El 5 de junio de 1986, el estadio Cuauhtémoc estaba en plena ebullición. No era para menos, era el primer partido del Mundial de Futbol en el Coloso de Maravillas, con un platillo estelar: Italia contra Argentina.
Aquella tarde la entrada era espectacular. Era la oportunidad de ver en acción al genio del futbol mundial, Diego Armando Maradona que venía como la máxima figura de la selección argentina.
Estaba en su momento. En Italia se había convertido en un fenómeno con el Nápoli, al que había llevado a la conquista de un scudetto.
Maradona ya había pisado el Cuauhtémoc meses atrás, el 17 de noviembre de 1985, en aquel amistoso entre México y Argentina, que terminó 1-1, donde los poblanos se deleitaron por primera vez con su buen futbol.
En aquella visita, Argentina se hospedó en el Mesón del Ángel, el hotel sede de la mayoría de los equipos de futbol, por su cercanía con el estadio Cuauhtémoc.
La noche de su arribo, días antes del partido, tanto el técnico Salvador Bilardo como Diego Armando Maradona ofrecieron una rueda de prensa y El Sol de Puebla estuvo ahí.
Maradona habló de la importancia de jugar contra México y pisar un estadio donde Argentina jugaría su segundo encuentro del Mundial de México 86 contra Italia.
Diego maravilló por primera vez con su magia.
Pero el momento cumbre sería verlo en el partido que convertiría al estadio Cuauhtémoc en dos veces mundialista.
A Argentina con su genio al frente le tocaba enfrentar en su segundo partido nada menos con el campeón del mundo, Italia, que tal como lo hizo en 1970 había escogido a Puebla, como su sede.
Se llegó la hora, la algarabía se vivía en las calles poblanas, y a la llegada al estadio aquello era una auténtica fiesta.
La afición argentina subió la nueva rampa del Cuauhtémoc cantando sus vivas para Diego. Y la afición poblana solo escuchaba a la espera del gran momento.
Así rodó el balón, aquel mediodía en el Cuauhtémoc, en un choque que comenzó a las cuatro de la tarde.
Había expectación por ver a Diego, pero sobre todo para ver si era capaz de sacudirse la marca de Salvatore Bagni, su compañero en el Nápoli de Italia, que sería su marcador.
Bagni se le pegó como lapa, siempre tratando de evitar que Diego bordara su buen futbol e hiciera de las suyas.
El genio estaba en su apogeo. Rebasaba apenas los 25 años y se encontraba en plenitud.
Altobelli por la vía del penal puso adelante a los italianos apenas a los seis minutos de acción.
Fue entonces cuando Argentina tuvo que remar contra la corriente con Maradona buscando de zafarse de la marca de Bagni.
Fue en el minuto 34 de ese primer tiempo cuando Diego se desprendió de la marca de Bagni, se escapó por la izquierda, se metió al área y cruzó ante la salida de Tancredi para clavar el 1-1 en plena portería Sur del estadio Cuauhtémoc.
La mayoría de los 32 mil espectadores que ingresaron al coloso poblano saltaron de euforia. El genio había hecho de las suyas, sacó la magia de su chistera para rescatar a la selección argentina, y comenzar a fraguar su camino rumbo a la conquista de la Copa del Mundo.
En octavos de final, Argentina y Maradona volvieron al Cuauhtémoc para enfrentar a Uruguay. Fue el 16 de junio de ese 1986 en un duelo programado a las cuatro de la tarde y que registró 26 mil espectadores para ver el clásico de Río de la Plata.
Esta vez, Argentina derrotó 1-0 a los charrúas con gol de Pasculli para avanzar a los cuartos de final y continuar su camino rumbo a la conquista de su segunda Copa del Mundo.
Fue la última visita de Maradona a Puebla, pero disfrutar de su magia, su buen futbol, su clase y la velocidad que imprimía cuando tomaba el balón, a pesar de su figura regordeta, era un verdadero deleite.
Tres partidos en Puebla, dos de ellos en el Mundial, un gol y toda su magia impregnaba sobre la cancha del Cuauhtémoc.
Puebla, hoy lamenta su partida.