En el corazón de Puebla, en la 5 Poniente número 145, un puesto de comida ha resistido la prueba del tiempo, convirtiéndose en un símbolo de la gastronomía local. Este lugar es conocido como “memelas de doña Esther", un negocio que, más allá de ofrecer platillos tradicionales, narra la historia de su fundadora, Esther Rangel Luna. Con más de 50 años de experiencia en el sector, Esther no solo ha alimentado a generaciones de poblanos, sino que también ha tejido una innumerable cantidad de anécdotas y recuerdos que reflejan la vida cotidiana de la ciudad.
Las raíces de Esther
La historia de doña Esther comienza en Tochimilco, un municipio de Puebla cercano a las faldas del volcán Popocatépetl, donde creció en un ambiente familiar dedicado al comercio. Su madre, dueña de un puesto en el antiguo Mercado La Victoria en la capital del estado, le enseñó desde temprana edad los secretos de la venta y la preparación de alimentos. Esta formación inicial sería la base sobre la cual Esther construiría su futuro.
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Al trasladarse a la ciudad de Puebla se le presentó la oportunidad de adquirir un puesto llamado “Clarita”, en la 5 Poniente número 111, donde empezó a vender tortas. En este nuevo entorno, Esther se dio cuenta de que su vocación estaba más allá de simplemente vender; era un medio para conectar con las personas, ofrecerles un pedazo de hogar y compartir su cultura a través de la comida.
“Recuerdo que me lo traspasaron (…) la señora me dijo que me iba a explicar cómo se hacían las tortas para que aprendiera, ella me enseñó y así empecé, poco a poco nos fuimos haciendo de clientes”, comenta Esther, quien actualmente tiene 78 años de edad.
Se muda y cambia menú
Después de ocho años en el puesto de tortas, Esther se enfrentó a un nuevo desafío: el propietario del local le pidió que desocuparan el espacio. Sin desanimarse, comenzó la búsqueda de un nuevo sitio, lo que la llevó a su actual ubicación en la 5 Poniente número 145. Aunque su intención inicial era vender tacos al vapor, la demanda de los clientes la llevó a diversificar su menú, incorporando platos tradicionales como pozole, memelas y tacos de cabeza.
“Aquí era una sastrería, el señor me lo traspasó, muchas personas querían el local, pero como me vio con mi niño de 2 años me lo dejó a mí y ya llevamos varios años trabajando aquí”, revela la fundadora.
Este cambio no solo fue una respuesta a las preferencias de sus clientes, sino que también marcó el inicio de una nueva etapa en su negocio. Con el tiempo, Esther registró su puesto como “Pozolería Atlixco”, reflejando la popularidad del pozole entre sus clientes. Sin embargo, las memelas comenzaron a ganar protagonismo, y hoy el establecimiento es ampliamente conocido por ellas.
Crecimiento y éxito
El éxito de Doña Esther se tradujo en la apertura de un segundo local y una miscelánea, lo que reflejaba su creciente popularidad y la confianza de los poblanos en su cocina. Su puesto se convirtió en un punto de encuentro no solo para los vecinos, sino también para figuras políticas y personajes influyentes de Puebla, dada a su cercanía con el Congreso del estado.
“De que tuve éxito, sí lo tuve, quizás ha bajado la venta, pero es normal, pero mucha gente venía aquí, sobre todo después de que cerraron el mercado La Victoria, ya que cuando lo cerraron la gente corrió a los alrededores para buscar más negocios y ahí yo estaba, incluso llegué a vender 50 kilos de masa y tuve 8 trabajadoras”, afirma orgullosa.
Anécdotas
Historias como la venta de 4,000 tortas para una campaña electoral se volvieron parte del anecdotario que rodea su negocio. Así como malos tratos por parte de algunos de sus clientes y hasta cómo una persona de un equipo del Congreso no le quería pagar. Esta última es una que recuerda mucho Esther:
“Uno de ellos vino, de un equipo de campaña, me dijo ‘Esther, cuando acabe la campaña te voy a quedar a deber, no te voy a pagar luego’, pero un (policía) judicial escuchó y me dijo que no me quedaran a deber nada, porque en la campaña todo se pagaba, que me iba a enseñar quien era su jefe para que le dijera (…) fui con él y su jefe me dijo que no me iban a quedar a deber nada, pero parece ser que regañaron al muchacho y que regresa conmigo y que me dice ‘pincha vieja, le dije cómo le iba a pagar’, se fue enojado y a la semana que tiene un accidente en el que se murieron los que iban en el carro”.
“Me han pasado muchas cosas en este negocio. Algunas de las personas que he tratado de ayudar han sido groseros, me han aventado la comida, sufre uno mucho con clientes, con proveedores, de todo”, agrega.
La relación de Esther con sus clientes es un aspecto fundamental de su éxito. A lo largo de los años ha cultivado un ambiente familiar, donde cada visitante es tratado con calidez. Esto no solo ha fidelizado a su clientela, sino que también ha hecho que su puesto sea un lugar emblemático en la ciudad.
“Conozco mucha gente por el negocio, siempre me saludan cuando salgo a la calle, llevo tanto tiempo…”, expresa.
La pandemia y retos
A pesar de los logros, la vida de doña Esther no ha estado exenta de retos. Uno de los momentos más difíciles de su trayectoria fue la pandemia de COVID-19, que obligó a muchos negocios a cerrar temporalmente. Para Esther, esta situación no solo significó una pérdida económica, sino también un golpe anímico, ya que su puesto es más que un trabajo: es su pasión y su legado.
“Cuando cerramos el negocio por la pandemia, yo no comía, ya que todo se me iba con llorar, me la pasé así casi un mes, fue feo. Cuando volví a abrir solo vendí 65 pesos, después poco a poco nos compusimos”, recuerda.
Además, se enfrenta a la incertidumbre de que el Congreso del Estado se mudará, lo que podría afectar el flujo de clientes. Sin embargo, a pesar de las adversidades, Esther se mantiene optimista. Su espíritu resiliente y su amor por la cocina la impulsan a seguir adelante, con la firme intención de preservar su legado.
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Gracias por su preferencia: Esther
A sus 78 años, Esther es madre de tres hijos, a quienes ha enseñado el valor del trabajo duro y la importancia de la tradición familiar. Aunque sus hijos han tomado diferentes caminos, ella espera que en algún momento puedan regresar y continuar con su legado. Trabaja todos los días de la semana, de las 08:00 a las 17:00 horas.
“Todos los días vengo, así esté enferma vengo, nunca he faltado a mi negocio (…) quiero agradecerles a todos por su preferencia y aguantarme tantos años”, finaliza.