/ lunes 5 de diciembre de 2022

Superan retos con musicoterapia

Un musicoterapeuta de la UNAM habla de las posibilidades de esta disciplina paramédica con la que apoyan a nivel clínico, emocional, cognitivo y de atención a los pacientes

Para nadie es ajeno que la música puede transportarnos a otras épocas o cambiar nuestro estado de ánimo. Charles Darwin ya se percataba de ello en 1871, como testimonia uno de los párrafos de El origen del hombre, donde dice: “Como ni el disfrute de la música ni la capacidad para producir notas musicales son facultades que tengan la menor utilidad para el hombre (…) deben catalogarse entre las más misteriosas con las que está dotado”.

El caso de Angélica -su nombre no es el real, pero la historia sí- parece sacado de una película o un libro, pues cuando se integró a un taller de musicoterapia, era una niña con una afasia tan pronunciada que varios la tomaban por muda.

De inmediato, el profesor de dicho taller, Daniel Torres Araiza, la hizo participar en diversas dinámicas de ritmo, armonía y melodía. Hasta que un buen día, luego de varias sesiones y sin previo aviso, ella rompió el silencio y se soltó a hablar. Al llegar a su casa prosiguió con una charla que, hasta hoy, continúa.

“Imagina lo que significa para una pequeña comunicarse con palabras cuando eso le resultaba imposible”, destaca Torres Araiza, un guitarrista de conservatorio que, a fin de entender los mecanismos detrás de estas mejorías, se mudó a Buenos Aires, Argentina para cursar una licenciatura sobre salud y arte sonoro en la Universidad del Salvador.

¿Un músico en una Facultad de Medicina? ¡Ése era yo!, bromea el también compositor para luego aclarar que si siguió una ruta académica tan improbable fue porque era la única vía para prepararse en un área poco desarrollada en México y en el mundo.


“Pese a que desde siempre hemos intuido que la música nos hace bien y por eso la usaban curanderos y chamanes en ritos ya milenarios, el interés de la ciencia en ella es muy reciente, de apenas pocas décadas”.


A partir de enero del 2020, Daniel Torres coordina el área de Musicoterapia de la FaM y dirige el Taller Todos Somos Uno, de la UNAM, espacio donde una veintena de personas con capacidades diferentes acuden para cantar, tocar percusiones y, lo más importante, para convivir, crear comunidad y sanar.

“El grupo se ha vuelto un lugar para superar retos y limitaciones”, refiere Torres, quien pone como ejemplo al adolescente con síndrome de Down que, de ser en extremo huraño y tímido, comenzó a granjearse amigos; o a la joven cuya espasticidad (trastorno motor) la obligaba a apretar el puño siempre y con tal fuerza que se marcaba las uñas en la palma hasta que, a base de ejercicios sonoros, abrió la mano, pulsó un instrumento y lo hizo sonar.

Según la Federación Mundial de Musicoterapia, esta modalidad de atención consiste en usar la música y sus elementos como intervención en ambientes médicos, educativos y cotidianos con individuos, grupos, familias o comunidades para optimizar su calidad de vida y mejorar su salud y bienestar físico, social, comunicativo, emocional e intelectual.

Pero, ¿a qué se debe el potencial curativo (o salutogénico) de este arte? Por ser un campo relativamente nuevo hay engranajes de esa maquinaria que aún no sabemos ni cómo engarzan ni cómo giran, aunque parte de la respuesta la adelantaba el neurólogo y escritor británico Oliver Sacks al detallar: “La música tiene mucha mayor capacidad para activar más partes de nuestro cerebro que cualquier otro estímulo conocido”.

La musicoterapia -abunda Torres Araiza- es una disciplina paramédica donde la música es usada con objetivos no musicales, es decir, para dar apoyo a nivel clínico, emocional, cognitivo y de atención. Que este arte eleve nuestros niveles de bienestar alude a aquella utilidad que no supo ver Darwin, y que lo haga con tal efectividad es parte del misterio que, con tanta precisión, señalaba el evolucionista hace 150 años.

“Quienes forman parte de nuestro taller son muy diferentes hoy si los comparamos con el día en que entraron”. No hay duda, una vez que hemos escuchado música algo se transforma en nuestro interior. “¿Pero qué podría decir? A mí me dio vocación; desde pequeño, cuando la oí, supe que me dedicaría a ella”, apunta Daniel Torres.

Los interesados en inscribirse a esta actividad, pueden enviar un correo a: educacion.continua@fam.unam.mx

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El caso de Angélica -su nombre no es el real, pero la historia sí- parece sacado de una película o un libro, pues cuando se integró a un taller de musicoterapia, era una niña con una afasia tan pronunciada que varios la tomaban por muda.

De inmediato, el profesor de dicho taller, Daniel Torres Araiza, la hizo participar en diversas dinámicas de ritmo, armonía y melodía. Hasta que un buen día, luego de varias sesiones y sin previo aviso, ella rompió el silencio y se soltó a hablar. Al llegar a su casa prosiguió con una charla que, hasta hoy, continúa.

“Imagina lo que significa para una pequeña comunicarse con palabras cuando eso le resultaba imposible”, destaca Torres Araiza, un guitarrista de conservatorio que, a fin de entender los mecanismos detrás de estas mejorías, se mudó a Buenos Aires, Argentina para cursar una licenciatura sobre salud y arte sonoro en la Universidad del Salvador.

¿Un músico en una Facultad de Medicina? ¡Ése era yo!, bromea el también compositor para luego aclarar que si siguió una ruta académica tan improbable fue porque era la única vía para prepararse en un área poco desarrollada en México y en el mundo.


“Pese a que desde siempre hemos intuido que la música nos hace bien y por eso la usaban curanderos y chamanes en ritos ya milenarios, el interés de la ciencia en ella es muy reciente, de apenas pocas décadas”.


A partir de enero del 2020, Daniel Torres coordina el área de Musicoterapia de la FaM y dirige el Taller Todos Somos Uno, de la UNAM, espacio donde una veintena de personas con capacidades diferentes acuden para cantar, tocar percusiones y, lo más importante, para convivir, crear comunidad y sanar.

“El grupo se ha vuelto un lugar para superar retos y limitaciones”, refiere Torres, quien pone como ejemplo al adolescente con síndrome de Down que, de ser en extremo huraño y tímido, comenzó a granjearse amigos; o a la joven cuya espasticidad (trastorno motor) la obligaba a apretar el puño siempre y con tal fuerza que se marcaba las uñas en la palma hasta que, a base de ejercicios sonoros, abrió la mano, pulsó un instrumento y lo hizo sonar.

Según la Federación Mundial de Musicoterapia, esta modalidad de atención consiste en usar la música y sus elementos como intervención en ambientes médicos, educativos y cotidianos con individuos, grupos, familias o comunidades para optimizar su calidad de vida y mejorar su salud y bienestar físico, social, comunicativo, emocional e intelectual.

Pero, ¿a qué se debe el potencial curativo (o salutogénico) de este arte? Por ser un campo relativamente nuevo hay engranajes de esa maquinaria que aún no sabemos ni cómo engarzan ni cómo giran, aunque parte de la respuesta la adelantaba el neurólogo y escritor británico Oliver Sacks al detallar: “La música tiene mucha mayor capacidad para activar más partes de nuestro cerebro que cualquier otro estímulo conocido”.

La musicoterapia -abunda Torres Araiza- es una disciplina paramédica donde la música es usada con objetivos no musicales, es decir, para dar apoyo a nivel clínico, emocional, cognitivo y de atención. Que este arte eleve nuestros niveles de bienestar alude a aquella utilidad que no supo ver Darwin, y que lo haga con tal efectividad es parte del misterio que, con tanta precisión, señalaba el evolucionista hace 150 años.

“Quienes forman parte de nuestro taller son muy diferentes hoy si los comparamos con el día en que entraron”. No hay duda, una vez que hemos escuchado música algo se transforma en nuestro interior. “¿Pero qué podría decir? A mí me dio vocación; desde pequeño, cuando la oí, supe que me dedicaría a ella”, apunta Daniel Torres.

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