Xicotepec de Juárez, Puebla.- En la madrugada del 21 de mayo, como a las 4 o 4:20 de la mañana, empezó el ataque. Al grito de “muera Carranza” se inició el tiroteo en el que perdió la vida Venustiano Carranza, la madrugada del 21 de mayo de 1920, relató en entrevista, Miguel Ángel Andrade Rivera, autor de la novela "Un mantel oloroso a pólvora".
Para el autor de esta obra, que ya alista su cuarta edición y que se ha convertido en un referente por los testimonios orales y videográficos que narran las tres columnas organizadas. La primera al mando del mayor Herminio Márquez Escobedo acompañado de Ernesto Herrero y del capitán Facundo Garrido cuyo objetivo era atacar la choza donde dormía el presidente Carranza. La segunda al mando del capitán Perfecto Medina, la segunda iría donde descansaba el general Murguía y la tercera, que mandaba el capitán Alfredo Gutiérrez
Acorde a su relato, la madrugada del 21 de mayo de 1920, cuando Carranza estaba descansando en una cabaña junto con sus más allegados en Tlaxcalaltongo, asignada por Rodolfo Herrero (a quien se le atribuye el asesinato y que las fuentes históricas señalan que no fue él sino sus cercanos), lo acompañaban Octavio Amador, Mario Méndez, Ignacio Suárez, Manuel Aguirre Berlanga, Mario Méndez y Pedro Gil Farías. La casa era un jacal, era un juzgado. Herrero lo deja ahí y monta las guardias. Había preocupación en ellos, no podían dormir.
Basado en los testimonios y otros estudios, postula la hipótesis de que Carranza fue herido, desde fuera de la choza, en una pierna. Otra versión dice que este comando logró entrar a la choza, Carranza se incorpora, le dispara a una sombra, alguien lo enfocaba con una lámpara, le gritan cosas, no aceptó a nadie. Herminio Márquez se acerca, le dispara a quemarropa, dos veces y lo asesina.
Para el autor, los motivos de su asesino no sólo eran los políticos, también eran personales y la oportunidad de venganza se le presentó esa madrugada. “En ese trance de oscuridad, de confusión y de miedo, distinguió el haz de luz de una lámpara que lo enfocaba, oyó el reclamo de una voz amarga: “Pinche viejo, aquí me pagas la muerte de todos mis hermanos”.
Manoteando entre las monturas buscó su pistola, se incorporó sobre su brazo izquierdo y disparó a la sombra amenazante, pero un fogonazo iluminó la estancia y sintió que su cuerpo se aflojaba en una dulce renuncia de sí mismo; por la inercia del golpe en la tetilla soltó el arma; tembloroso, trató de tocarse la herida con la mano izquierda que se arrastraba como una tarántula maltrecha sobre su pecho sofocado.
En su relato escrito, así lo reseña: con los dedos, todavía sintió su sangre del manantial caliente que le fluía implacable; no podía respirar; quiso gritarle a Secundino para que lo ayudara, pero un derrumbe de piedras y de lodo le obstruyó la garganta; cuando el segundo fogonazo le alumbró las pupilas para siempre.