La leyenda de la Llorona es una narración por demás conocida para todos los mexicanos, de la que existen diferentes versiones, dependiendo del lugar y el entorno en el que se desarrolle el relato.
¡Aaaay mis hijos! Es el grito que emite el espectro de una mujer con rostro pálido, demacrado y humedecido por las lágrimas, a cuyo paso, hasta el viento parece entristecerse por el recuerdo de una desgracia que sería imposible de olvidar.
La versión más conocida es la que narra que la mujer se trastornó tras haberse enterado del engaño del hombre al que amaba, que era el papá de sus hijos y quien amenazó con quitárselos. Ella no podía permitir que le quitaran lo que más amaba en la vida y enloqueció a tal punto que comenzó a escuchar una voz que le gritaba: ‘mátalos’, ‘mátalos’.
Entonces, un día se los llevó de paseo y cuando una terrible ira la invadió, los metió al río y con toda su fuerza, empezó a sumergir las cabecitas de los pequeños en el agua, ellos lucharon por sus vidas hasta que sus cuerpos sin vida dejaron de moverse.
¡Cuidado con la Llorona!, han advertido nuestros abuelos y padres desde que éramos pequeños, cuando solo de pensar en la aparición de los despojos de una mujer atormentada por sus hijos nos aterraba por las noches.
San Pablo del Monte está situado en el extremo sur de Tlaxcala y hace frontera con Puebla, por lo que ambos estados comparten esta versión atípica de la Llorona que seguramente te pondrá la piel de gallina, ¡del susto!
LA SEÑORA DE SAN PABLO
San Pablo del Monte es una población en la que en general se vive una vida tranquila, pero cuando la oscuridad cae los pobladores sienten tal temor, que se encierran en sus casas antes de las 10:30 de la noche y todo esto gracias a “la señora”.
Cuenta la leyenda que en los tiempos de la Colonia, la señora fue la mujer más hermosa del pueblo y cegada de amor contrajo matrimonio con un apuesto hombre, muy rico y celoso.
La mujer despertaba pasiones a su paso y, lo que la gente cuenta, es que el hombre lleno de cólera encerró a la mujer en su casa y le prohibió salir. Durante dos años nadie pudo verla, porque se mantuve encerrada en sus aposentos, hasta que un día escucho que su marido maltrataba a sus hijos y fue entonces que se atrevió a hacerlo.
Al salir de su habitación, la mujer advirtió que el hombre les desfiguraba el rostro a los pequeños. De un solo grito ella exclamó: ¡No!, déjalos, ¿qué te han hecho?, A lo que el hombre respondió exlatado: “su hermoso rostro me recuerda tu belleza”.
La mujer salió corriendo hecha una piltrafa, las ratas habían mordido su bello rostro y habían dejado marcas profundas en su piel; y por si esto fuera poco, para salvar a sus hijos tuvo que pasar en medio de una feroz jauría de perros que se abalanzó sobre ella. Aun así, la mujer logró arrebatarle a los niños y huyó cargando los cuerpos sin vida de sus hijos en medio de la noche. Se fue mientras gritaba aquella frase que hoy nos eriza la piel: “Aaaay mis hijos”.
Los pobladores aseguran que “La Señora” (así la conocen) aparece entre las milpas, deslizándose suavemente, y se anuncia desde lejos con un grito de dolor desgarrador que nace desde sus entrañas, ¡tan intenso!, que hasta el aire pareció entristecerse y hiela la sangre de cualquiera, ¡qué miedo!