Amigos, Puebla ha perdido un gran taurino y sobre todo un estupendo ser humano, Don André Galeana falleció el pasado miércoles. Hijo de inmigrantes de la única comunidad sirio – caldea en México, se establecieron en Puebla tras un largo viaje en barco. Y como todo ser humano, una vez llegados a Puebla, las familias Tabe y Galeana Antar tuvieron que adaptarse el nuevo entorno. Propiamente iraquíes arribados a Puebla en los años 20, previo a la gran depresión económica y cuando Puebla salía del confinamiento que había causado la gripa española. Pero dos cosas resultaron realmente un reto para los Galeana Antar: tropicalizar la comida de su tierra, a la nueva zona donde habían llegado y segunda, tener un hijo con ansias de ser torero.
Andresito Galeana veía cómo su padre y familia de inmediato buscaron la manera de salir adelante. El trompo árabe que tradicionalmente es horizontal allá en su tierra lo pusieron vertical, en lugar de cordero, ocuparon el cerdo y el pan árabe lo hicieron más delgado para convertirlo en una grande y gruesa tortilla de harina.
Sin embargo, aquel inquieto joven buscaría la manera de ser torero. Pero los padres que poco sabían de aquel oficio de jugarse la vida frente a los toros, obligaban al inquieto Andrés a quedarse en casa ayudando en las labores del negocio familiar. Cortar cebolla, preparar el orégano, buscar la mejor carne de cerdo, saber las cantidades exactas de sal. Pero las ilusiones de Andresito nunca se fueron. Sin embargo, los amigos que se iban de toreros, torerillos o maletillas pasaban por el negocio, ahí situado en la 2 poniente entre las 3 y sur para invitarlo a las ganaderías o capeas. Y a Andrés no le quedaba más remedio que trabajar. Algunas veces lograba la “graciosa huida” de su casa, pero en la noche, los arropones que no le puso el burel, se encargaba el padre de hacerlo. Una tarde, Andrés estaba desesperado por salir a torear y encontró una fórmula mágica que se convirtió al tiempo, en otro gran negocio familiar. Los torerillos pasaban, y se iban, hacían burla o lo que hoy llamamos pomposamente bulling.
Y Andrés les dijo completamente decidido: hoy sí voy. Y salió de casa con una caja de cartón y dentro de ella el capote y la muleta. Andrés había inventado una salsa a base de chipotle que era un extraordinario aderezo para los llamados “tacos árabes”. Seguramente se llamaron así por la gente no distinguía la diferencia geográfica de los inventores de este manjar. Y todo lo relacionado con el medio oriente, es probable que a la gente se le hizo cómodo decir: vamos a los tacos de los árabes.
André inventó la salsa, argumentaba a su padre que iba a venderla a los pueblos, pero en realidad era el pretexto perfecto para irse de pinta con los toreros. Esos minutos era felicidad y alimento espiritual, claro está que muchas veces la salsa se perdía en el camino y obviamente no había ingresos. Con el tiempo, aquellas salsas que se fueron irrigando con la afición taurina de Don Andrés fueron un segundo éxito para los “tacos árabes”. Podemos decir Don André, descanse en paz, gracias a usted y a su afición, también hay salsa árabe en las mesas de muchas familias de México.