Para evangelizar y alfabetizar a los indígenas del nuevo mundo, los misioneros se apoyaron en libros, catecismos y diccionarios bilingües que fueron reproducidos en la primera imprenta de la Nueva España que se estableció veinte años después de La Conquista.
Durante la primera mitad siglo XVI se publicaron las primeras hojas periodísticas en América y el primer libro para evangelizar a los indígenas. A estas publicaciones les siguieron libros de enseñanza filosófica, teológica y científica.
En 1570 se imprimió la Opera Medicinalia, que actualmente es el libro de medicina más antiguo de México y de América. Permaneció en el olvido hasta el siglo XIX, cuando se tuvo noticias de él en una subasta en París. En el siglo XX fue objeto del robo bibliográfico más escandaloso ocurrido en la biblioteca Lafragua del antiguo Colegio del Estado (hoy BUAP).
La necesidad de la imprenta
Cuando los misioneros llegaron al nuevo mundo con la encomienda de educar y evangelizar a los pobladores de la nueva colonia novohispana, la primera barrera a la que se enfrentaron fue el lenguaje de los naturales.
Los religiosos primero tenían que comprender y aprender la lengua nativa para lograr su objetivo, alfabetizar y catequizar. Entendieron que esto solo sería posible a través de diccionarios y catecismos bilingües que escribieron y que se fueron perfeccionando con el tiempo en tanto los religiosos asimilaban mejor la voz indígena.
Los franciscanos lograron su objetivo gracias al desarrollo de la imprenta en la Nueva España promovido por fray Juan de Zumárraga (OFM), primer obispo de la diócesis de México (1528), y el segundo de la Nueva España, quien fue nombrado arzobispo un año antes de su muerte, en 1547.
Los misioneros convirtieron a la fe católica a la población indígena de la Nueva España y la alfabetizaron con ayuda de los diccionarios y libros que fueron reproducidos en la primera imprenta de la Nueva España, el taller americano de Juan Cromberger.
Cromberger fue hijo del primer impresor alemán que llegó al reino de Castilla y León, Jacobo Cromberger. Este introdujo maquinaria alemana a su taller en Sevilla y es considerado un ilustre impresor en la historia de España.
El 12 de junio de 1539, Juan Cromberger firmó un acuerdo con fray Juan de Zumárraga y el entonces virrey, Antonio de Mendoza, para establecer la primera imprenta en la colonia novohispana. Para quedar al frente de la sucursal americana de su taller, encomendó al italiano Giovanni Pauli (Juan Pablos) que trabajaba para él en su taller en Sevilla y quien se embarcó al nuevo mundo con su esposa, un cajista, un prensista y un esclavo.
La imprenta en el nuevo mundo
Al año siguiente de haber echado a andar la imprenta en la Nueva España, en septiembre de 1540, Cromberger falleció y su viuda le traspasó el taller en el nuevo mundo a Juan Pablos. Esto significó un impulso en los albores de la imprenta mexicana.
En 1542 Juan Pablos divulgó la primera hoja periodística en América, dando a conocer los terremotos en Guatemala sucedidos el 10 y 11 de septiembre de 1541. El primer libro para evangelizar a los indios lo publicó en 1544. Le siguieron doctrinas, libros de enseñanza filosófica teológica y científica, entre otros.
Juan Pablos monopolizó el mercado de la imprenta en México hasta la segunda mitad del siglo XVI, cuando surgió el segundo impresor de la Nueva España, Antonio de Espinosa (1559-1575), considerado el mejor tipógrafo de dicho siglo, a quien le siguió Antonio Álvarez (1563) y a éste Pedro Ocharte (Pierre Ochart), originario de Francia, quien se embarcó a América alrededor de 1549, cuando tendría 18 años.
Después de vivir en Zacatecas y Guadalajara, Pedro se asentó en la capital novohispana, donde entabló relaciones con Juan Pablos y su familia. Tras la muerte de este último, Ocharte contrajo matrimonio con una de sus hijas, María de Figueroa, y de igual forma firmó un contrato para el uso de las prensas y accesorios de Pablos, con su viuda.
En 1562, Pedro Ocharte puso en marcha su taller en el que contaba con tres cuerpos de tipo gótico adquiridos por Juan Pablos en Europa, otros diez cuerpos también de tipo gótico, quince de romano y cursivos que habían sido fundidos por Antonio de Espinosa.
La imprenta de Ocharte se distinguió por la calidad de sus trabajos y por su productividad. Entre sus obras está el primer texto médico de América que es el libro más antiguo impreso en México: Opera Medicinalia.
Una joya bibliográfica
Opera Medicinalia es el primero y más importante libro de medicina del Continente Americano impreso en México en 1570. Fue escrito por el doctor Francisco Bravo, nacido en 1525 en Osuna (Sevilla), España, quien arribó a la capital novohispana en 1560, donde se asentó y se dedicó al servicio de la población.
La obra bibliográfica está conformada por cuatro libros que tratan temas de interés de la época. Contiene información médica acerca del tabardillo (tifus exantemático), una de las enfermedades que surgieron en esa época y que tuvieron gran incidencia.
También aporta datos importantes sobre la pleuresía y los días decretorios (fecha en la que se define si existe o no una enfermedad y qué tan grave es). Un tomo está dedicado al uso de la zarzaparrilla como planta medicinal. Entre las ilustraciones destacan capitulares eróticos, imágenes de las dos especies de zarzaparrilla (europea y mexicana) y un diagrama rudimentario de la vena ácigos.
“Opera Medicinalia quiere decir: Obras medicinales en las que hay tantas como sea necesario que el médico sepa, recopiladas en cuatro libros. El libro está impreso latín con caracteres góticos de la imprenta de Juan Cromberger. En la actualidad sobreviven tres originales de esta joya bibliográfica del siglo XVI, dos en Nueva York y uno de ellos en México”, expone el investigador Gustavo Velarde Tritschler.
Refiere que, a pesar de ser único en su género, la Opera Medicinalia permaneció en el olvido hasta el siglo XIX, cuando se tuvo noticias de ella en una subasta en París, Francia. Entonces, importantes filósofos e historiadores se dieron a la labor de redescubrirlo y seguirle la pista. Así fue como se supo que existían tres libros originales en todo el mundo, dos en Nueva York y uno que reposa en los anaqueles de la biblioteca Lafragua de la BUAP.
El robo de la Opera Medicinalia
El 28 de diciembre de 1958, el profesor y poeta Antonio Esparza Soriano, quien en ese momento era director de la biblioteca Lafragua del antiguo Colegio del Estado (hoy BUAP), fue recluido en la cárcel de San Juan de Dios (actual edificio del DIF estatal) como presunto responsable del robo de la Opera Medicinalia y otros valiosos libros del patrimonio universitario.
El hecho fue dado a conocer el 20 de agosto de ese mismo año en las páginas de este diario, El Sol de Puebla, y denunciado por el entonces rector de la máxima casa de estudios, el doctor Manuel S. Santillana.
El acusado y su defensa advirtieron que querían convertirlo en chivo expiatorio de algo que no cometió y que le fue imputado para ocultar los malos manejos de la autoridad educativa que estaba detrás de eso, por lo que recurrieron a un juez de Distrito en demanda de amparo contra el auto de formal prisión decretado en su contra para demostrar ante la justicia federal su inocencia en los hechos que falsamente se le atribuyeron.
El doctor Santillana refutó la imputación de Espinosa Soriano, diciendo que éste era el único responsable de la desaparición y robos de libros valiosos de la Lafragua por haberse cometido cuando él era el director de la biblioteca. Esto con fundamento en la fracción IV del artículo 85 del reglamento del antiguo Colegio del Estado, en vigor de acuerdo con el artículo 2º Transitorio, de la Ley Orgánica de la Universidad Autónoma de Puebla.
“Sucede que el rector no se llevaba bien con el director de la biblioteca porque Esparza Soriano había detectado irregularidades en la administración de Santillana y buscó la manera de afectarlo. Es lo que refiere la gaceta histórica de la BUAP, Tiempo Universitario”, señala Velarde Tritschler.
Dice que el ministerio público hizo sus investigaciones en Lafragua y el propio juez que le dictó auto de formal prisión, Vicente Gil Barbosa, consideró tener suficientes elementos para señalarlo como el presunto responsable en el saqueo literario cometido en la biblioteca.
El libro había desaparecido de un estante especial con rejas en el que se guardaban las obras bibliográficas valiosas, que solo eran mostradas a personas ilustres o a solicitud de investigadores. Pero el detective Fernando C. Bonilla a cargo de la investigación del robo, aseguró que los libros contenidos en ese estante carecían de seguridad y eran fácilmente sustraídos.
Al antiguo libro es recuperado
Dos meses antes de que se le dictara auto de formal prisión a Esparza Soriano, la Opera Medicinalia fue recuperada. Así lo informó este diario a la sociedad el 23 de octubre de 1958.
Mediante un comunicado, la Universidad Autónoma de Puebla informó que la Opera Medicinalia sería reintegrada al patrimonio cultural de la máxima casa de estudios gracias a la firma Rarum Books Room Harper, de la ciudad de Nueva York.
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“Manuel S. Santillana dijo que, por conferencia telefónica, el cónsul de México en Nueva York aseguró que la Opera Medicinalia había sido devuelto al consulado por un coleccionista judío que lo tenía en venta en su tienda. Esta comunicación fue firmada por el rector y enviada a toda la comunidad educativa del antiguo Colegio del Estado”, detalla.
Refiere que la institución comprobó ser la propietaria del valioso libro y que, en ese entonces, según la información proporcionada por el rector, fue cotizado en el mercado bibliográfico neoyorkino en 10 mil dólares.
Aunque la Opera Medicinalia pronto regresaría a la biblioteca de la máxima casa de estudios, había que detener a los autores intelectuales y materiales del robo de este libro que hoy es considerado patrimonio cultural por ser el primer libro de medicina impreso en México y América Latina.
Esparza abandona el penal
A finales de junio de 1959, seis meses después de haber sido confinado en la prisión municipal de San Juan de Dios, Antonio Esparza Soriano fue puesto en libertad. Salió libre a la calle a las 14:38 horas, en compañía de sus defensores y un grupo de amigos.
Mediante el pago de una fianza de cinco mil pesos antiguos, otorgada en su favor por Afianzadora Mexicana, y con el agregado de quinientos veinticinco pesos antiguos de prima e intereses, el ex director de la biblioteca universitaria abandonó el penal en el que se encontraba recluido desde diciembre 1958, bajo la acusación de ser el presunto responsable del más escandaloso saqueo que sufrió en toda su historia el acervo literario del antiguo Colegio del Estado.
En total apego a la ley, Gabriel Morales González, juez primero de distrito, le concedió su libertad a Esparza Soriano. Se apoyó en el artículo 87 del Reglamento General de la máxima casa de estudios, el cual señalaba que el director de la biblioteca solo tenía que otorgar una fianza de cinco mil pesos para garantizar el manejo de todos los bienes de la misma institución, no obstante éstos, tuvieran un valor estimativo incalculable.
Por otro lado, el juez aceptó únicamente el valor declarado en el libro de inventarios del antiguo Colegio del Estado, de la época de D. Rafael de Isunza. Resultó que el valor real de la Opera Medicinalia era de “un peso”. En todo el archivo del colegio no se encontró ningún otro documento que asegurara lo contrario. Por lo que se hizo caso omiso del elevado valor científico y estimativo de la obra.
“El rector Santillana no contó con que se iba a investigar su versión del hallazgo del libro en Nueva York, que al final resultó no ser cierta. De acuerdo a la información proporcionada por la gaceta histórica de la BUAP, el rector inventó toda la historia y el valioso libro, solamente lo sacó de su oficina para colocarlo nuevamente en su anaquel”, puntualiza el investigador.