/ sábado 20 de enero de 2024

San Antonio, el barrio que fundaron los franciscanos descalzos | Los tiempos idos

El barrio limítrofe se comenzó a formar en el siglo XVI y se convirtió en zona de tolerancia en el siglo XX

San Antonio fue un barrio que se comenzó a formar en el siglo XVI, en el límite norte de la antigua Ciudad de los Ángeles. Se fundó en 1591, por un grupo de franciscanos descalzos conocidos como dieguinos, se asentaron en la ermita de Santa Bárbara y edificaron su espacio conventual.

La ermita pasó a ser templo y cambió de advocación a San Antonio de Padua. El ejemplo del fundador de la Orden Franciscana, hizo que los dieguinos adoptaron la tradición de bendecir a los animales. El convento se fue deteriorando y para sostenerse, hicieron un cementerio cuyo acceso fue decorado con una joya arquitectónica que fue destruida.


Hacia finales del siglo XIX, se establecieron las primeras pulquerías en el barrio y la prostitución se comenzó a ejercer de manera velada. La zona de tolerancia quedó delimitada, pero la situación se salió de control, San Antonio se comenzó a ver como una zona insalubre y deshonrosa de Puebla. Hasta que la autoridad tomó acción para renovar su imagen.

En 1854 el arquitecto José Manzo Jaramillo, diseño una portada estilo neoclásico para acceso al cementerio, era una joya arquitectónica que fue destruida en 1959. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

El origen del barrio

Además de ser el camino a Tlaxcala, la zona del barrio de San Antonio fue el límite norte de la antigua Ciudad de los Ángeles, desde que se fundó, en 1531. Colindaba con el río de San Francisco, justo en la subida al cerro de San Cristóbal (hoy Loreto y Guadalupe) que en aquella época carecía de árboles frondosos, por lo que era común que cayeran rayos.

Alguien de la zona colocó una cruz de piedra para que la gente se encomendara a ella y los protegiera de los rayos y centellas. Pero en 1570 un rayo la destruyó y entonces los vecinos levantaron una ermita en honor a Santa Bárbara Mártir, protectora de los artilleros, incendios y tempestades.

Se considera que el barrio de San Antonio fue fundado en diciembre de 1591, cuando un grupo de franciscanos descalzos, conocidos como dieguinos, colocaron la primera piedra de su convento a un costado de la ermita de Santa Bárbara, que les había sido otorgada por el obispo Diego Romano (1578-1606) para construir su templo y convento.

Pero la ermita había sido habitada desde 1587 por cuatro frailes dieguinos, quienes para seguir sus votos de pobreza, se establecieron ahí en un jacal. El segundo Libro de los Censos (1590-1600), refiere que uno de los primeros novicios del monasterio de los frailes descalzos de San Francisco, fue San Felipe de Jesús, primer mártir mexicano de la iglesia católica.


Los frailes dieguinos respetaron la advocación a Santa Bárbara Mártir de la iglesia y el convento, pero construyeron una capilla dedicada a San Antonio de Padua para enterrar a los religiosos de su orden, donde colocaron una pintura del santo. Además del templo, la propiedad comprendió el atrio, la plazuela, la huerta y un pequeño molino.

“La imagen estaba preciosa y llamó la atención de la gente que se comenzó a hacer muy devota de él. Ya en el siglo XVII, La advocación secundaria le ganó a la advocación principal de Santa Bárbara y los vecinos comenzaron a nombrar al convento y a la iglesia como de San Antonio, así se volvió el santo patrono del barrio”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.

El templo comenzó a tener mucha actividad y a recibir a gran cantidad de fieles, mayormente pobres. Para el siglo XVIII, tuvo que ser ampliado y los franciscanos, que eran fanáticos de construir viacrucis, pintaron uno chiquito con todas sus estaciones en las paredes del atrio.

Desde la época colonial, cada 17 de enero, se llevan las mascotas a bendecir al templo de San Antonio de Padua, en honor a San Antonio Abad, protector de los animales. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

Las criaturas de Dios

El fundador de la Orden Franciscana fue San Francisco de Asís, un hombre que provenía de familia con recursos y a pesar de eso, fue conocido por su sencillez, por su humildad y por su bondad hacia todos los seres vivos, incluidos los animales, a quienes también consideró criaturas de dios.

El ejemplo de San Francisco de Asís hizo que los frailes dieguinos adoptaron la tradición de bendecir a los animales desde que establecieron su conjunto conventual, y en honor a San Antonio Abad, protector de los animales.


“Cada 17 de enero, los religiosos reciben a los personas con sus animalitos para bendecirlos y que vivan más años, así alargar su misión de cuidar a la familia en este mundo. La gente llega con todo: Perros, gatos, cotorros, canarios y hasta iguanas, todos los animalitos son bienvenidos”, asegura.

Antiguamente dejaban entrar con todo y vacas, también con caballos y mulas que eran muy apreciados por ser animalitos de carga. Actualmente los animales siguen siendo recibidos en el atrio de la iglesia y se oficia misa. Esto se comenzó a hacer una tradición que subsiste en nuestros días”, agrega.

Aspecto interior de la capilla de Santa Bárbara, primera advocación del templo de San Antonio en Puebla. Foto: Libro Iglesias de Puebla de los Ángeles de Eduardo Merlo

De huerta a cementerio

Ramírez Huitrón menciona que cuando llegó el obispo Juan de Palafox y Mendoza a la antigua Ciudad de los Ángeles, en 1640, les quitó la doctrina a los religiosos. Entonces se volvieron ermitaños y fueron envejeciendo porque ya no recibían postulantes.

“Por sus votos de pobreza, los franciscanos descalzos no podían recibir herencias ni poseer propiedades como otras órdenes religiosas que rentaban inmuebles para sostenerse. Ellos vivían de la caridad. Así disminuyó el número de frailes y el convento se fue deteriorando. Entonces pensaron en poner un cementerio para vender fosas”, narra.

El padre guardián de los frailes del convento de San Antonio, pidió permiso al ayuntamiento para convertir su huerta en cementerio. El permiso les fue negado por su ubicación, en la 5 de Mayo y 24 Poniente. La autoridad aseguró que era perjudicial que hubiera ahí un panteón porque los vientos que soplaban del norte iban a enviar los olores y las exhalaciones de los cadáveres hacia la ciudad.

Finalmente, en 1849, los dieguinos recibieron el permiso, entonces la antigua huerta de los franciscanos descalzos se convirtió en panteón, y así funcionó mucho tiempo.

“El hecho de que San Felipe de Jesús habitó el convento en gran parte evitó que los desmantelaran, porque había mucha gente que veneraba la que se decía era su celda. El cementerio de San Antonio subsistió hasta 1880, cuando el ayuntamiento lo clausuró y abrió un nuevo panteón para la ciudadanía”, comenta.

“Pero la gente no quería que sus muertos fueran sepultados en terrenos que no fueran consagrados. Cuando se moría un familiar, la gente le daba su mordida al guardián del convento y de noche entraban a enterrarlos”, asegura.

Lo mismo sucedió en otros panteones hasta que finalmente el ayuntamiento clausuró definitivamente los cementerios, desapareció las fosas y vendió los lotes para que se hicieran edificaciones encima de ellos. La gente no tuviera otra opción más que enterrar a sus muertos en el Panteón Civil o el Municipal.

El Arco de acceso al Cementerio de San Antonio se convirtió en rotonda en el siglo XX y los vecinos comenzaron a llamarlo “el arco del padrote”. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La destrucción del arco

De esta forma el cementerio de San Antonio fue desmantelado. La calle 5 de Mayo se abrió a la circulación y para no derribar el arco monumental neoclásico que era el acceso al panteón, le construyeron una rotonda.

“En 1854 el arquitecto José Manzo Jaramillo, había diseñado una portada espectacular para el acceso al cementerio, era una joya arquitectónica. Lo más bonito que había en el barrio. Pero en 1959, tiraron el arco con el pretexto de que estorbaba para la circulación”, lamenta.


En su libro “La ciudad como paisaje”, de la doctora Rosalba Loreto, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla, dice que la Inspectoría de Monumentos Coloniales encabezada en ese momento por su padre, el profesor Pedro Pablo Loreto, trató de evitar la destrucción del Arco de San Antonio. Pero de nada valieron sus esfuerzos porque en febrero de 1959, fue destruido por autorización del Cabildo municipal, bajo aprobación del alcalde Rafael Romero Artasánchez.

Portada del templo de San Antonio durante la fiesta patronal. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

San Antonio cobra vida

Con la intención de instalarse en Filipinas, los frailes dieguinos habían abandonado el convento hacia finales del siglo XIX. La plazuela de San Antonio cobró relevancia, se convirtió en el punto central del barrio. Al ser una zona alejada, se comenzaron a establecer comercios que no se podían abrir en el centro de la ciudad, como cantinas, pulquerías y burdeles.

La iglesia de San Antonio había sido destruida por los liberales durante la Guerra de Reforma. Más tarde fue reconstruida y tres calles del barrio recibieron los nombres de tres jefes liberales: Ocampo, Valle y de La Llave. A principios del siglo XX, estás calles del barrio albergaron tugurios y cabarets que delimitaron la zona roja de la ciudad.

En el libro “El Barrio Rojo de San Antonio”, editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), también disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla, se lee que, en 1878, el ayuntamiento le cambió el nombre a la plazuela de San Antonio, le puso Mártires de Tacubaya, pero la gente nunca la dejo de llamar como acostumbraba. Y diez años después, se instalaron dos pulquerías ahí, “La Niña del Barrio” y “La Nueva de los Mártires”.

“Del lado del molino de San Antonio estaba la Garita del Carbón, donde antiguamente llegaban los vecinos de San Miguel Canoa o de la Resurrección con sus mulas cargadas con carbón. Ahí las pesaban, pagaban el impuesto y pasaban a comerciarlo al Mercado La Victoria, pero se hacía un muladar. A principios del siglo XX, se les permitió a los vendedores de carbón y leña, comerciarlo en la plazuela del barrio”, expone Ramírez Huitrón.

El barrio se comenzó a desarrollar alrededor de la rotonda del Arco de San Antonio. El paisaje era pintoresco, porque por un lado estaban las carboneras en la plazuela, y por el otro estaban ´las muchachas´. Decían que en el Arco del Cementerio de San Antonio, se sentaban los proxenetas a vigilarlas y por eso le decían el arco del padrote”, advierte.

Emma García Palacios, en su libro “Los Barrios Antiguos de Puebla”, dice que el barrio de San Antonio comprende las avenidas 20 a 32 Poniente, entre las calles 3 Norte y 5 de Mayo.

Estos eran los cuartuchos en los que las prostitutas ejercían la profesión en la zona roja del barrio de San Antonio a inicios del siglo XX. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La zona de tolerancia

Durante las dos décadas de lucha armada e inestabilidad política que generó la Revolución Mexicana, cambiaron las condiciones de vida de los habitantes del país, principalmente de la clase obrera y campesina, entre quienes se comenzaron a acentuar prácticas pocos sanas.

“San Antonio comenzó a ser frecuentado por maleantes porque era zona de bares, cabarets y de prostíbulos”, señala Ramírez Huitrón.


En el libro “El Barrio Rojo de San Antonio”, de la BUAP, dice que el establecimientos de burdeles o casas de cita en Puebla, se comenzó a dar de manera velada en la periferia de la ciudad desde el siglo XIX. Pero el reglamento de sanidad para el municipio, se estableció en 1913; y fue hasta el 2 de agosto de 1928 que se aprobó el reglamento para el ejercicio de la prostitución.

La zona de tolerancia quedó delimitada, comenzaba por el lado de las calles 24 y 26 Oriente con una hilera de cuartuchos y accesorias que estaban alineadas a la calle con entradas iguales, en donde las prostitutas se sentaban desde las 11 y 12 horas del día. Los sitios para venta de alcohol eran frecuentados desde temprana hora. Al caminar por las calles se apreciaba una combinación del devenir de prostitutas, padrotes y borrachitos que salían de los bares, y hasta de los gendarmes que cuidaban el orden.

Al contexto de inseguridad que provocaba la concentración de cantinas, bares y pulquerías, la práctica de la prostitución, la llegada de bandas de jóvenes sin oficio y beneficio, se le sumó la peligrosidad de la instalación de coheterías, oficio que desempeño la gente humilde del barrio para sostenerse.

Este es el baptisterio del templo de San Antonio de Padua. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

La niñez del barrio

Además de la iglesia, el barrio contó con un centro educativo, la secundaria oficial Gustavo P. Marh, en la calle 5 de Mayo, entre las calles 18 y 20 Oriente; y los estudiantes tenían que transitar por las calles en este contexto de inseguridad.

“Como en ese momento no había métodos anticonceptivos como ahora, muchas mujeres que se dedicaban a la prostitución tenían muchos hijos que crecían en medio de un ambiente insano. En ese entonces el párroco de la iglesia era el padre Rafael Hernández Villar, y él se preocupó por los niños”, señala.

Lo primero que hizo el sacerdote fue construir el salón de alfabetización a un lado de la iglesia, para enseñar a los niños de todas las edades a leer y a escribir. Después, con ayuda de filántropos, habilitó las ruinas del convento de San Antonio para construir una Casa Hogar que lleva su nombre.

“Gracias a él, los hijos de muchas mujeres que se dedicaban a la prostitución tuvieron oportunidad de estudiar. Muchos de ellos terminaron siendo abogados, doctores o licenciados. La gente lo quería mucho, de hecho su velorio y su entierro fueron multitudinario. Falleció en 1958, me parece, ya de viejito. En agradecimiento pusieron su busto en la cancha de futbol”, detalla.

El Minuit era un centro nocturno que estaba en la esquina del callejón de la 22 poniente. Foto. Hemeroteca El Sol de Puebla

Campaña de profilaxis

Debido a la clandestinidad y corrupción con la que operaban los centros nocturnos, cantinas, pulquerías y prostíbulos, la situación en el barrio se comenzó a salir de control, incluso se perdió el control sanitario de las prostitutas. Entonces, se comenzó a ver a San Antonio como una zona insalubre y deshonrosa de Puebla, que se estaba extendiendo hacia el sur de la ciudad.

“La Junta de Mejoramiento, Cívico, Moral y Material de Puebla, emprendió una campaña que llamaron de profilaxis, que buscaba acabar con los centros de vicios y renovar la imagen del barrio. En 1958, entró la autoridad al barrio de San Antonio para clausurar los centros de vicio. Fue una cuestión muy pintoresca porque primero entraba la autoridad a clausurar y detrás los bomberos a lavar con mangueras y limpiar toda la zona. A ´las muchachas´ se las llevaron detenidas en las bartolinas (autos policía)”, concluye el investigador.

El 30 de septiembre de 1958, durante la presidencia municipal de Rafael Artasánchez, la zona roja de San Antonio fue clausurada y desmantelada. Para ejercer la prostitución fue designada la calle 90 Poniente en la junta auxiliar San Jerónimo Caleras.

San Antonio fue un barrio que se comenzó a formar en el siglo XVI, en el límite norte de la antigua Ciudad de los Ángeles. Se fundó en 1591, por un grupo de franciscanos descalzos conocidos como dieguinos, se asentaron en la ermita de Santa Bárbara y edificaron su espacio conventual.

La ermita pasó a ser templo y cambió de advocación a San Antonio de Padua. El ejemplo del fundador de la Orden Franciscana, hizo que los dieguinos adoptaron la tradición de bendecir a los animales. El convento se fue deteriorando y para sostenerse, hicieron un cementerio cuyo acceso fue decorado con una joya arquitectónica que fue destruida.


Hacia finales del siglo XIX, se establecieron las primeras pulquerías en el barrio y la prostitución se comenzó a ejercer de manera velada. La zona de tolerancia quedó delimitada, pero la situación se salió de control, San Antonio se comenzó a ver como una zona insalubre y deshonrosa de Puebla. Hasta que la autoridad tomó acción para renovar su imagen.

En 1854 el arquitecto José Manzo Jaramillo, diseño una portada estilo neoclásico para acceso al cementerio, era una joya arquitectónica que fue destruida en 1959. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

El origen del barrio

Además de ser el camino a Tlaxcala, la zona del barrio de San Antonio fue el límite norte de la antigua Ciudad de los Ángeles, desde que se fundó, en 1531. Colindaba con el río de San Francisco, justo en la subida al cerro de San Cristóbal (hoy Loreto y Guadalupe) que en aquella época carecía de árboles frondosos, por lo que era común que cayeran rayos.

Alguien de la zona colocó una cruz de piedra para que la gente se encomendara a ella y los protegiera de los rayos y centellas. Pero en 1570 un rayo la destruyó y entonces los vecinos levantaron una ermita en honor a Santa Bárbara Mártir, protectora de los artilleros, incendios y tempestades.

Se considera que el barrio de San Antonio fue fundado en diciembre de 1591, cuando un grupo de franciscanos descalzos, conocidos como dieguinos, colocaron la primera piedra de su convento a un costado de la ermita de Santa Bárbara, que les había sido otorgada por el obispo Diego Romano (1578-1606) para construir su templo y convento.

Pero la ermita había sido habitada desde 1587 por cuatro frailes dieguinos, quienes para seguir sus votos de pobreza, se establecieron ahí en un jacal. El segundo Libro de los Censos (1590-1600), refiere que uno de los primeros novicios del monasterio de los frailes descalzos de San Francisco, fue San Felipe de Jesús, primer mártir mexicano de la iglesia católica.


Los frailes dieguinos respetaron la advocación a Santa Bárbara Mártir de la iglesia y el convento, pero construyeron una capilla dedicada a San Antonio de Padua para enterrar a los religiosos de su orden, donde colocaron una pintura del santo. Además del templo, la propiedad comprendió el atrio, la plazuela, la huerta y un pequeño molino.

“La imagen estaba preciosa y llamó la atención de la gente que se comenzó a hacer muy devota de él. Ya en el siglo XVII, La advocación secundaria le ganó a la advocación principal de Santa Bárbara y los vecinos comenzaron a nombrar al convento y a la iglesia como de San Antonio, así se volvió el santo patrono del barrio”, expone el investigador David Ramírez Huitrón.

El templo comenzó a tener mucha actividad y a recibir a gran cantidad de fieles, mayormente pobres. Para el siglo XVIII, tuvo que ser ampliado y los franciscanos, que eran fanáticos de construir viacrucis, pintaron uno chiquito con todas sus estaciones en las paredes del atrio.

Desde la época colonial, cada 17 de enero, se llevan las mascotas a bendecir al templo de San Antonio de Padua, en honor a San Antonio Abad, protector de los animales. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

Las criaturas de Dios

El fundador de la Orden Franciscana fue San Francisco de Asís, un hombre que provenía de familia con recursos y a pesar de eso, fue conocido por su sencillez, por su humildad y por su bondad hacia todos los seres vivos, incluidos los animales, a quienes también consideró criaturas de dios.

El ejemplo de San Francisco de Asís hizo que los frailes dieguinos adoptaron la tradición de bendecir a los animales desde que establecieron su conjunto conventual, y en honor a San Antonio Abad, protector de los animales.


“Cada 17 de enero, los religiosos reciben a los personas con sus animalitos para bendecirlos y que vivan más años, así alargar su misión de cuidar a la familia en este mundo. La gente llega con todo: Perros, gatos, cotorros, canarios y hasta iguanas, todos los animalitos son bienvenidos”, asegura.

Antiguamente dejaban entrar con todo y vacas, también con caballos y mulas que eran muy apreciados por ser animalitos de carga. Actualmente los animales siguen siendo recibidos en el atrio de la iglesia y se oficia misa. Esto se comenzó a hacer una tradición que subsiste en nuestros días”, agrega.

Aspecto interior de la capilla de Santa Bárbara, primera advocación del templo de San Antonio en Puebla. Foto: Libro Iglesias de Puebla de los Ángeles de Eduardo Merlo

De huerta a cementerio

Ramírez Huitrón menciona que cuando llegó el obispo Juan de Palafox y Mendoza a la antigua Ciudad de los Ángeles, en 1640, les quitó la doctrina a los religiosos. Entonces se volvieron ermitaños y fueron envejeciendo porque ya no recibían postulantes.

“Por sus votos de pobreza, los franciscanos descalzos no podían recibir herencias ni poseer propiedades como otras órdenes religiosas que rentaban inmuebles para sostenerse. Ellos vivían de la caridad. Así disminuyó el número de frailes y el convento se fue deteriorando. Entonces pensaron en poner un cementerio para vender fosas”, narra.

El padre guardián de los frailes del convento de San Antonio, pidió permiso al ayuntamiento para convertir su huerta en cementerio. El permiso les fue negado por su ubicación, en la 5 de Mayo y 24 Poniente. La autoridad aseguró que era perjudicial que hubiera ahí un panteón porque los vientos que soplaban del norte iban a enviar los olores y las exhalaciones de los cadáveres hacia la ciudad.

Finalmente, en 1849, los dieguinos recibieron el permiso, entonces la antigua huerta de los franciscanos descalzos se convirtió en panteón, y así funcionó mucho tiempo.

“El hecho de que San Felipe de Jesús habitó el convento en gran parte evitó que los desmantelaran, porque había mucha gente que veneraba la que se decía era su celda. El cementerio de San Antonio subsistió hasta 1880, cuando el ayuntamiento lo clausuró y abrió un nuevo panteón para la ciudadanía”, comenta.

“Pero la gente no quería que sus muertos fueran sepultados en terrenos que no fueran consagrados. Cuando se moría un familiar, la gente le daba su mordida al guardián del convento y de noche entraban a enterrarlos”, asegura.

Lo mismo sucedió en otros panteones hasta que finalmente el ayuntamiento clausuró definitivamente los cementerios, desapareció las fosas y vendió los lotes para que se hicieran edificaciones encima de ellos. La gente no tuviera otra opción más que enterrar a sus muertos en el Panteón Civil o el Municipal.

El Arco de acceso al Cementerio de San Antonio se convirtió en rotonda en el siglo XX y los vecinos comenzaron a llamarlo “el arco del padrote”. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La destrucción del arco

De esta forma el cementerio de San Antonio fue desmantelado. La calle 5 de Mayo se abrió a la circulación y para no derribar el arco monumental neoclásico que era el acceso al panteón, le construyeron una rotonda.

“En 1854 el arquitecto José Manzo Jaramillo, había diseñado una portada espectacular para el acceso al cementerio, era una joya arquitectónica. Lo más bonito que había en el barrio. Pero en 1959, tiraron el arco con el pretexto de que estorbaba para la circulación”, lamenta.


En su libro “La ciudad como paisaje”, de la doctora Rosalba Loreto, disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla, dice que la Inspectoría de Monumentos Coloniales encabezada en ese momento por su padre, el profesor Pedro Pablo Loreto, trató de evitar la destrucción del Arco de San Antonio. Pero de nada valieron sus esfuerzos porque en febrero de 1959, fue destruido por autorización del Cabildo municipal, bajo aprobación del alcalde Rafael Romero Artasánchez.

Portada del templo de San Antonio durante la fiesta patronal. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

San Antonio cobra vida

Con la intención de instalarse en Filipinas, los frailes dieguinos habían abandonado el convento hacia finales del siglo XIX. La plazuela de San Antonio cobró relevancia, se convirtió en el punto central del barrio. Al ser una zona alejada, se comenzaron a establecer comercios que no se podían abrir en el centro de la ciudad, como cantinas, pulquerías y burdeles.

La iglesia de San Antonio había sido destruida por los liberales durante la Guerra de Reforma. Más tarde fue reconstruida y tres calles del barrio recibieron los nombres de tres jefes liberales: Ocampo, Valle y de La Llave. A principios del siglo XX, estás calles del barrio albergaron tugurios y cabarets que delimitaron la zona roja de la ciudad.

En el libro “El Barrio Rojo de San Antonio”, editado por la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), también disponible para su consulta en el Archivo General Municipal de Puebla, se lee que, en 1878, el ayuntamiento le cambió el nombre a la plazuela de San Antonio, le puso Mártires de Tacubaya, pero la gente nunca la dejo de llamar como acostumbraba. Y diez años después, se instalaron dos pulquerías ahí, “La Niña del Barrio” y “La Nueva de los Mártires”.

“Del lado del molino de San Antonio estaba la Garita del Carbón, donde antiguamente llegaban los vecinos de San Miguel Canoa o de la Resurrección con sus mulas cargadas con carbón. Ahí las pesaban, pagaban el impuesto y pasaban a comerciarlo al Mercado La Victoria, pero se hacía un muladar. A principios del siglo XX, se les permitió a los vendedores de carbón y leña, comerciarlo en la plazuela del barrio”, expone Ramírez Huitrón.

El barrio se comenzó a desarrollar alrededor de la rotonda del Arco de San Antonio. El paisaje era pintoresco, porque por un lado estaban las carboneras en la plazuela, y por el otro estaban ´las muchachas´. Decían que en el Arco del Cementerio de San Antonio, se sentaban los proxenetas a vigilarlas y por eso le decían el arco del padrote”, advierte.

Emma García Palacios, en su libro “Los Barrios Antiguos de Puebla”, dice que el barrio de San Antonio comprende las avenidas 20 a 32 Poniente, entre las calles 3 Norte y 5 de Mayo.

Estos eran los cuartuchos en los que las prostitutas ejercían la profesión en la zona roja del barrio de San Antonio a inicios del siglo XX. Foto: Hemeroteca El Sol de Puebla

La zona de tolerancia

Durante las dos décadas de lucha armada e inestabilidad política que generó la Revolución Mexicana, cambiaron las condiciones de vida de los habitantes del país, principalmente de la clase obrera y campesina, entre quienes se comenzaron a acentuar prácticas pocos sanas.

“San Antonio comenzó a ser frecuentado por maleantes porque era zona de bares, cabarets y de prostíbulos”, señala Ramírez Huitrón.


En el libro “El Barrio Rojo de San Antonio”, de la BUAP, dice que el establecimientos de burdeles o casas de cita en Puebla, se comenzó a dar de manera velada en la periferia de la ciudad desde el siglo XIX. Pero el reglamento de sanidad para el municipio, se estableció en 1913; y fue hasta el 2 de agosto de 1928 que se aprobó el reglamento para el ejercicio de la prostitución.

La zona de tolerancia quedó delimitada, comenzaba por el lado de las calles 24 y 26 Oriente con una hilera de cuartuchos y accesorias que estaban alineadas a la calle con entradas iguales, en donde las prostitutas se sentaban desde las 11 y 12 horas del día. Los sitios para venta de alcohol eran frecuentados desde temprana hora. Al caminar por las calles se apreciaba una combinación del devenir de prostitutas, padrotes y borrachitos que salían de los bares, y hasta de los gendarmes que cuidaban el orden.

Al contexto de inseguridad que provocaba la concentración de cantinas, bares y pulquerías, la práctica de la prostitución, la llegada de bandas de jóvenes sin oficio y beneficio, se le sumó la peligrosidad de la instalación de coheterías, oficio que desempeño la gente humilde del barrio para sostenerse.

Este es el baptisterio del templo de San Antonio de Padua. Foto: Cortesía Adriana Hernández Sánchez. Libro El Barrio Rojo de San Antonio

La niñez del barrio

Además de la iglesia, el barrio contó con un centro educativo, la secundaria oficial Gustavo P. Marh, en la calle 5 de Mayo, entre las calles 18 y 20 Oriente; y los estudiantes tenían que transitar por las calles en este contexto de inseguridad.

“Como en ese momento no había métodos anticonceptivos como ahora, muchas mujeres que se dedicaban a la prostitución tenían muchos hijos que crecían en medio de un ambiente insano. En ese entonces el párroco de la iglesia era el padre Rafael Hernández Villar, y él se preocupó por los niños”, señala.

Lo primero que hizo el sacerdote fue construir el salón de alfabetización a un lado de la iglesia, para enseñar a los niños de todas las edades a leer y a escribir. Después, con ayuda de filántropos, habilitó las ruinas del convento de San Antonio para construir una Casa Hogar que lleva su nombre.

“Gracias a él, los hijos de muchas mujeres que se dedicaban a la prostitución tuvieron oportunidad de estudiar. Muchos de ellos terminaron siendo abogados, doctores o licenciados. La gente lo quería mucho, de hecho su velorio y su entierro fueron multitudinario. Falleció en 1958, me parece, ya de viejito. En agradecimiento pusieron su busto en la cancha de futbol”, detalla.

El Minuit era un centro nocturno que estaba en la esquina del callejón de la 22 poniente. Foto. Hemeroteca El Sol de Puebla

Campaña de profilaxis

Debido a la clandestinidad y corrupción con la que operaban los centros nocturnos, cantinas, pulquerías y prostíbulos, la situación en el barrio se comenzó a salir de control, incluso se perdió el control sanitario de las prostitutas. Entonces, se comenzó a ver a San Antonio como una zona insalubre y deshonrosa de Puebla, que se estaba extendiendo hacia el sur de la ciudad.

“La Junta de Mejoramiento, Cívico, Moral y Material de Puebla, emprendió una campaña que llamaron de profilaxis, que buscaba acabar con los centros de vicios y renovar la imagen del barrio. En 1958, entró la autoridad al barrio de San Antonio para clausurar los centros de vicio. Fue una cuestión muy pintoresca porque primero entraba la autoridad a clausurar y detrás los bomberos a lavar con mangueras y limpiar toda la zona. A ´las muchachas´ se las llevaron detenidas en las bartolinas (autos policía)”, concluye el investigador.

El 30 de septiembre de 1958, durante la presidencia municipal de Rafael Artasánchez, la zona roja de San Antonio fue clausurada y desmantelada. Para ejercer la prostitución fue designada la calle 90 Poniente en la junta auxiliar San Jerónimo Caleras.

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