/ sábado 3 de agosto de 2024

“La Carolina”, la explosión de 1897 en Puebla que consternó a México | Los tiempos idos

Obtuvo relevancia nacional por la magnitud del suceso y porque fue la primera vez que se difundió una noticia con el uso de la tecnología, además puso en evidencia la nula seguridad industrial que imperaba en el país

En 1835 se estableció en Puebla la primera fábrica de hilados y tejidos de algodón del país, La Constancia Mexicana de Esteban de Antuñano, lo que generó desarrollo y progreso para la industria en México.

Paulatinamente, se establecieron otras fábricas textiles en la ciudad y los pobladores de las zonas rurales comenzaron a migrar a la Angelópolis en busca de una mejor calidad de vida. Esto provocó el crecimiento demográfico y para finales del siglo XIX, la ciudad ya estaba habitada por poco más de 90 mil personas. En este momento, Puebla ya era una ciudad pujante por su desarrollo fabril e industrial.

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“Francisco Collada estableció la fábrica de estampados y percales ´La Carolina´ (1865) a un costado de la plazuela de San José (sobre la 18 Oriente, entre 2 y 4 Norte). Era una fábrica muy grande que abarcaba casi toda la manzana. Collada se la rentaba a los señores Ignacio y Constantino Noriega. Era operada por 200 trabajadores”, expone el investigador David Ramírez Huitrón, fundador de Puebla Antigua.

La entrada principal de La Carolina estaba frente a la plazuela de San José, pero tenía otro acceso sobre la antigua Calle de La Cholulteca (16 Oriente). En el número 12 de esa calle estaba el establo de los señores Manuel y Fernando Pardo, además de algunas casas.

El lunes 7 de junio de 1897, los fogoneros Agustín Limón y Mauricio Sánchez, y otros compañeros habían llegado temprano a la fábrica y estaban alistándose para iniciar su jornada laboral. Había pocos trabajadores porque el turno aún no comenzaba, pero a las seis de la mañana el terror se desató.

“Una caldera de vapor hizo explosión destruyendo gran parte de la fábrica causando la muerte de muchos trabajadores, dejando a sus familias hundidas en el dolor y la miseria. También desapareció el establo contiguo de los señores Pardo, que perdieron todo su ganado. Los techos de la fábrica volaron en pedazos y destruyeron casas de personas que aun dormían en sus habitaciones, causándoles la muerte”, lamenta.

Una caldera de vapor hizo explosión destruyendo gran parte de la fábrica, sus techos volaron en pedazos y destruyeron casas de personas que aun dormían en sus habitaciones, causándoles la muerte. Foto: Lorenzo Becerril. El Mundo Ilustrado (1897)

Utilizaron la tecnología para difundir la noticia

La explosión de la fábrica La Carolina obtuvo relevancia nacional no sólo por la magnitud del suceso que alcanzó proporciones inimaginables, también porque ésta fue la primera ocasión que una noticia se difundía con el uso de la tecnología de la época.

“La catástrofe se supo casi de manera inmediato en todo el país porque fue transmitida por telégrafo y publicada en muchos periódicos de la época, además, fue la primera vez que se captaron imágenes unos minutos después del momento ocurrido por fotógrafos que tenían sus talleres en la ciudad: Lorenzo Becerril, Francisco Bustamante y Fernando Brasdefer”, detalla.

Asimismo, el siniestro de La Carolina puso en evidencia la nula seguridad industrial que imperaba en todo el país.

Este era el aspecto de la plazuela de la iglesia de San José a finales del siglo XIX, cuando explotó La Carolina. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Así ocurrió el siniestro en La Carolina

Ramírez Huitrón refiere que el periódico que dio la información más completa fue El Popular, de Francisco Montes de Oca, que se editaba todos los días en la Ciudad de México. La noticia se publicó al otro día, el martes 8 de junio. La siguiente, es parte de la información dada a conocer por el diario que el investigador nos comparte:

“El estrago ha sido grande y sensible, la explosión produjo un estruendo formidable que se oyó por toda la ciudad y anunció a la población el acontecimiento de un grave siniestro. Desde ese instante la alarma y conmoción fueron grandes, se creía que había hecho explosión una inmensa cantidad de parque, pólvora o dinamita, por lo que era natural el pánico. Los vecinos de lugar del siniestro quedaron sobrecogidos de terror porque fue indescriptible ver volar a la fábrica y los restos de ella que se sentían caer sobre sus habitaciones. Cuando al fin se supo lo que había ocurrido la alarma cambio en consternación”.

La maquinaria motriz de La Carolina tenía tres calderas, y una de ellas estaba completamente cargada y fue la que hizo explosión.

“Se cree que sucedió porque el fogonero le echó agua fría a la caldera cuando estaba a un alto grado de calor. Su fuerza era de 40 caballos y en el momento de la explosión se derrumbaron 25 piezas de la fábrica. El techo voló en pedazos por la violencia del choque que generó la base de vapor con una inmensa masa de aire”, señala.

En la información se lee que uno de los rieles que soportaba el techo de la fábrica, empleado como vigueta de hierro, voló como paja y fue a caer sobre una casa contigua, taladrando el techo y saliendo por un balcón, rompiendo también el antepecho de hierro y clavándose como una barreta en el suelo de la calle a más de un metro de profundidad, con la fuerza de una granada rompedora.

Acta de Cabildo, volumen 164, foja 147 v, del 9 de junio de 1897, en la que los regidores acordaron destinar 200 pesos antiguos para distribuir entre las familias de la explosión de La Carolina. Disponible en el AGMP. Foto: Erika Reyes / El Sol de Puebla

“El fogonero Agustín Limón fue descabezado y lanzado por el aire a gran altura, su cabeza voló sobre toda la manzana y fue a caer hasta la Calle de Tlahuelillo (14 Oriente). La mayoría de los trabajadores murieron bajo los escombros. Ese día lunes, fueron descubiertas más de treinta víctimas. Algunas de ellas fueron: El operador Jesús Castillo, el fogonero Mauricio Sánchez, el encargado del alumbrado Agustín Montes, el velador Jesús Gutiérrez, y Pedro Rodríguez”, detalla.

La casa número 8 de la Calle de la Cholulteca se derrumbó y murieron Cresencio Jaramillo, su hijo José, la criada Rosario, y la hija de Porfirio Gutiérrez. En otra casa cayó un gran pedazo de la caldera y mató a un anciano con sus tres hijos que dormían, solo sobrevivió una joven de 16 años.

Todos los cuerpos fueron trasladados al Panteón Municipal de Agua Azul y al mediodía del lunes, algunos todavía no había sido identificados. Las personas que se encontraban gravemente heridas en el hospital eran nueve.

Gracias a que en el momento de la explosión aun no comenzaba el turno de la mañana, muchos de los trabajadores de la fábrica no estaban presentes, de lo contrario la cifra de muertos y heridos habría sido mayor.

En el establo, además de que veinte vacas, una mula y un caballo quedaron destrozadas, murieron Aurelio Castillo y un señor Rafael Rosas, que falleció en el hospital. Los señores Pardo, propietarios del mismo, nombraron al abogado Sánchez Pontón para resolver las gestiones de la indemnización por las pérdidas sufridas.

“El juez de la Torre pidió que se realizara un avaluó de las vacas muertas. Los dueños de la fábrica nombraron a José María Valseca como su perito, y los Pardo nombraron a Miguel García Cano y Quezada, como el suyo. Ambos convinieron en darle a las vacas muertas un valor de 3 mil 305 pesos antiguos, y por las mulas y el caballo, 135 pesos antiguos”, dice el investigador.

La fábrica de estampados y percales “La Carolina” se estableció en 1865 a un costado de la plazuela de San José (sobre la 18 Oriente, entre 2 y 4 Norte. Era operada por 200 trabajadores. Foto: Lorenzo Becerril. El Mundo Ilustrado (1897)

El día siguiente de los hechos

Cuando se supo lo ocurrido la mañana del lunes, gente de todos los estratos sociales salió corriendo al lugar de los hechos para ver los estragos que había causado la explosión, pero el sitio había sido ocupado por la policía, los rurales y el Ejército, para recoger escombros y conservar el orden.

“Inmediatamente después de la catástrofe llegó al lugar el coronel Agustín Bretón, de las Fuerzas de Rurales del Estado, igual el general Francisco Sierra y el cuarto batallón Zaragoza al mando del coronel Alejo Ramos. También el gobernador interino Enciso, el secretario general Fernández, el comandante Manuel Márquez, el jefe político Uriarte, el juez de la Torre, el agente del ministerio público Barrientos y el alcalde”, detalla.

En la publicación se lee que congojaba ver a todas las familias de los obreros muertos y empleados heridos en sus ensangrentados cuerpos. Muchos luchaban por entrar a las ruinas y por donde quiera se veía la luz de la linternas de los gendarmes y los faroles de los veladores, que hacen esfuerzos por descubrir los cadáveres o los fragmentos de otros muchos individuos que se supone perecieron y estaban ahí sepultados entre los escombros.

Ramírez Huitrón comenta que el muro de La Carolina que estaba del lado de la Calle de la Cholulteca se comenzó a demoler el martes porque amenazaba con desplomarse. Este mismo día, comenzó a emanar del interior de la fábrica una peste cada vez más insoportable que supusieron procedía de los cuerpos que aún no se habían hallado y de las vacas que todavía no se sacaban de entre los escombros.

Minutos después de las 10 de la mañana del martes, en la casa número 8 de la Calle de la Cholulteca, se descubrieron los cadáveres de un matrimonio que recién había alquilado la propiedad, eran Ignacio García y Concha Martínez. A la hora del desastre aún se encontraban durmiendo, sus cuerpos estaba desnudos y envueltos en las sábanas, sus caras desfiguradas y ennegrecidas por los golpes que recibieron por la caída de techos y paredes. La mujer estaba en estado de putrefacción

“Casi a las doce del mediodía, se hizo otro hallazgo junto a la maquina secadora, era el cadáver de Pedro Rodríguez que se estaba descomponiendo. Su hermano Pablo presenció conmovido cómo lo desenterraron. Después se descubrió la cabeza del fogonero cuyo cuerpo se cree que era el de un cadáver que se encontró sin una pierna en la Calle de Tlahuelillo”, narra.

Este día se celebraran oficios solemnes en los templos de toda la ciudad por el eterno descanso de los que perecieron en el desastre.

De acuerdo con la información proporcionada por el Panteón Municipal los muertos que perecieron en la explosión de La Carolina, fueron dieciséis.

Los cuerpos de los trabajadores salieron volando por los aires, algunos en pedazos; otros terminaron entre los escombros de La Carolina. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

Ayuda económica y preocupación general

Integrantes de la comunidad española de Puebla se reunieron para acordar auxiliar económicamente a los deudos de los fallecidos. Éste generoso ejemplo hizo que las damas de sociedad conocidas por su filantropía, tuvieran el mismo gesto, incluso, los comerciantes de la ciudad.

“Los señores de la colonia española contribuyeron con la cantidad de 50 pesos cada uno y reunieron 800 pesos, pero las aportaciones se siguieron sumando. Algunos de ellos fueron Manuel Conde, Ramón Gavito, Félix Martínez, Blas Reguero, José Díaz Rivera, José Villar, Manuel Rivero Collada, Juan Pérez Martínez, Joaquín Viñas, Manuel García, Juan Pablo Lapuente, Saturnino López y Rafael Pellón”, puntualiza Ramírez Huitrón.

En sesión de Cabildo, los regidores destinaron una cantidad importante para apoyar a las familias que quedaron desprotegidas.

En la serie Actas de Cabildo, volumen 164, foja 147 v, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla (AGMP), se lee que el 9 de junio de 1897, se destinaron 200 pesos para distribuir entre las familias de la explosión de La Carolina. Para ello se formó una comisión conformada por los regidores Baltasar Uriarte, Tomás M. Lasre y Joaquín Rivero.

Ese mismo día, los regidores discutieron la preocupación que manifestaron vecinos de la ciudad con respecto a las fábricas que se encontraban dentro de la misma. Designando a Miguel López Fuentes para dicha comisión.

“Diecisiete vecinos de la calle del Camarín de la Soledad (13 Oriente y 2 Sur), pidieron se dicten las medidas de seguridad necesarias para evitar el peligro que pueden ofrecer las calderas que proporcionan fuerza motriz a la fábrica de tejidos que existe en la manzana que forman dichas calles”, se lee en la foja 146 F, del mismo volumen.

“Nueve vecinos de las calles 1ª de Mercaderes (2 Norte y Juan de Palafox), Echeverría (4 Norte y Juan de Palafox) y Jarcierías (Juan de Palafox entre 2 y 4 Norte), haciendo igual solicitud con relación al motor que proporciona alumbrado eléctrico al establecimiento mercantil denominado ´La Ciudad de México´, el mismo trámite que el anterior”, se lee en la misma foja.

Al siguiente día de la explosión se celebraran oficios religiosos en los templos de toda la ciudad por el eterno descanso de los que perecieron en el desastre. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

Creación de la ley federal del trabajo

Luz del Carmen Brito, investigadora de Puebla Antigua, refiere que en ese tiempo el trabajador no estaba protegido por la ley.

Comenta que el periódico El Mundo Ilustrado, publicó la catástrofe de La Carolina el día 13 de junio de 1897, y dice que en la nota, el semanario habla acerca de la nula responsabilidad que el patrón tenía hacia el trabajador y que después de esta tragedia la prensa comenzó a señalar a los dueños de la fábrica como culpables para descargar sobre ellos los cargos más severos. Pero en realidad, el hecho era el resultado de un estado social.

“No hace muchos años que un inteligente escritor extranjero que residía en la República, organizó una campaña en forma para abogar por una ´Ley de responsabilidad industrial´ que, en desgracias como la de ahora estableciera fuertes indemnizaciones”, se lee.

La propuesta se constituiría a través de un gravamen que el propio trabajador tendría que soportar sobre su precario sueldo. Pero por la situación económica del país, si dicha legislación se hubiera expedido se hubiera perjudicado a la clase que se trataba de favorecer.

“En México los jornales permanecen estacionarios hace un buen número de años, y al amparo del proteccionismo de los industriales ponen precio al trabajo nacional (…) En el país hay abundante demanda de brazos, y el tipo de jornal permanece invariable y pasa de padres a hijos como la maldición bíblica, de generación en generación (…) Este hecho que ha persistido en contra de una necesidad económica, no podrá ser destruido en virtud de una disposición legislativa. Para el trabajo de las fábricas sobran fuerzas sometidas a la ruda condición económica que pesa sobre de ella como una plancha de plomo”, agrega la publicación.

Una legislación sobre responsabilidades favorecería a un pequeño grupo, pero perjudicaría a la mayoría de trabajadores.

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“En otros países ya había seguridad para los trabajadores, año con año sus salarios aumentaban mientras el capitalista reducía sus utilidades. En la constitución de 1917 se estableció la Ley de Seguridad del Trabajo en México que está estipulada en al artículo 123; y fue entre 1970 y 1978 que se creó la nueva Ley Federal de Trabajo”, concluye Luz del Carmen.

La fuerza de la caldera que explotó era de 40 caballos. En el momento de la explosión el tacho salió volando en pedazos y se derrumbaron 25 piezas de la fábrica. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

En 1835 se estableció en Puebla la primera fábrica de hilados y tejidos de algodón del país, La Constancia Mexicana de Esteban de Antuñano, lo que generó desarrollo y progreso para la industria en México.

Paulatinamente, se establecieron otras fábricas textiles en la ciudad y los pobladores de las zonas rurales comenzaron a migrar a la Angelópolis en busca de una mejor calidad de vida. Esto provocó el crecimiento demográfico y para finales del siglo XIX, la ciudad ya estaba habitada por poco más de 90 mil personas. En este momento, Puebla ya era una ciudad pujante por su desarrollo fabril e industrial.

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“Francisco Collada estableció la fábrica de estampados y percales ´La Carolina´ (1865) a un costado de la plazuela de San José (sobre la 18 Oriente, entre 2 y 4 Norte). Era una fábrica muy grande que abarcaba casi toda la manzana. Collada se la rentaba a los señores Ignacio y Constantino Noriega. Era operada por 200 trabajadores”, expone el investigador David Ramírez Huitrón, fundador de Puebla Antigua.

La entrada principal de La Carolina estaba frente a la plazuela de San José, pero tenía otro acceso sobre la antigua Calle de La Cholulteca (16 Oriente). En el número 12 de esa calle estaba el establo de los señores Manuel y Fernando Pardo, además de algunas casas.

El lunes 7 de junio de 1897, los fogoneros Agustín Limón y Mauricio Sánchez, y otros compañeros habían llegado temprano a la fábrica y estaban alistándose para iniciar su jornada laboral. Había pocos trabajadores porque el turno aún no comenzaba, pero a las seis de la mañana el terror se desató.

“Una caldera de vapor hizo explosión destruyendo gran parte de la fábrica causando la muerte de muchos trabajadores, dejando a sus familias hundidas en el dolor y la miseria. También desapareció el establo contiguo de los señores Pardo, que perdieron todo su ganado. Los techos de la fábrica volaron en pedazos y destruyeron casas de personas que aun dormían en sus habitaciones, causándoles la muerte”, lamenta.

Una caldera de vapor hizo explosión destruyendo gran parte de la fábrica, sus techos volaron en pedazos y destruyeron casas de personas que aun dormían en sus habitaciones, causándoles la muerte. Foto: Lorenzo Becerril. El Mundo Ilustrado (1897)

Utilizaron la tecnología para difundir la noticia

La explosión de la fábrica La Carolina obtuvo relevancia nacional no sólo por la magnitud del suceso que alcanzó proporciones inimaginables, también porque ésta fue la primera ocasión que una noticia se difundía con el uso de la tecnología de la época.

“La catástrofe se supo casi de manera inmediato en todo el país porque fue transmitida por telégrafo y publicada en muchos periódicos de la época, además, fue la primera vez que se captaron imágenes unos minutos después del momento ocurrido por fotógrafos que tenían sus talleres en la ciudad: Lorenzo Becerril, Francisco Bustamante y Fernando Brasdefer”, detalla.

Asimismo, el siniestro de La Carolina puso en evidencia la nula seguridad industrial que imperaba en todo el país.

Este era el aspecto de la plazuela de la iglesia de San José a finales del siglo XIX, cuando explotó La Carolina. Foto: Colección David Ramírez Huitrón

Así ocurrió el siniestro en La Carolina

Ramírez Huitrón refiere que el periódico que dio la información más completa fue El Popular, de Francisco Montes de Oca, que se editaba todos los días en la Ciudad de México. La noticia se publicó al otro día, el martes 8 de junio. La siguiente, es parte de la información dada a conocer por el diario que el investigador nos comparte:

“El estrago ha sido grande y sensible, la explosión produjo un estruendo formidable que se oyó por toda la ciudad y anunció a la población el acontecimiento de un grave siniestro. Desde ese instante la alarma y conmoción fueron grandes, se creía que había hecho explosión una inmensa cantidad de parque, pólvora o dinamita, por lo que era natural el pánico. Los vecinos de lugar del siniestro quedaron sobrecogidos de terror porque fue indescriptible ver volar a la fábrica y los restos de ella que se sentían caer sobre sus habitaciones. Cuando al fin se supo lo que había ocurrido la alarma cambio en consternación”.

La maquinaria motriz de La Carolina tenía tres calderas, y una de ellas estaba completamente cargada y fue la que hizo explosión.

“Se cree que sucedió porque el fogonero le echó agua fría a la caldera cuando estaba a un alto grado de calor. Su fuerza era de 40 caballos y en el momento de la explosión se derrumbaron 25 piezas de la fábrica. El techo voló en pedazos por la violencia del choque que generó la base de vapor con una inmensa masa de aire”, señala.

En la información se lee que uno de los rieles que soportaba el techo de la fábrica, empleado como vigueta de hierro, voló como paja y fue a caer sobre una casa contigua, taladrando el techo y saliendo por un balcón, rompiendo también el antepecho de hierro y clavándose como una barreta en el suelo de la calle a más de un metro de profundidad, con la fuerza de una granada rompedora.

Acta de Cabildo, volumen 164, foja 147 v, del 9 de junio de 1897, en la que los regidores acordaron destinar 200 pesos antiguos para distribuir entre las familias de la explosión de La Carolina. Disponible en el AGMP. Foto: Erika Reyes / El Sol de Puebla

“El fogonero Agustín Limón fue descabezado y lanzado por el aire a gran altura, su cabeza voló sobre toda la manzana y fue a caer hasta la Calle de Tlahuelillo (14 Oriente). La mayoría de los trabajadores murieron bajo los escombros. Ese día lunes, fueron descubiertas más de treinta víctimas. Algunas de ellas fueron: El operador Jesús Castillo, el fogonero Mauricio Sánchez, el encargado del alumbrado Agustín Montes, el velador Jesús Gutiérrez, y Pedro Rodríguez”, detalla.

La casa número 8 de la Calle de la Cholulteca se derrumbó y murieron Cresencio Jaramillo, su hijo José, la criada Rosario, y la hija de Porfirio Gutiérrez. En otra casa cayó un gran pedazo de la caldera y mató a un anciano con sus tres hijos que dormían, solo sobrevivió una joven de 16 años.

Todos los cuerpos fueron trasladados al Panteón Municipal de Agua Azul y al mediodía del lunes, algunos todavía no había sido identificados. Las personas que se encontraban gravemente heridas en el hospital eran nueve.

Gracias a que en el momento de la explosión aun no comenzaba el turno de la mañana, muchos de los trabajadores de la fábrica no estaban presentes, de lo contrario la cifra de muertos y heridos habría sido mayor.

En el establo, además de que veinte vacas, una mula y un caballo quedaron destrozadas, murieron Aurelio Castillo y un señor Rafael Rosas, que falleció en el hospital. Los señores Pardo, propietarios del mismo, nombraron al abogado Sánchez Pontón para resolver las gestiones de la indemnización por las pérdidas sufridas.

“El juez de la Torre pidió que se realizara un avaluó de las vacas muertas. Los dueños de la fábrica nombraron a José María Valseca como su perito, y los Pardo nombraron a Miguel García Cano y Quezada, como el suyo. Ambos convinieron en darle a las vacas muertas un valor de 3 mil 305 pesos antiguos, y por las mulas y el caballo, 135 pesos antiguos”, dice el investigador.

La fábrica de estampados y percales “La Carolina” se estableció en 1865 a un costado de la plazuela de San José (sobre la 18 Oriente, entre 2 y 4 Norte. Era operada por 200 trabajadores. Foto: Lorenzo Becerril. El Mundo Ilustrado (1897)

El día siguiente de los hechos

Cuando se supo lo ocurrido la mañana del lunes, gente de todos los estratos sociales salió corriendo al lugar de los hechos para ver los estragos que había causado la explosión, pero el sitio había sido ocupado por la policía, los rurales y el Ejército, para recoger escombros y conservar el orden.

“Inmediatamente después de la catástrofe llegó al lugar el coronel Agustín Bretón, de las Fuerzas de Rurales del Estado, igual el general Francisco Sierra y el cuarto batallón Zaragoza al mando del coronel Alejo Ramos. También el gobernador interino Enciso, el secretario general Fernández, el comandante Manuel Márquez, el jefe político Uriarte, el juez de la Torre, el agente del ministerio público Barrientos y el alcalde”, detalla.

En la publicación se lee que congojaba ver a todas las familias de los obreros muertos y empleados heridos en sus ensangrentados cuerpos. Muchos luchaban por entrar a las ruinas y por donde quiera se veía la luz de la linternas de los gendarmes y los faroles de los veladores, que hacen esfuerzos por descubrir los cadáveres o los fragmentos de otros muchos individuos que se supone perecieron y estaban ahí sepultados entre los escombros.

Ramírez Huitrón comenta que el muro de La Carolina que estaba del lado de la Calle de la Cholulteca se comenzó a demoler el martes porque amenazaba con desplomarse. Este mismo día, comenzó a emanar del interior de la fábrica una peste cada vez más insoportable que supusieron procedía de los cuerpos que aún no se habían hallado y de las vacas que todavía no se sacaban de entre los escombros.

Minutos después de las 10 de la mañana del martes, en la casa número 8 de la Calle de la Cholulteca, se descubrieron los cadáveres de un matrimonio que recién había alquilado la propiedad, eran Ignacio García y Concha Martínez. A la hora del desastre aún se encontraban durmiendo, sus cuerpos estaba desnudos y envueltos en las sábanas, sus caras desfiguradas y ennegrecidas por los golpes que recibieron por la caída de techos y paredes. La mujer estaba en estado de putrefacción

“Casi a las doce del mediodía, se hizo otro hallazgo junto a la maquina secadora, era el cadáver de Pedro Rodríguez que se estaba descomponiendo. Su hermano Pablo presenció conmovido cómo lo desenterraron. Después se descubrió la cabeza del fogonero cuyo cuerpo se cree que era el de un cadáver que se encontró sin una pierna en la Calle de Tlahuelillo”, narra.

Este día se celebraran oficios solemnes en los templos de toda la ciudad por el eterno descanso de los que perecieron en el desastre.

De acuerdo con la información proporcionada por el Panteón Municipal los muertos que perecieron en la explosión de La Carolina, fueron dieciséis.

Los cuerpos de los trabajadores salieron volando por los aires, algunos en pedazos; otros terminaron entre los escombros de La Carolina. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

Ayuda económica y preocupación general

Integrantes de la comunidad española de Puebla se reunieron para acordar auxiliar económicamente a los deudos de los fallecidos. Éste generoso ejemplo hizo que las damas de sociedad conocidas por su filantropía, tuvieran el mismo gesto, incluso, los comerciantes de la ciudad.

“Los señores de la colonia española contribuyeron con la cantidad de 50 pesos cada uno y reunieron 800 pesos, pero las aportaciones se siguieron sumando. Algunos de ellos fueron Manuel Conde, Ramón Gavito, Félix Martínez, Blas Reguero, José Díaz Rivera, José Villar, Manuel Rivero Collada, Juan Pérez Martínez, Joaquín Viñas, Manuel García, Juan Pablo Lapuente, Saturnino López y Rafael Pellón”, puntualiza Ramírez Huitrón.

En sesión de Cabildo, los regidores destinaron una cantidad importante para apoyar a las familias que quedaron desprotegidas.

En la serie Actas de Cabildo, volumen 164, foja 147 v, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla (AGMP), se lee que el 9 de junio de 1897, se destinaron 200 pesos para distribuir entre las familias de la explosión de La Carolina. Para ello se formó una comisión conformada por los regidores Baltasar Uriarte, Tomás M. Lasre y Joaquín Rivero.

Ese mismo día, los regidores discutieron la preocupación que manifestaron vecinos de la ciudad con respecto a las fábricas que se encontraban dentro de la misma. Designando a Miguel López Fuentes para dicha comisión.

“Diecisiete vecinos de la calle del Camarín de la Soledad (13 Oriente y 2 Sur), pidieron se dicten las medidas de seguridad necesarias para evitar el peligro que pueden ofrecer las calderas que proporcionan fuerza motriz a la fábrica de tejidos que existe en la manzana que forman dichas calles”, se lee en la foja 146 F, del mismo volumen.

“Nueve vecinos de las calles 1ª de Mercaderes (2 Norte y Juan de Palafox), Echeverría (4 Norte y Juan de Palafox) y Jarcierías (Juan de Palafox entre 2 y 4 Norte), haciendo igual solicitud con relación al motor que proporciona alumbrado eléctrico al establecimiento mercantil denominado ´La Ciudad de México´, el mismo trámite que el anterior”, se lee en la misma foja.

Al siguiente día de la explosión se celebraran oficios religiosos en los templos de toda la ciudad por el eterno descanso de los que perecieron en el desastre. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

Creación de la ley federal del trabajo

Luz del Carmen Brito, investigadora de Puebla Antigua, refiere que en ese tiempo el trabajador no estaba protegido por la ley.

Comenta que el periódico El Mundo Ilustrado, publicó la catástrofe de La Carolina el día 13 de junio de 1897, y dice que en la nota, el semanario habla acerca de la nula responsabilidad que el patrón tenía hacia el trabajador y que después de esta tragedia la prensa comenzó a señalar a los dueños de la fábrica como culpables para descargar sobre ellos los cargos más severos. Pero en realidad, el hecho era el resultado de un estado social.

“No hace muchos años que un inteligente escritor extranjero que residía en la República, organizó una campaña en forma para abogar por una ´Ley de responsabilidad industrial´ que, en desgracias como la de ahora estableciera fuertes indemnizaciones”, se lee.

La propuesta se constituiría a través de un gravamen que el propio trabajador tendría que soportar sobre su precario sueldo. Pero por la situación económica del país, si dicha legislación se hubiera expedido se hubiera perjudicado a la clase que se trataba de favorecer.

“En México los jornales permanecen estacionarios hace un buen número de años, y al amparo del proteccionismo de los industriales ponen precio al trabajo nacional (…) En el país hay abundante demanda de brazos, y el tipo de jornal permanece invariable y pasa de padres a hijos como la maldición bíblica, de generación en generación (…) Este hecho que ha persistido en contra de una necesidad económica, no podrá ser destruido en virtud de una disposición legislativa. Para el trabajo de las fábricas sobran fuerzas sometidas a la ruda condición económica que pesa sobre de ella como una plancha de plomo”, agrega la publicación.

Una legislación sobre responsabilidades favorecería a un pequeño grupo, pero perjudicaría a la mayoría de trabajadores.

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“En otros países ya había seguridad para los trabajadores, año con año sus salarios aumentaban mientras el capitalista reducía sus utilidades. En la constitución de 1917 se estableció la Ley de Seguridad del Trabajo en México que está estipulada en al artículo 123; y fue entre 1970 y 1978 que se creó la nueva Ley Federal de Trabajo”, concluye Luz del Carmen.

La fuerza de la caldera que explotó era de 40 caballos. En el momento de la explosión el tacho salió volando en pedazos y se derrumbaron 25 piezas de la fábrica. Ilustración de Carlos Alcalde. Diario Imparcial (1897)

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