/ sábado 12 de agosto de 2023

Instituto Carlos Pereyra, más de cien años de educación Calasanz en Puebla | Los tiempos idos

A partir de su fundación, el Instituto cambió cuatro veces de nombre y tres veces de ubicación

Los primeros religiosos Escolapios llegaron a tierras poblanas en noviembre de 1913 con la intención de fundar un Colegio Calasanz que contribuyera en la formación de la juventud.

Tras librar la hambruna, la peste, y los conflictos bélico políticos sucedidos en la ciudad y en el país durante la primera mitad del siglo XX, los Escolapios se establecieron definitivamente en Puebla. Fue hasta medio siglo después de su llegada que los escolapios consolidaron su proyecto en la Angelópolis al construir el edificio para su colegio.


A largo de su historia el Instituto Carlos Pereyra cambió cuatro veces de nombre y tres veces de ubicación. Hoy, cientos de generaciones de alumnos son orgullos de la educación Calasanz recibida.

Estos fueron los alumnos que inauguraron el primer curso del Colegio Calasanz en El Portalillo, el 14 de enero de 1914. Foto: Colección Pedro Sardá

Los primeros escolapios

Con la intención de fundar el Colegio Calasanz en tierras poblanas, los primeros religiosos Escolapios llegaron a la Puebla de los Ángeles el día 23 de noviembre de 1913, procedentes de Barcelona, España. Eran el reverendo padre, Joan Figueras, y el hermano, Juan Vives, quienes arribaron a la ciudad en el vapor Montevideo del Ferrocarril Mexicano a las 5:20 horas.

“Esto sucedió a petición del arzobispo de Puebla, Ramón Ibarra, quien tenía el deseo de buscar la mejor educación para la juventud poblana y solicitó la fundación de una Escuela Pía en la ciudad al sacerdote provincial de Cataluña, Luis Fábregas. El convenio había sido autorizado y firmado seis meses antes de que llegaron a la ciudad Figueras y Vives, por el padre Tomás Viñas, el 29 de mayo del mismo año”, expone el investigador Pedro Sardá.

El arzobispo Ibarra destinó para el colegio el edificio llamado “El Portalillo”, ubicado a un lado del Teatro Principal, sobre la 8 Norte. La Capilla de Nuestra Señora de Dolores, que está a un costado, quedó bajo el resguardo de los Escolapios.

Refiere que el inmueble estaba en malas condiciones pero fue acondicionado por los sacerdotes con ayuda de otros tres padres escolapios, procedentes de Cuba, que se sumaron al proyecto en diciembre. De esta forma, el 15 de enero de 1914, comenzó el curso escolar del Colegio Calasanz en Puebla con 98 alumnos, que unos días después, cuando fue bendecida la escuela, el 19 de febrero, ya eran 125.

El edificio de El Portalillo fue la primera sede de los escolapios en Puebla. Se aprecia en la foto cuando la 8 Norte todavía era vehicular. Año Aproximado 1974. Foto: Colección Pedro Sardá

Ocupación revolucionaria

Los carrancistas ocuparon la ciudad el 23 de agosto de 1914. Durante su estancia tuvieron alarmada a la ciudad por sus actos ignorantes y arbitrarios. entre los que saquearon y clausuraron las iglesias y los religiosos fueron desterrados.

Sardá comenta que los escolapios regresaron a Cuba, donde estaba su Casa Vicaria, a excepción de los fundadores, Figueras y Vives, quienes permanecieron en la ciudad.

Tres meses y medio después, los carrancistas quemaron la estación del ferrocarril para que no los persiguieran los zapatistas que entraron a la ciudad el 14 de diciembre del mismo año.


Fue una pesadilla y tal vez mayor, porque además de profanar tumbas, saquear iglesias, destruir la biblioteca de la Universidad Católica de Puebla (4 poniente y 5 norte) hoy extinta, y quemar la Plaza de Toros del Paseo Bravo, trajeron “el tifo” y provocaron una epidemia.

“Eso no importó al padre Figueras quien se dedicó a ayudar a la población más necesitada, incluso practicó el sacerdocio y para continuar con su misión educativa le cambió el nombre a la escuela a Colegio Comercial. El nuevo curso inició en enero de 1915 con 500 alumnos”, señala.

Figueras nunca se detuvo, a pesar de la guerra, el hambre y la epidemia de tifoidea que se había agudizado hacia la primavera de 1916, dice Sardá, y agrega que, ese mismo año, durante la Semana Mayor, celebró misa de Viernes de Dolores. Durante la homilía comenzó a sentir los síntomas de la peste. Falleció el día de Pascua, el 24 de abril, a los 43 años de edad. Hoy sus restos reposan en un mausoleo del Panteón Francés.

Este era el aspecto de la zona donde fue levantado el Instituto Carlos Pereyra. Se aprecia el antiguo Puente del Arquito sobre el Río San Francisco. A la derecha, el terreno con árboles, sobre el que se construyó el Instituto Carlos Pereyra. Año aproximado 1932. Foto: Colección Pedro Sardá


Abandonan el país

Cinco días después de la muerte del fundador del colegio, el 29 de abril arribaron a la ciudad el padre Enrique Canadell y el hermano Pedro Gracia, procedentes de Cuba.

“Abrieron las clases en mayo pero las dificultades y la persecución seguían, los sacerdotes tenían que salir vestidos de seglares a las calles. El colegio cambió nuevamente de nombre a Colegio Comercial Hispano Mexicano”, asegura.

Hacia 1920 el padre Enrique Canadell fue nombrado rector. La casa de escolapios en Puebla fue declarada Casa Canónica y se incorporó a la Vicaria de Cuba.

“En 1926 la situación de los católicos empeoró en el país con el gobierno de Plutarco Elías Calles. Se recrudeció la persecución, comenzó la Guerra Cristera, el culto se suprimió en toda la República y la mayoría de los religiosos salieron del país. La dirección del Colegio Calasanz se le otorgó a don Antonio Bedolla”, advierte.

Los problemas siguieron en 1934 cuando Lázaro Cárdenas tomó posesión como presidente de México y estableció un plan sexenal de educación que no era afín a los religiosos. Por orden del padre provincial todos los escolapios se fueron de Puebla el 7 de enero de 1935. Se llevaron con ellos a un seminarista poblano de 14 años, Isaac Cruz, quien realizó su noviciado en Barcelona.

El Edificio San Luis, fue la segunda sede de las Escuelas Pías en Puebla. Foto: Colección Pedro Sardá

Regresan los escolapios

El Colegio Comercial Hispano Mexicano siguió funcionando bajo la dirección de Bedolla, pero el gobierno expropió el edificio de El Portalillo así que cambió varias veces de ubicación hasta quedar en el edificio del antiguo Colegio de San Luis, en la calle 5 de Mayo, entre la 8 y 10 Poniente.

“La segunda etapa del Colegio Calasanz en Puebla inició el 5 de febrero de 1951, cuando se inauguró el curso escolar con 250 alumnos y la bendición de las instalaciones del edificio de San Luis por el arzobispo Octaviano Márquez, quien por cierto, había sido alumno en El Portalillo”, comenta.


“Como primer rector fungió el padre Vicente Ortí, quien en su labor educativa estuvo acompañado por los sacerdotes Jesús García e Isaac Cruz, el seminarista que se había ido con los escolapios a España y regresó a Puebla después de haber recibido su Sotana Escolapia en Cataluña”, agrega el investigador.

El colegio iniciaba una nueva época y le cambiaron el nombre a Instituto Carlos Pereyra en memoria al historiador que había fallecido. Se decidió que Bedolla no siguiera en la institución. Recuperaron los ornamentos y objetos religiosos que la señora Josefina Torres les había guardado durante los 15 años que estuvieron ausentes.

El arzobispo Octaviano Marquez fue alumno en El Portalillo. Bendijo el edifico del antiguo Colegio de San Luis y también las instalaciones del nuevo colegio. Foto: Colección Pedro Sardá

La nueva era de las Escuela Pías

Para 1952 el colegio ya tenía 400 alumnos. “Yo entré a primero de primaria en 1953, cuando el Instituto Carlos Pereyra estaba en el edificio San Luis, sobre la 5 de Mayo. Había primaria y secundaria y el director era el padre Vicente Ortí, un hombre delgado, alto y muy abusado”, recuerda Nicolás Fueyo McDonald, exalumno.

Refiere que el uniforme de diario era pantalón caqui y chaleco rojo con bies azul en la orilla de las mangas. El traje de gala era pantalón y corbata azul marino, camisa blanca con un saco blanco de solapas cruzadas y botones dorados con un escudo del colegio. Lo usaban en ceremonias y desfiles.

En aquella época había un solo grupo por grado. Las clases eran por la mañana, de 9 a 12, y en la tarde, de 3 a 5. Los cursos iniciaban a mediados de enero y terminaban en noviembre con vacaciones de verano cortas, como de dos semanas. Había internado y la mayoría de los chicos que vivían ahí eran de Veracruz o de Oaxaca.

“Solo teníamos un recreo en la mañana, pero yo nunca llevé lunch. Había una tiendita en la que vendían tortas de frijoles con un queso añejo, les ponían chipotle y costaban 50 centavos. Había otras tortas a las que les ponían mantequilla, una rebanada de galantina delgada y una rajita de jalapeño, costaban 70 centavos, esas me gustaban mucho”, señala.

Compañeros de 6to. de primaria con el hermano Agustín Elvira. Año 1958. Foto: Nicolás Fueyo McDonald

Escolapios a medidados de siglo XX

En julio de 1956, el padre Ortí fue sustituido por el padre José Solá Valls, quien llegó procedente de Cuba en octubre de ese mismo año.

Sardá narra que el nuevo rector pintó el colegio, remozó el claustro y la entrada, arregló la capilla y colocó el antiguo altar del portalillo. Así celebró los 400 años del natalicio de San José de Calasanz. Hubo misa en catedral presidida por el arzobispo de México. Después se ofreció un banquete en el que estuvieron presentes el gobernador y el presidente municipal. Por la noche hubo cena para los padres de familia y ex alumnos.

“Cuando llegué a 4to. de primaria llegó el padre José Solá Valls, él me tocó hasta 2º de secundaria. Había otros padres, uno poblano que era el padre Cruz, yo creo que él conoció a los curas en El Portalillo”, dice Fueyo.

“En los desfiles participaban los alumnos de 4to., 5to., y 6to. de primaria y toda la secundaria. Entrenábamos unas tres semanas antes, nos sacaban a marchar con escolta y banda de guerra, que era muy buena. Íbamos sobre la calle 5 de Mayo de la 8 a las 18 oriente, entre el Río San Francisco (hoy bulevar) y la 4 norte, era durísimo”, comenta.

Botones del traje de gala. El grande era para abrochar el saco y el pequeño como adorno en las terminaciones de la manga. Las letras AMPI significan: “A Mayor Progreso Intelectual”, slogan de la institución. Foto: Nicolás Fueyo McDonald

Nicolás dice que cuando el terminó sexto de primaria, en 1958, tenía solo 11 años de edad y como estaba muy chiquillo su papá decidió que repitiera el grado, cosa que para él fue muy difícil porque sus compañeros de toda la primaria ya estaban en secundaria.

En 1961 el Instituto ya contaba con una plantilla de 720 alumnos por lo que se comenzó a pensar en tener un colegio propio y dejar de pagar renta. El padre Solá inició la Asociación Civil y la Sociedad de Padres de Familia del Colegio. Más adelante se fundó la Escuela Calasanz de las Granjas para alumnos de familias necesitadas. Este fue sustituido por el padre Ángel Oliveras en enero de 1962 y también fue nombrado Delegado Provincial.

“Yo todos los años de mi vida reprobé historia y de matemáticas no entendía ni jota. Cuando llegué a 3ro. de secundaria (1962) ya estaba el padre Ángel Oliveras Cuspinera como director. Él fue mi maestro de matemáticas y me volví brillante, le entendí al algebra de la A, a la Z. Era un gran maestro. Él fue quien construyó el nuevo colegio en Las Palmas”, advierte.

El padre Vicente Ortí (con la mano en el saco) era muy querido por los padres de familia. Foto: Colección Pedro Sardá

El financiamiento

Originarios de la Ciudad de México, Nicolás Fueyo Villa y su esposa Guadalupe McDonald, junto con su primogénito Nicolás, se habían avecinado en el fraccionamiento Molino de San Francisco en 1949. En el edificio Marilupe, en la 6 norte 1214, ocuparon el departamento 101. Echaron raíces en Puebla y tuvieron 8 hijos más.

Fueyo Villa, padre del entrevistado, fue gerente general del Banco Español Mexicano que estaba sobre la 2 norte, esquina con la 2 oriente. Después se volvió Banco Comercial de Puebla, más tarde Banco Mexicano, luego SOMEX y hoy es el Banco Santander del portal Hidalgo que está en la esquina con la 2 norte.

Él era muy amigo de don Remigio Núñez, de Deportes Núñez. Ambos ayudaron al padre Oliveras a conseguir financiamiento para la construcción del nuevo colegio; y Juan Esteban Rivera, que era compadre de Fueyo, fue quien lo construyó.

“Le consiguieron al padre Oliveras un financiamiento de 500 mil pesos (antiguos) de la Fundación Jenkins. Si no mal recuerdo pagaban el 1% de interés mensual, que era muy decente, un 12% anual de interés; y cien mil pesos una vez al año. Juntaban ese dinero con las inscripciones. El plazo fue de cinco años”, detalla Nicolás.

“A mí me agarraron de correo. El padre Oliveras hacía su cheque (de los intereses), lo metía en un sobre y yo se lo llevaba a mi papá cuando salía del colegio. Él me mandaba a pagar a la fundación, solo cruzaba la calle, subía y dejaba el cheque. Me daban un recibo y regresaba con ese recibo al día siguiente al colegio”, agrega.

Aspecto del edificio del Instituto Carlos Pereyra a principios del siglo XXI. Foto: Colección Pedro Sardá

El nuevo colegio

El 1º de mayo de 1964 se colocó la primera piedra del nuevo colegio, fecha que coincidió con el cincuenta aniversario de las Escuelas Pías en Puebla. Estaría ubicado en la calle 2 Sur 4702, colonia Las Palmas. El templo de San Baltazar sirvió como parroquia auxiliar de los escolapios.

Fueyo asegura que el padre Oliveras construyó el colegio en dos años y medio. Cuando consideró que el edificio estaba habilitado para comenzar a dar clases ahí, dejaron el antiguo edificio San Luis y se trasladaron al nuevo colegio.

“Cuando nos cambiamos ya estaba el edificio de primaria (sobre la 2 sur), eran 6 salones. No estaba terminado el segundo piso de edificio de la secundaria (sobre bulevar 5 de mayo), los salones no tenían vidrios, ahí hice mis exámenes finales de preparatoria, en 1964. Aún estaba el Río San Francisco y para llegar tomaba la ruta Las Palmas que lo llevaba de Bella Visa, donde vivía, al Instituto. Solo estuve un mes en ese colegio”, recuerda.

Pero su relación con el colegio no terminó ahí porque cuatro años después, en 1968, comenzó a dar clases de física en el Instituto, incluso fue maestro de sus hermanos menores. Además, más adelante, el construyó el nuevo kínder y remodeló la cafetería.

Oliveras fue sustituido en 1970 por el padre Miguel Comas, quien fue sucedido por Ramón Martí en 1973. Para 1974 el alumnado había aumentado a 801. En 1975 el colegio se volvió mixto por lo que para 1976 eran ya 1,017 alumnos.

Ceremonia de inauguración de las nuevas instalaciones del Instituto Carlos Pereyra en noviembre de 1964. Foto: Colección Pedro Sardá


Hacia la era moderna

Con la misión de consolidar la expansión y los proyectos de los escolapios en Puebla, se nombró rector al padre José María Vidal Minguell (1976-1979). Las oficinas que estaban en medio del patio de primaria se cambiaron a la entrada actual del Instituto. Él se preocupó mucho por el aspecto formativo y organizó pláticas y excursiones para estrechar lazos.

Yo estudié la prepa en el Instituto Carlos Pereyra, de 1977 a 1979, ya era mixto. Mi salón estaba en la parte superior. Se estaban construyendo los Condominios Géminis, las torres gemelas del bulevar. El río ya estaba entubado pero no pavimentado, a mí me tocó ver la urbanización”, expone Pedro Sardá.

Refiere que donde está el camellón de la prolongación de la 43 Oriente (hacia el mirador), hay un escalón que es donde estaba la barda de los campos de futbol del Benavente y lo demás pertenecía a la hacienda Anzures. En lo que ahora es Plaza Dorada estaba el casco de la hacienda, entre Suburbia y Bodega Aurrera.

La educación si bien era de tipo religioso era sumamente libre. Dicho de otra manera, tu podías pensar como quisieras y eras aceptado, podían incluso manifestar tus ideas, entrar en un diálogo y no tenía reprimenda. Yo creo que los padres al ser catalanes estaban acostumbrados a interactuar con personas de criterio distinto. Nunca percibí ni padecí algún tipo de presión por disentir. Para mi agrado tuve compañeros cuya familia tenía agencias de autos, pero también un compañero que vendía boletos de lotería en la Reforma. El trato era igual para todos”, agrega.

Recuerda a un maestro que tuvo que era muy liberal. A pesar de estar en escuela religiosa los ilustró sobre economía política. Aprendió la visión socialista y gracias a eso se convirtió en crítico informado.

Se aprecia el Río de San Francisco (bulevar y 2 sur) durante la construcción del segundo colector. Atrás el Colegio. Año aproximado 1993. Foto: Colección Pedro Sardá

Actividades formativas

En el colegio se desarrollaban muchas actividades de grupos sociales como los hogares Calasanz que apoyan a huérfanos, niños con escasos recursos, abandonados, e incluso, con problemas de conducta. También grupos como los Boy Scouts que promueven el desarrollo de las personas.

“El grupo 7 de Boy Scouts del Pereyra era muy competitivo, siempre con mucho trabajo arduo y esfuerzo. Pero siempre existió la sombra del grupo 10 del Colegio Benavente que se ostentaban como los más preparados y siempre con los uniformes inmaculados. La única diferencia que yo percibía es que los demás grupos padecían la escases de recursos familiares y siempre faltaba algo”, señala.

Sardá recuerda que hacían excusiones al Parque Juárez que se había convertido en una Ciénega debido al entubamiento del río. Era naturaleza pura y se veía el agua salir burbujeando, había carrizo, papiro, ajolotes, ranas.

La preparatoria del Instituto Carlos Pereyra era de dos años como todas las que estaban afiliadas al programa de la UAP. Por ese motivo, los alumnos eran examinados por sinodales de la máxima casa de estudios cuando terminaban el semestre.

Eran muy rigurosos esos exámenes, sobre todo en materias como ciencias sociales. Los sinodales que mandaban estaba muy politizados, entonces llegabas y te hacían preguntas capciosas, de difícil respuesta. Trataban de reprobarte porque les interesaba que la educación privada tuviera peores calificaciones que la pública. Tenías que prepararte mucho porque sabias que no te iban a preguntar de conocimientos generales”, concluye el investigador.

Para el período 1979-1988, la rectoría quedó a cargo del padre Antonio Claramunt Llorach, quien se ganó a la comunidad de inmediato por su carisma. El Instituto fue sede de los juegos Interescolapios. Construyó el nuevo Jardín de Niños, remodeló la biblioteca, creó el servicio psicopedagógico e inició el primer proyecto del laboratorio de computación.

Vista aérea actual de las instalaciones del Instituto Carlos Pereyra. Foto. Iván Venegas. El Sol de Puebla


Los primeros religiosos Escolapios llegaron a tierras poblanas en noviembre de 1913 con la intención de fundar un Colegio Calasanz que contribuyera en la formación de la juventud.

Tras librar la hambruna, la peste, y los conflictos bélico políticos sucedidos en la ciudad y en el país durante la primera mitad del siglo XX, los Escolapios se establecieron definitivamente en Puebla. Fue hasta medio siglo después de su llegada que los escolapios consolidaron su proyecto en la Angelópolis al construir el edificio para su colegio.


A largo de su historia el Instituto Carlos Pereyra cambió cuatro veces de nombre y tres veces de ubicación. Hoy, cientos de generaciones de alumnos son orgullos de la educación Calasanz recibida.

Estos fueron los alumnos que inauguraron el primer curso del Colegio Calasanz en El Portalillo, el 14 de enero de 1914. Foto: Colección Pedro Sardá

Los primeros escolapios

Con la intención de fundar el Colegio Calasanz en tierras poblanas, los primeros religiosos Escolapios llegaron a la Puebla de los Ángeles el día 23 de noviembre de 1913, procedentes de Barcelona, España. Eran el reverendo padre, Joan Figueras, y el hermano, Juan Vives, quienes arribaron a la ciudad en el vapor Montevideo del Ferrocarril Mexicano a las 5:20 horas.

“Esto sucedió a petición del arzobispo de Puebla, Ramón Ibarra, quien tenía el deseo de buscar la mejor educación para la juventud poblana y solicitó la fundación de una Escuela Pía en la ciudad al sacerdote provincial de Cataluña, Luis Fábregas. El convenio había sido autorizado y firmado seis meses antes de que llegaron a la ciudad Figueras y Vives, por el padre Tomás Viñas, el 29 de mayo del mismo año”, expone el investigador Pedro Sardá.

El arzobispo Ibarra destinó para el colegio el edificio llamado “El Portalillo”, ubicado a un lado del Teatro Principal, sobre la 8 Norte. La Capilla de Nuestra Señora de Dolores, que está a un costado, quedó bajo el resguardo de los Escolapios.

Refiere que el inmueble estaba en malas condiciones pero fue acondicionado por los sacerdotes con ayuda de otros tres padres escolapios, procedentes de Cuba, que se sumaron al proyecto en diciembre. De esta forma, el 15 de enero de 1914, comenzó el curso escolar del Colegio Calasanz en Puebla con 98 alumnos, que unos días después, cuando fue bendecida la escuela, el 19 de febrero, ya eran 125.

El edificio de El Portalillo fue la primera sede de los escolapios en Puebla. Se aprecia en la foto cuando la 8 Norte todavía era vehicular. Año Aproximado 1974. Foto: Colección Pedro Sardá

Ocupación revolucionaria

Los carrancistas ocuparon la ciudad el 23 de agosto de 1914. Durante su estancia tuvieron alarmada a la ciudad por sus actos ignorantes y arbitrarios. entre los que saquearon y clausuraron las iglesias y los religiosos fueron desterrados.

Sardá comenta que los escolapios regresaron a Cuba, donde estaba su Casa Vicaria, a excepción de los fundadores, Figueras y Vives, quienes permanecieron en la ciudad.

Tres meses y medio después, los carrancistas quemaron la estación del ferrocarril para que no los persiguieran los zapatistas que entraron a la ciudad el 14 de diciembre del mismo año.


Fue una pesadilla y tal vez mayor, porque además de profanar tumbas, saquear iglesias, destruir la biblioteca de la Universidad Católica de Puebla (4 poniente y 5 norte) hoy extinta, y quemar la Plaza de Toros del Paseo Bravo, trajeron “el tifo” y provocaron una epidemia.

“Eso no importó al padre Figueras quien se dedicó a ayudar a la población más necesitada, incluso practicó el sacerdocio y para continuar con su misión educativa le cambió el nombre a la escuela a Colegio Comercial. El nuevo curso inició en enero de 1915 con 500 alumnos”, señala.

Figueras nunca se detuvo, a pesar de la guerra, el hambre y la epidemia de tifoidea que se había agudizado hacia la primavera de 1916, dice Sardá, y agrega que, ese mismo año, durante la Semana Mayor, celebró misa de Viernes de Dolores. Durante la homilía comenzó a sentir los síntomas de la peste. Falleció el día de Pascua, el 24 de abril, a los 43 años de edad. Hoy sus restos reposan en un mausoleo del Panteón Francés.

Este era el aspecto de la zona donde fue levantado el Instituto Carlos Pereyra. Se aprecia el antiguo Puente del Arquito sobre el Río San Francisco. A la derecha, el terreno con árboles, sobre el que se construyó el Instituto Carlos Pereyra. Año aproximado 1932. Foto: Colección Pedro Sardá


Abandonan el país

Cinco días después de la muerte del fundador del colegio, el 29 de abril arribaron a la ciudad el padre Enrique Canadell y el hermano Pedro Gracia, procedentes de Cuba.

“Abrieron las clases en mayo pero las dificultades y la persecución seguían, los sacerdotes tenían que salir vestidos de seglares a las calles. El colegio cambió nuevamente de nombre a Colegio Comercial Hispano Mexicano”, asegura.

Hacia 1920 el padre Enrique Canadell fue nombrado rector. La casa de escolapios en Puebla fue declarada Casa Canónica y se incorporó a la Vicaria de Cuba.

“En 1926 la situación de los católicos empeoró en el país con el gobierno de Plutarco Elías Calles. Se recrudeció la persecución, comenzó la Guerra Cristera, el culto se suprimió en toda la República y la mayoría de los religiosos salieron del país. La dirección del Colegio Calasanz se le otorgó a don Antonio Bedolla”, advierte.

Los problemas siguieron en 1934 cuando Lázaro Cárdenas tomó posesión como presidente de México y estableció un plan sexenal de educación que no era afín a los religiosos. Por orden del padre provincial todos los escolapios se fueron de Puebla el 7 de enero de 1935. Se llevaron con ellos a un seminarista poblano de 14 años, Isaac Cruz, quien realizó su noviciado en Barcelona.

El Edificio San Luis, fue la segunda sede de las Escuelas Pías en Puebla. Foto: Colección Pedro Sardá

Regresan los escolapios

El Colegio Comercial Hispano Mexicano siguió funcionando bajo la dirección de Bedolla, pero el gobierno expropió el edificio de El Portalillo así que cambió varias veces de ubicación hasta quedar en el edificio del antiguo Colegio de San Luis, en la calle 5 de Mayo, entre la 8 y 10 Poniente.

“La segunda etapa del Colegio Calasanz en Puebla inició el 5 de febrero de 1951, cuando se inauguró el curso escolar con 250 alumnos y la bendición de las instalaciones del edificio de San Luis por el arzobispo Octaviano Márquez, quien por cierto, había sido alumno en El Portalillo”, comenta.


“Como primer rector fungió el padre Vicente Ortí, quien en su labor educativa estuvo acompañado por los sacerdotes Jesús García e Isaac Cruz, el seminarista que se había ido con los escolapios a España y regresó a Puebla después de haber recibido su Sotana Escolapia en Cataluña”, agrega el investigador.

El colegio iniciaba una nueva época y le cambiaron el nombre a Instituto Carlos Pereyra en memoria al historiador que había fallecido. Se decidió que Bedolla no siguiera en la institución. Recuperaron los ornamentos y objetos religiosos que la señora Josefina Torres les había guardado durante los 15 años que estuvieron ausentes.

El arzobispo Octaviano Marquez fue alumno en El Portalillo. Bendijo el edifico del antiguo Colegio de San Luis y también las instalaciones del nuevo colegio. Foto: Colección Pedro Sardá

La nueva era de las Escuela Pías

Para 1952 el colegio ya tenía 400 alumnos. “Yo entré a primero de primaria en 1953, cuando el Instituto Carlos Pereyra estaba en el edificio San Luis, sobre la 5 de Mayo. Había primaria y secundaria y el director era el padre Vicente Ortí, un hombre delgado, alto y muy abusado”, recuerda Nicolás Fueyo McDonald, exalumno.

Refiere que el uniforme de diario era pantalón caqui y chaleco rojo con bies azul en la orilla de las mangas. El traje de gala era pantalón y corbata azul marino, camisa blanca con un saco blanco de solapas cruzadas y botones dorados con un escudo del colegio. Lo usaban en ceremonias y desfiles.

En aquella época había un solo grupo por grado. Las clases eran por la mañana, de 9 a 12, y en la tarde, de 3 a 5. Los cursos iniciaban a mediados de enero y terminaban en noviembre con vacaciones de verano cortas, como de dos semanas. Había internado y la mayoría de los chicos que vivían ahí eran de Veracruz o de Oaxaca.

“Solo teníamos un recreo en la mañana, pero yo nunca llevé lunch. Había una tiendita en la que vendían tortas de frijoles con un queso añejo, les ponían chipotle y costaban 50 centavos. Había otras tortas a las que les ponían mantequilla, una rebanada de galantina delgada y una rajita de jalapeño, costaban 70 centavos, esas me gustaban mucho”, señala.

Compañeros de 6to. de primaria con el hermano Agustín Elvira. Año 1958. Foto: Nicolás Fueyo McDonald

Escolapios a medidados de siglo XX

En julio de 1956, el padre Ortí fue sustituido por el padre José Solá Valls, quien llegó procedente de Cuba en octubre de ese mismo año.

Sardá narra que el nuevo rector pintó el colegio, remozó el claustro y la entrada, arregló la capilla y colocó el antiguo altar del portalillo. Así celebró los 400 años del natalicio de San José de Calasanz. Hubo misa en catedral presidida por el arzobispo de México. Después se ofreció un banquete en el que estuvieron presentes el gobernador y el presidente municipal. Por la noche hubo cena para los padres de familia y ex alumnos.

“Cuando llegué a 4to. de primaria llegó el padre José Solá Valls, él me tocó hasta 2º de secundaria. Había otros padres, uno poblano que era el padre Cruz, yo creo que él conoció a los curas en El Portalillo”, dice Fueyo.

“En los desfiles participaban los alumnos de 4to., 5to., y 6to. de primaria y toda la secundaria. Entrenábamos unas tres semanas antes, nos sacaban a marchar con escolta y banda de guerra, que era muy buena. Íbamos sobre la calle 5 de Mayo de la 8 a las 18 oriente, entre el Río San Francisco (hoy bulevar) y la 4 norte, era durísimo”, comenta.

Botones del traje de gala. El grande era para abrochar el saco y el pequeño como adorno en las terminaciones de la manga. Las letras AMPI significan: “A Mayor Progreso Intelectual”, slogan de la institución. Foto: Nicolás Fueyo McDonald

Nicolás dice que cuando el terminó sexto de primaria, en 1958, tenía solo 11 años de edad y como estaba muy chiquillo su papá decidió que repitiera el grado, cosa que para él fue muy difícil porque sus compañeros de toda la primaria ya estaban en secundaria.

En 1961 el Instituto ya contaba con una plantilla de 720 alumnos por lo que se comenzó a pensar en tener un colegio propio y dejar de pagar renta. El padre Solá inició la Asociación Civil y la Sociedad de Padres de Familia del Colegio. Más adelante se fundó la Escuela Calasanz de las Granjas para alumnos de familias necesitadas. Este fue sustituido por el padre Ángel Oliveras en enero de 1962 y también fue nombrado Delegado Provincial.

“Yo todos los años de mi vida reprobé historia y de matemáticas no entendía ni jota. Cuando llegué a 3ro. de secundaria (1962) ya estaba el padre Ángel Oliveras Cuspinera como director. Él fue mi maestro de matemáticas y me volví brillante, le entendí al algebra de la A, a la Z. Era un gran maestro. Él fue quien construyó el nuevo colegio en Las Palmas”, advierte.

El padre Vicente Ortí (con la mano en el saco) era muy querido por los padres de familia. Foto: Colección Pedro Sardá

El financiamiento

Originarios de la Ciudad de México, Nicolás Fueyo Villa y su esposa Guadalupe McDonald, junto con su primogénito Nicolás, se habían avecinado en el fraccionamiento Molino de San Francisco en 1949. En el edificio Marilupe, en la 6 norte 1214, ocuparon el departamento 101. Echaron raíces en Puebla y tuvieron 8 hijos más.

Fueyo Villa, padre del entrevistado, fue gerente general del Banco Español Mexicano que estaba sobre la 2 norte, esquina con la 2 oriente. Después se volvió Banco Comercial de Puebla, más tarde Banco Mexicano, luego SOMEX y hoy es el Banco Santander del portal Hidalgo que está en la esquina con la 2 norte.

Él era muy amigo de don Remigio Núñez, de Deportes Núñez. Ambos ayudaron al padre Oliveras a conseguir financiamiento para la construcción del nuevo colegio; y Juan Esteban Rivera, que era compadre de Fueyo, fue quien lo construyó.

“Le consiguieron al padre Oliveras un financiamiento de 500 mil pesos (antiguos) de la Fundación Jenkins. Si no mal recuerdo pagaban el 1% de interés mensual, que era muy decente, un 12% anual de interés; y cien mil pesos una vez al año. Juntaban ese dinero con las inscripciones. El plazo fue de cinco años”, detalla Nicolás.

“A mí me agarraron de correo. El padre Oliveras hacía su cheque (de los intereses), lo metía en un sobre y yo se lo llevaba a mi papá cuando salía del colegio. Él me mandaba a pagar a la fundación, solo cruzaba la calle, subía y dejaba el cheque. Me daban un recibo y regresaba con ese recibo al día siguiente al colegio”, agrega.

Aspecto del edificio del Instituto Carlos Pereyra a principios del siglo XXI. Foto: Colección Pedro Sardá

El nuevo colegio

El 1º de mayo de 1964 se colocó la primera piedra del nuevo colegio, fecha que coincidió con el cincuenta aniversario de las Escuelas Pías en Puebla. Estaría ubicado en la calle 2 Sur 4702, colonia Las Palmas. El templo de San Baltazar sirvió como parroquia auxiliar de los escolapios.

Fueyo asegura que el padre Oliveras construyó el colegio en dos años y medio. Cuando consideró que el edificio estaba habilitado para comenzar a dar clases ahí, dejaron el antiguo edificio San Luis y se trasladaron al nuevo colegio.

“Cuando nos cambiamos ya estaba el edificio de primaria (sobre la 2 sur), eran 6 salones. No estaba terminado el segundo piso de edificio de la secundaria (sobre bulevar 5 de mayo), los salones no tenían vidrios, ahí hice mis exámenes finales de preparatoria, en 1964. Aún estaba el Río San Francisco y para llegar tomaba la ruta Las Palmas que lo llevaba de Bella Visa, donde vivía, al Instituto. Solo estuve un mes en ese colegio”, recuerda.

Pero su relación con el colegio no terminó ahí porque cuatro años después, en 1968, comenzó a dar clases de física en el Instituto, incluso fue maestro de sus hermanos menores. Además, más adelante, el construyó el nuevo kínder y remodeló la cafetería.

Oliveras fue sustituido en 1970 por el padre Miguel Comas, quien fue sucedido por Ramón Martí en 1973. Para 1974 el alumnado había aumentado a 801. En 1975 el colegio se volvió mixto por lo que para 1976 eran ya 1,017 alumnos.

Ceremonia de inauguración de las nuevas instalaciones del Instituto Carlos Pereyra en noviembre de 1964. Foto: Colección Pedro Sardá


Hacia la era moderna

Con la misión de consolidar la expansión y los proyectos de los escolapios en Puebla, se nombró rector al padre José María Vidal Minguell (1976-1979). Las oficinas que estaban en medio del patio de primaria se cambiaron a la entrada actual del Instituto. Él se preocupó mucho por el aspecto formativo y organizó pláticas y excursiones para estrechar lazos.

Yo estudié la prepa en el Instituto Carlos Pereyra, de 1977 a 1979, ya era mixto. Mi salón estaba en la parte superior. Se estaban construyendo los Condominios Géminis, las torres gemelas del bulevar. El río ya estaba entubado pero no pavimentado, a mí me tocó ver la urbanización”, expone Pedro Sardá.

Refiere que donde está el camellón de la prolongación de la 43 Oriente (hacia el mirador), hay un escalón que es donde estaba la barda de los campos de futbol del Benavente y lo demás pertenecía a la hacienda Anzures. En lo que ahora es Plaza Dorada estaba el casco de la hacienda, entre Suburbia y Bodega Aurrera.

La educación si bien era de tipo religioso era sumamente libre. Dicho de otra manera, tu podías pensar como quisieras y eras aceptado, podían incluso manifestar tus ideas, entrar en un diálogo y no tenía reprimenda. Yo creo que los padres al ser catalanes estaban acostumbrados a interactuar con personas de criterio distinto. Nunca percibí ni padecí algún tipo de presión por disentir. Para mi agrado tuve compañeros cuya familia tenía agencias de autos, pero también un compañero que vendía boletos de lotería en la Reforma. El trato era igual para todos”, agrega.

Recuerda a un maestro que tuvo que era muy liberal. A pesar de estar en escuela religiosa los ilustró sobre economía política. Aprendió la visión socialista y gracias a eso se convirtió en crítico informado.

Se aprecia el Río de San Francisco (bulevar y 2 sur) durante la construcción del segundo colector. Atrás el Colegio. Año aproximado 1993. Foto: Colección Pedro Sardá

Actividades formativas

En el colegio se desarrollaban muchas actividades de grupos sociales como los hogares Calasanz que apoyan a huérfanos, niños con escasos recursos, abandonados, e incluso, con problemas de conducta. También grupos como los Boy Scouts que promueven el desarrollo de las personas.

“El grupo 7 de Boy Scouts del Pereyra era muy competitivo, siempre con mucho trabajo arduo y esfuerzo. Pero siempre existió la sombra del grupo 10 del Colegio Benavente que se ostentaban como los más preparados y siempre con los uniformes inmaculados. La única diferencia que yo percibía es que los demás grupos padecían la escases de recursos familiares y siempre faltaba algo”, señala.

Sardá recuerda que hacían excusiones al Parque Juárez que se había convertido en una Ciénega debido al entubamiento del río. Era naturaleza pura y se veía el agua salir burbujeando, había carrizo, papiro, ajolotes, ranas.

La preparatoria del Instituto Carlos Pereyra era de dos años como todas las que estaban afiliadas al programa de la UAP. Por ese motivo, los alumnos eran examinados por sinodales de la máxima casa de estudios cuando terminaban el semestre.

Eran muy rigurosos esos exámenes, sobre todo en materias como ciencias sociales. Los sinodales que mandaban estaba muy politizados, entonces llegabas y te hacían preguntas capciosas, de difícil respuesta. Trataban de reprobarte porque les interesaba que la educación privada tuviera peores calificaciones que la pública. Tenías que prepararte mucho porque sabias que no te iban a preguntar de conocimientos generales”, concluye el investigador.

Para el período 1979-1988, la rectoría quedó a cargo del padre Antonio Claramunt Llorach, quien se ganó a la comunidad de inmediato por su carisma. El Instituto fue sede de los juegos Interescolapios. Construyó el nuevo Jardín de Niños, remodeló la biblioteca, creó el servicio psicopedagógico e inició el primer proyecto del laboratorio de computación.

Vista aérea actual de las instalaciones del Instituto Carlos Pereyra. Foto. Iván Venegas. El Sol de Puebla


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