Investigadores de la Universidad de Yale sorprendieron al mundo de la ciencia y podrían dar esperanza para la disponibilidad de órganos en trasplantes al lograr restaurar y “revivir” las funciones de los órganos en cerdos que habían fallecido.
La investigación explica que, minutos después de que el corazón deja de latir, diversos bioquímicos comienzan a destruir las células y órganos del cuerpo ante la falta de flujo sanguíneo, oxígeno y nutrientes.
Pero, los científicos afirman que esta falla celular permanente no tiene porque ocurrir tan rápido, lo que llevaría a nuevas preguntas sobre las cuestiones éticas de la muerte.
¿Cómo se realizó la investigación en los órganos de cerdos?
El grupo de científicos liderados por miembros de la Universidad de Yale hicieron uso de una tecnología nombrada como OrganEx, una que fue utilizada para administrar un fluido protector de células especialmente diseñado para los órganos y los tejidos.
Esta solución cuenta con 13 compuestos como anticoagulantes junto a la sangre de los animales. Para las pruebas se utilizaron a cerdos que habían sido sacrificados una hora antes en un criadero local y, el líquido logró ralentizar la descomposición de los cuerpos y restaurar las funciones de órganos, entre ellos la contracción del corazón, la actividad del hígado y los riñones.
“No todas las células mueren de inmediato, hay una serie de eventos más prolongados. Es un proceso en el que puedas intervenir, detener y restaurar alguna función celular”, explicó David Andrijevic, científico investigador asociado en neurociencia de la Facultad de Medicina de Yale y coautor principal del estudio.
Después de seis horas de haber sido colocado el sistema OrganEx, los científicos reportaron que la circulación se reinició de manera mucho más efectiva que en otros procesos como la oxigenación por membrana extracorpórea (ECMO), utilizada en algunos hospitales como último esfuerzo para suministrar oxígeno.
En el caso del corazón, no se reinició por completo, pero se detectó actividad eléctrica y cierta contracción. Mientras, que el hígado produjo una cantidad elevada de la proteína albúmina y las células en cada uno de los órganos vitales respondieron a la glucosa de mejor forma lo que sugiere que el metabolismo se había reactivado.
También, se pudieron detectar movimientos musculares involuntarios y espontáneos en áreas como la cabeza y el cuello, que se describieron como la prueba de la recuperación de algunas funciones motoras. Los resultados fueron publicados este 3 de agosto por la revista Nature.
“Si pudiéramos restaurar ciertas funciones celulares en el cerebro muerto, un órgano conocido por ser más susceptible a la isquemia (suministro inadecuado de la sangre), planteamos la hipótesis de que también se podría lograr algo similar en otros órganos trasplantables vitales”, añadió Nenad Sestan, profesor de neurociencia Harvey y neurocientífico de Yale.
Su relación con la investigación en el cerebro
Estos resultados siguen el de una investigación previa del 2019 donde el mismo equipo de científicos lograron revivir los cerebros incorpóreos de cerdos hasta cuatro horas después de que los animales fallecieron.
Con ambos estudios buscan revitalizar el debate sobre la definición de la muerte y la ética que existe respecto a la donación de órganos cuando la persona ya ha fallecido.
Para ese primer estudio se creó la solución BrianEx, una técnica específica para el cerebro, por lo que, para crear OrganEx, se buscó un denominador común para la función de todos los órganos y se eligieron sustancias que suprimieran la coagulación de sangre y el sistema inmunitario.
Con esto, los científicos señalaron que es necesaria una mayor cantidad de estudios para comprender las funciones motoras restauradas en los animales.
Recordaron que esto no es una prueba de que los cerdos hayan sido revividos o resucitados después de morir, debido a que no se detectó actividad eléctrica en el cerebro, pero sí se logró que las células lograron algo que no habían hecho antes.
De esta forma, los resultados son considerados por los científicos como no clínicamente relevantes, pero sí plantea nuevas cuestiones éticas sobre la definición de la muerte y hasta que punto prolongar la posibilidad de la donación de órganos.