Nadie puede negar que comer lo que más te gusta es un verdadero placer, pero cuando te llevas alimentos a la boca de manera compulsiva y sin poder detenerte, entonces la comida se llega a convertir en algo que te llena de culpa.
Sonia Castro, del Instituto Europeo de Psicología Positiva, asegura que el vivir con ansiedad puede derivar en malos hábitos alimenticios, de los que muchas veces no somos conscientes, y provocar lo que se conoce como hambre emocional, una alteración cada vez más frecuente en nuestra sociedad.
Por su parte Alejandro Vera Casas, especialista en psicología en Madrid, asegura que existen razones tanto fisiológicas como psicológicas que llevan a las personas a convertir la comida en un recurso ansiolítico y lo que consumen habitualmente en estas situaciones son carbohidratos.
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Esto es porque los hidratos de carbono, asegura Vera, producen en nuestro cuerpo un aumento en la secreción de opiáceos naturales y además el azúcar promueve la secreción de insulina, la cual nos da una inyección extra de energía. Ambas sustancias fomentan temporalmente estados de bienestar y tranquilidad.
Expertos de la Sociedad Española para el Estudio de la Ansiedad y el Estrés (SEAS), explican que la ansiedad es una emoción natural que se experimenta como algo desagradable, negativo, que surge en situaciones que se perciben como una amenaza.
Si lo pensamos un poco, cuando éramos pequeños nuestra mamá o abuela solían prepararnos algo rico para comer cuando querían ayudarnos a aliviar algún disgusto o malestar, de manera que la comida se convierte, por un proceso de condicionamiento, en una medida de autocuidado, protección o bienestar, dice Vera.
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Agrega que esto tiene un efecto doble: calmar la agitación interna (refuerzo negativo), y la búsqueda de placer que nos otorga comer algo que nos gusta (refuerzo positivo). La duda que surge entonces es ¿cómo diferenciar cuando tenemos hambre, un simple antojo o ansiedad?
El doctor Vera recomienda tener en cuenta los siguientes aspectos al interpretar nuestras señales internas:
•El apetito surge de forma gradual; con la ansiedad, la necesidad es repentina y urgente.
•El apetito es una señal que indica la necesidad de comer, mientras que la ansiedad nos ofrece mentalmente comidas muy concretas.
•El hambre se siente a nivel corporal en el estómago, pero cuando comemos emocionalmente la necesidad suele ubicarse en la parte alta del cuello.
•Cuando comemos por ansiedad suele haber impulsividad; cuando no, las elecciones tienen un mayor nivel de razón.
•La culpa suele aparecer tras un episodio donde hemos comido sin control o por una necesidad de carácter emocional.
•Cuando comemos por apetito, paramos al sentirnos satisfechos. Si se come por la ansiedad, esto no ocurre.