De los animales que trajeron los conquistadores a México ninguno fue más apreciado que el cochino. En la Ciudad de los Ángeles, no solo se comía “cochino, marrano y cerdo”, también se utilizaban sus pelos para hacer cepillos y su manteca para hacer jabón.
El animal se reproducía con facilidad y permitía amasar fortunas rápidas, como es el caso de don Tomás de Fuenleal y Huesca que con quince marranos inició la industria de la carne en Puebla.
En España, el hombre hubiera sido considerado un plebeyo por hacer fortuna con este animal, pero él no sentía vergüenza del origen de su riqueza. Tanto así que construyó una casa que adornó con imágenes de marranos.
Aunque en vida nadie se atrevió a decírselo de frente, la gente le llamaba a su casa: “La Casa de los Marranos”, ubicada en la actual calle 3 norte, entre 6 y 8 poniente.
UNA BELLEZA DESLUMBRANTE
Fuenleal y Huesca era un viudo con mucho dinero que gozaba de buenas relaciones políticas y sociales. Un buen día, en un baile en casa de los Haro, conoció a una joven de impresionante belleza llamada María Luisa Veraza, de sólo 16 años de edad.
Ese día, todos los apuestos jóvenes se peleaban por la oportunidad de bailar con ella, y don Tomás no iba a pelear con ellos, fue directamente a hablar con la madre y le planteó el negocio claramente.
María Luisa lloró muchos días suplicando que no la obligaran a casarse con ese viejo, calvo y gordo de don Tomás. La madre dejó claro su punto en unas cuantas palabras: “En primer lugar no es viejo, es maduro y tiene experiencial. No es calvo tiene la ´frente despejada´. No es gordo, ´es robusto´, y ya lo sabes: “te casas o te vas al convento”.
La boda fue una de las más comentadas y celebradas del año de 1689.
LOS PLACERES DE LA CARNE
Una vez casados, María Luisa se aburría tanto en una casa tan grande que pensaba seriamente en el convento como una opción, porque don Tomás no dejaba salir sola a su bella esposa por temor a que lo engañara.
Pero sin darse cuenta, el esposo provocó lo mismo que trataba de evitar: su joven esposa todo el tiempo estaba rodeada de hombres en su propia casa, como el cocinero, el jardinero, los criados y hasta un esclavo negro, ¡y sola!, porque don Tomás se la pasaba la mayor parte en fiestas “sólo para hombres”.
Así que María Luisa no tardó en engañarlo con el cocinero mayor, un antiguo esclavo chino que había sido liberado. Su nombre cristiano era José Gaspar, el verdadero era Chen Li Fa. Había nacido en la ciudad de Cantón, en China, y fue traído a América para ser vendido como esclavo en un mercado de la ciudad de México.
Pero la mayor revelación de la mujer, fue su esclavo negro José Mandinga: descubrió que podía ordenarle todo lo que quisiera, y el no tendría otra opción más que complacerla. A este le siguieron José Pancracio y José Antonio, criados del amo, también los hermanos José Miguel y José López, y hasta los indios jardineros.
María Luisa había descubierto uno de los pocos placeres que las mujeres de aquel tiempo podían disfrutar, y aprovechando las ausencias de su esposo cada vez se volvía más audaz. Para no previó las consecuencias y para su mala fortuna, comenzó a tener los síntomas que daban a entender que la familia iba a aumentar muy pronto.
EL VENENO, LA SOLUCIÓN
Un grave problema se planteaba con esta situación: María Luisa, ¡llevaba más de tres meses sin dormir con el esposo! O convencía a su marido que ella había sido inseminada por la gracia divina, o iba a tener que sufrir las consecuencias de sus actos.
A medida que pasaban los días su preocupación crecía, la joven no encontraba consuelo ante el vendaval que se venía, entonces llegó a la conclusión que tenía que deshacerse de su marido. Se lo planteó a sus amantes y todos se mostraron temerosos, ninguno se comprometió a hacerlo. ¡Cobardes! Sólo quedaba el veneno, la ancestral arma de las mujeres, pero ¿cómo aplicarlo, cuándo y dónde? El banquete por el santo de su esposo parecía ser la ocasión apropiada.
El día del festejo la famosa casa de los marranos parecía iglesia de lo llena que se encontraba. Decenas de invitados llegaron a disfrutar la hospitalidad de don Fuenleal y Huesca. Estaba el inquisidor, el alguacil de la Santa Hermandad, la policía de la época, los alcaldes mayores, caballeros de varias cofradías, todos listos para saborear las deliciosas viandas que sabían se servirían.
María Luisa llevaba un pequeño frasco envuelto en un trozo de tela que nadie vio, y cuando todos estaban gustosos saboreando la comida, se deslizó sigilosa a la cocina. En la alacena vertió sobre una de las botellas de vino el líquido mortal.
UNA TRAGEDIA CHINA
Cuando se disponía a regresar se encontró con Li Fa quien había observado la escena de cerca y decidido, trató de detenerla. Luisa gritó en el momento que llegaba su marido, quien había ido a la cocina por el vino. Al ver la escena, a don Tomás le subió la sangre a la cabeza y atravesó el corazón del cocinero con el mismo cuchillo con el que había estado comiendo.
Muerto Li Fa, Fuenleal ordenó que llevaran su cadáver lejos de las miradas de los comensales, al quinto patio. Entonces le ordenó a su esposa subir a la habitación y declararse indispuesta.
El don no tuvo otro remedio que dar a conocer el hecho al alguacil de la Santa Hermandad, pero no tuvo ningún problema y la fiesta continuó un rato más. Al momento de brindar por su santo, don Tomás dio el primer sorbo y dando traspiés cayó muerto ante la concurrencia.
Fue un escándalo, y se habló de ello durante muchos años, las autoridades habían llegado a la conclusión que el culpable había sido el perverso cocinero chino, y presumían que había violado a la hermosa esposa del buen don Tomas Huesca. Por supuesto, nadie comentó que el niño nació negro y no amarillo, pero como el bebé terminó en el orfanatorio de San Cristóbal, no hubo material para seguir especulando.
María Luisa se convirtió en una viuda muy rica que vivió muchos años. Nunca volvió a casarse y cuidó a distancia a su hijo. Se dice que en navidad y año nuevo enviaba grandes cantidades de dulces, frutas y juguetes a los niños de San Cristóbal, y en algunas noches lúgubres se dibujaba su silueta en la puerta del orfanatorio.
- Relato y autoría: José Orestes Magaña. Leyenda contenida en su libro “13 Casas y Lugares Malditos”, bajo el nombre “La Casa de los Marranos (3 norte, entre 6 y 8 poniente)”.
Adaptación: Erika Reyes