Seguramente te ha pasado que no recuerdas lo que comiste el viernes pasado o por más que buscas un libro que guardaste hace quince días, no aparece por ningún lado… o típico que vas llegando a la cocina y no te acuerdas a qué ibas; pero tienes intacta en tu mente la sensación de tu primer beso o de esa experiencia dolorosa que preferirías olvidar.
Quizá te preguntaste alguna vez por qué nos acordamos tan fácil de lo que sería mejor dejar atrás, pero no pasa lo mismo cuando se trata de encontrar las llaves del auto para llegar a tiempo al trabajo. Lo que pasa es que los seres humanos tenemos diferentes tipos de memoria, que se encargan de registrar varios tipos de información.
LA FUNCIÓN DE LA MEMORIA
Jonathan García-Allen, graduado de Psicología por la Universitat de Barcelona, explica que los distintos tipos de memoria funcionan cada uno de manera particular, pero todos cooperan con el proceso de memorización.
Afirma que la memoria nos ayuda a adaptarnos al entorno y nos marca para definir quiénes somos; nuestra identidad. Sin ella seríamos incapaces de aprender, pero, por otro lado, la información que esta "archiva" se modifica constantemente, aunque no nos demos cuenta de ello.
Por su parte, Carmen Noguera Cuenca y José Manuel Cimadevilla, ambos catedráticos de psicología en la Universidad de Almería, España, mencionan que nuestro sistema de memoria ha evolucionado para favorecer la supervivencia, incluso en los contextos más desafiantes.
Pero la memoria tiene diferentes niveles, no todos los recuerdos son iguales y es que hay diferentes sistemas que se encargan de almacenar los distintos aprendizajes: caminar, escribir o hablar, manejar, andar en bici o aprender una canción. Posiblemente, la clasificación más admitida en la actualidad sea la presentada a finales del siglo pasado por el científico norteamericano Larry Squire, exponen.
LA CLASIFICACIÓN DE SQUIRE
Larry Squire, profesor de psiquiatría, neurociencias y psicología en la Universidad de California, San Diego, expone que existe una memoria declarativa, con la que formamos de manera explícita y evocamos posteriormente de modo consciente. Esta se encargaría, entre otros aspectos, de procesar los recuerdos de tipo autobiográfico y el conocimiento que adquirimos del mundo a lo largo de nuestra vida.
Asegura que también tenemos una memoria no declarativa, con la que registramos el aprendizaje de habilidades motoras, que se adquieren con la experiencia y se demuestran con la práctica, como andar en bicicleta. Esta misma almacena estructuras aprendidas y automatizadas, como el orden de las palabras en una oración.
Además, los diferentes sistemas de memoria se pueden degradar con el tiempo, tanto por enfermedades como por el envejecimiento. En este sentido, las memorias autobiográficas (declarativas) son más vulnerables que aquellas de las que dependen los actos motores (no declarativas).
Por eso es que, si aprendes a andar en bici o a tocar el piano, esos recuerdos permanecen prácticamente inalterables durante toda tu vida, pero tus experiencias vividas pueden ser presa del olvido con el paso de los años.
LAS EMOCIONES GRABAN LOS RECUERDOS
Noguera y Cimadevilla exponen, además, que hay otras variables que juegan un papel en el recuerdo y el olvido, por ejemplo, el contenido emocional que acompaña a las experiencias o la atención que prestamos a las actividades diarias; en este sentido, los recuerdos más emotivos, ya sea positivos o negativos, quedan impresos en nuestros circuitos de memoria de un modo más duradero, incluso toda la vida.
La permanencia de estos recuerdos con alta carga emocional nos ha ayudado a evolucionar como especie, porque gracias a que podemos recordar los acontecimientos significativos, moldeamos nuestra conducta, nos preparamos así para eventos futuros y con ello se favorece nuestra supervivencia.