Puebla, es la ciudad que nació en la leyenda para hacer historia. La tocada por los ángeles, seres intermediarios entre Dios y el mundo, y revelada en sueños; originada de un trazo perfecto cuando el encomendero Hernando Saavedra dibujó sus primeras líneas sobre un tablero de damero, materializando el sueño del primer obispo de la Nueva España: Fray Julián Garcés, quien soñó en vísperas del día de San Miguel, el 28 de septiembre de 1530, que los ángeles lo llevaban a un hermoso lugar que poseía todas las ventajas del mundo y cuando contemplaba esta maravilla de la naturaleza, los ángeles hicieron el trazo de la población con sus cordeles.
Al día siguiente condujo a un grupo de franciscanos al lugar donde más tarde se fundaría la Ciudad. Era un valle ubicado entre tres ríos: San Francisco –antes Almoloya-, Atoyac y Alseseca; rodeado también de tres cerros: San Juan Centepec o de La Paz, cerro Acueyamatepec o de Loreto y cerro Tepozuchitl, ahora 25° zona militar.
Fundada la nueva ciudad se impuso el nombramiento de la autoridad que la gobernaría, siendo éste por Real provisión del 14 de junio de 1532, formada por un alcalde y tres regidores. Tres de las cuatro personas designadas llevaban el mismo nombre: el alcalde Alonso Martín Camacho, Alonzo Martín de Mafra, alias el Bendicho y Martín Alonzo Pérez, alias Partidor; siendo el cuarto Juan de Yépez Betancur.
Parecía que la población iba a desaparecer. De los más de 3 mil habitantes que alcanzó la Ciudad en 1532, quince años después llegó a tener sólo 300 a causa de las inundaciones provocadas por las lluvias torrenciales y otras calamidades, que ocasionaron en breve tiempo una etapa crítica para el asentamiento en El Alto, lo que condujo al traslado a un nuevo sitio, su ubicación actual, en torno al Zócalo.
La fundación de la ciudad tiene un origen netamente mágico, mítico y religioso; que la ha comparado con la Ciudad Santa, con referencia en el Apocalipsis, debido a su similitud estructural: los ángeles, sus tres puertas intercomunicadas, tres calles intermedias y perpendiculares entre sí que originan un cuadrado perfecto. El número tres es muy recurrente en la fundación; representa, para los cristianos, la unidad divina (Dios es uno en tres personas), el tiempo (presente, pasado y futuro), las funciones del rey en el mundo (rey, sacerdote y profeta), entre otros. Puebla se destinó como sitio de reunión donde la cultura indígena y la española habrían de convivir y entremezclarse para conformar una ciudad próspera y en paz.
Si esto lo comparamos con las utopías renacentistas desde Thomas Moro, Campanella con su Heliópolis o Francis Bacon y su Novum Organum, debemos admitir que el primer obispo de Tlaxcala, logró la materialización de su sueño, es decir, lo que pudo ser una utopía se convirtió en una realidad, se convirtió en nuestra ciudad.
Puebla, reúne en su memoria la doble tradición de las grandes ciudades. Reúne la realidad de un proyecto utópico y de las ciudades milenarias.