando el agua del río Grijalva llegó al centro de Villahermosa.

Al encender la luz y entrar a la nave principal, el sacristán se percató de que el portón que da al atrio estaba entreabierto. Sin pensarlo salió corriendo a toda prisa hacia la casa del vicario de la iglesia, el padre Silvino Figueroa, quien vivía cerca, en la 19 Poniente. Al regresar con él al templo, se dieron cuenta de la tremenda profanación que una banda de rufianes había perpetrado, hecho que fue comunicado de inmediato al párroco, monseñor Rafael Figueroa Ortega.

"El Chanclas de Oro”

Originario de Ciudad de México, pero poblano por adopción, monseñor Figueroa Ortega llegó a la parroquia de Santiago en los años treinta (siglo XX), como vicario ecónomo, y más tarde se convirtió en párroco. Cuando esto sucedió, comenzó su apostolado comprando en abonos una imagen de la Virgen del Sagrado Corazón, de la que era muy devoto.

“Su gran amor a esta virgen inspiró a los creyentes del barrio y de toda la ciudad que desbocaron su fervor mariano en ella olvidando la advocación del templo al apóstol Santiago”, señala el investigador.


La virgen fue honrada con cultos especiales por los favores otorgados a los devotos que cada martes hacían caravanas para visitarla, asegura, y agrega que por este motivo la pintura estaba llena de milagros de oro que los creyentes le colgaban por las mercedes concedidas.

El padre recibió el sobrenombre de “Chanclas de Oro”, no porque utilizara este tipo de calzado, sino porque proclamaba humildad, pero él no la practicaba. Esa era la apreciación de los fieles e incluso de los feligreses más adinerados de la iglesia, con quienes estableció buenas relaciones.

De hecho, el sacerdote también mantuvo buenas relaciones con las más altas autoridades eclesiásticas de México y el Vaticano. Quizá porque cuando era pequeño y bajo la protección del entonces Arzobispo de Puebla, doctor Enrique Sánchez Paredes, ingresó al Seminario Conciliar Palafoxiano y después se fue a España a realizar sus estudios teológicos.

“En su carácter de párroco, monseñor Figueroa transformó la sencilla iglesia del barrio de Santiago en un santuario aristrocrático. Se volvió punto de encuentro para los creyentes de los más altos estratos sociales. Por eso durante los años cuarenta y cincuenta, las bodas más elegantes se realizaban en este templo”, señala.

El párroco revistió la fachada y las torres de la iglesia hasta que el Instituto Poblano de Antropología (IPA, hoy Instituto Nacional de Antropología e Historia) le canceló los trabajos | Foto: Colección Gustavo Velarde Tristschler

Dicen que cuando era joven, Figueroa Ortega era de complexión atlética, vestía a la moda y con voz altisonante, se conducía más como actor que como sacerdote.

“Por fuera de la iglesia, el párroco revistió la fachada y las torres, al menos una, que fue hasta donde le dio tiempo porque el Instituto Poblano de Antropología (IPA, hoy Instituto Nacional de Antropología e Historia) le canceló los trabajos”, detalla.

Sacrílega profanación

Al trascender, la noticia causó indignación en todos los ámbitos de la ciudad. Fue día de luto en el templo de Santiago. Las campanas doblaron todo el día en señal de duelo y miles de feligreses circularon en su interior para postrarse ante la imagen de la patrona, codeándose el más humilde de los limosneros con las damas más emperifolladas.

“Hasta el arzobispo de Puebla, Octaviano Márquez y Toriz, visitó la parroquia de Santiago verdaderamente conmovido por lo sucedido. Gente de toda la ciudad acudía con monseñor para ofrecerle sus ahorros en monedas de plata y resarcir en algo lo perdido. Los más pudientes le llevaban alhajas”, enfatiza.

La iglesia de San José, en Ciudad de México, fue el primer templo del país en donde se adoró a la Virgen del Sagrado Corazón. Se cree que en 1934 el párroco Juan Gómez la cedió a monseñor Figueroa. Fue la primera virgen que entró al templo de Santiago.



“En el templo había dos imágenes de la Virgen del Sagrado Corazón. Una se encontraba en la capilla de la Virgen de Guadalupe, anexa al templo. La otra, que había mandado a hacer el párroco, era más grande y la colocó en el altar mayor”, comenta.

“Los ladrones destruyeron la pintura original de la Virgen del Sagrado Corazón que se encontraba en la capilla anexa. Fue desgarrada porque tenía milagros de oro y plata colgados en toda su extensión. Los pedazos quedaron regados en el suelo. Era las más venerada de las dos. Le decían la Virgen de las Veladoras porque siempre tenía muchas encendidas”, agrega.

No contentos con eso, los hampones forzaron la puerta de madera de El Sagrario para profanar la Eucaristía, cosa que no lograron porque ésta es prácticamente una caja fuerte. Entonces forzaron las chapas de los armarios y las cómodas para sustraer las custodias (pieza donde se coloca la hostia consagrada para ser adorada por los fieles) y los cálices (ornamento sagrado) de oro y plata.

Los fieles se organizaron para recuperar los objetos robados en la iglesia de Santiago | Foto: Colección Gustavo Velarde Tritschler

Los objetos sustraídos

El investigador dice que el cálculo que hizo monseñor Rafael Figueroa de lo robado fue de cien mil pesos de entonces, pero en realidad era muy difícil cuantificar ciertos objetos, como los milagros de oro que la gente le colgaba a la imagen u otras ofrendas que dejaban.

La prensa de la época dio la noticia del cuantioso robo y detalló los objetos de la Virgen del Sagrado Corazón que sustrajeron los hampones, que fueron La corona de oro recamada (hecha) con perlas, zafiros, esmeraldas y un topacio que perteneció al anillo pastoral del desaparecido y muy querido arzobispo Pedro Vera y Zuria. También se llevaron la corona del Niño Dios recamada con brillantes. Además de una cruz con brillantes, collares de perlas, corazones de oro con perlas y uno con diamantes, este último obsequio de la familia Bonfigli.

Asimismo, custodias de oro y plata, los milagros de oro que lo fieles colgaban en la imagen y cuatro cálices de plata. Uno de ellos con gran valor sentimental para el párroco Figueroa, porque su madre le había regalado este ornamento sagrado para su ceremonia de ordenamiento. Mismo que, en aquella ocasión, estrenó el Papa Pío XI, en Roma.

Cómo entraron a la iglesia

En su momento, monseñor explicó que para consumar el robo perpetrado durante la noche del miércoles 26 y la madrugada del jueves 27 de noviembre, los ladrones se esperaron a media noche cuando el sacristán dormía profundamente y tomaron la escalera del atrio para subir a la azotea. Estando ahí, se dirigieron a la torre y entraron por la puerta que comunica con la iglesia por medio de la escalera de caracol, por donde bajaron.


Además, el párroco advirtió que si las piezas robadas no eran rápidamente recuperadas por las autoridades, serían fácilmente vendidas al ser desmontadas y, en el caso de los metales, fundidos.

Fueron rufianes profesionales

“Al momento en que monseñor Figueroa y su vicario, Silvino Figueroa, dieron parte a las autoridades correspondientes, el jefe del servicio de investigaciones, sus comandantes y numerosos agentes acudieron al templo para constatar lo ocurrido. De inmediato se desplegó un operativo para capturar lo más pronto posible a los ladrones”, asegura Velarde

Narra que ese mismo día por la noche, el coronel Carlos Fabre Baños, inspector general de Policía, y Manuel Bernal Flandes, jefe del Servicio Secreto, informaron que habían obtenido una importante pista de los ladrones del cuantioso robo en la parroquia de Santiago.

“El inspector de policía y el jefe del servicio secreto coincidieron al asegurar que el robo fue cometido por rufianes profesionales de la Ciudad de México. No dejaron rastro, se presume que usaron guantes para cometer el delito porque no dejaron huellas que pudieran servir para su identificación”, detalla.

La condena pública fue tanta que en el caso intervinieron agentes de la Comisión Federal de Seguridad y elementos del Servicio de Investigaciones del Banco de México, para lograr dar con el paradero de los autores del crimen.

Se barajó la hipótesis de que el robo había sido perpetrado por cuatro sujetos, después se supo que habían sido cinco o seis. De los que no se tuvo dudas fue que para hacerlo, los hampones fueron auxiliados por, al menos, un aguador que estuvo pendiente desde el exterior.

“Se cree también que alguien se introdujo al templo y se quedó ahí encerrado antes de que cerraran, porque para entrar a la iglesia lo hicieron por una pesada puerta de madera que estaba trancada con una viga que alguien tuvo que quitar desde adentro, porque no estaba dañada la estructura de la puerta”, dice.

La imagen de la virgen que no sufrió daño alguno hoy se encuentra en el altar mayor de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mejor conocida como iglesia del Cielo, en el cerro de La Paz | Foto: Colección Gustavo Velarde Tritschler

Al entrar al templo se quitaron los zapatos para maniobrar sin hacer ruidos. Llevaban velas que encendieron para no tener que prender la luz eléctrica que podría denunciarlos. Además, cortaron el cable telefónico para evitar que se pidiera auxilio en caso de ser descubiertos.

Después de tres horas al interior del templo, los ladrones simplemente salieron por la puerta que dejaron entreabierta, al salir uno de ellos voló el candado de la reja del lado de la 17 poniente y se fugaron en automóvil.

Comenta que la policía poblana y la de Ciudad de México trabajaron en conjunto para esclarecer el cuantioso robo que causó la indignación de toda la sociedad poblana. Afirmaron que quedaría aclarado antes de que terminara el año. Pero no fue así.

Nunca se supo quiénes perpetraron el robo y mucho menos lo que sucedió con lo robado, con todo y que los devotos de la Virgen del Sagrado Corazón ofrecieron recompensa para quien ayudara con información para esclarecer los hechos”, puntualiza el investigador.

La imagen de la virgen, que no sufrió daño alguno y que se encontraba en el altar mayor, hoy se encuentra en el altar mayor de la parroquia de Nuestra Señora del Sagrado Corazón, mejor conocida como iglesia del Cielo, en el cerro de La Paz, lugar a donde fue trasladada por monseñor Rafael Figueroa Ortega.

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