El comienzo de los movimientos estudiantiles y el fanatismo religioso que se vivía en San Miguel Canoa en 1968, generó que aquel 14 de septiembre esta junta auxiliar de Puebla se tiñera de rojo con una masacre que aún, más de 53 años después, los pobladores de este sitio cargan como estigma.
Los más longevos del lugar no quieren evocar a ese trágico momento, pues afirman que “no son asesinos”, mientras que a los más jóvenes no se le ha hablado de lo sucedido, en un afán por dejar atrás el hecho que costó la vida de cuatro personas.
Tal fue la magnitud de este suceso, que Felipe Cazals lo plasmó para la posteridad en su película “Canoa”, en la cual relata la travesía de estos miembros de la entonces Universidad Autónoma de Puebla.
De los planes de escalar una montaña al intento por salvar su vida
Fue la mañana de aquel sábado 14 de septiembre de 1968 que Julián González organizó un viaje más a La Malinche, pues no era la primera vez que lo hacía, pero en esta ocasión los convocados eran 11 de sus compañeros de la UAP.
Por asares del destino sólo cuatro de ellos llegaron, cuyos nombres eran Ramón Gutiérrez Calvario, Jesús Carrillo Sánchez, Miguel Flores Cruz y Roberto Rojano Aguirre, quienes se dieron cita en el Edificio Carolino para posteriormente abordar el transporte público con rumbo a San Miguel Canoa.
Según han narrado los sobrevivientes en diversas ocasiones, alrededor las 6 de la tarde llegaron a Canoa, aunque esta parada no estaba prevista, pero una fuerte lluvia los obligó a refugiarse en una tienda del lugar.
Desde ese momento todo cambio y no imaginaban que fuera para terminar en tragedia, pues al pedir posada les fue negada, por lo que se dirigieron a la iglesia del lugar donde también les fue negado el asilo temporal, pese a que con quien tenían contacto le explicaban que eran trabajadores universitarios.
Debido a que Ramón y Jesús presentían que algo no estaba bien insistieron a sus compañeros que se retiraran, pero estos hicieron caso omiso, les pidieron paciencia y dejaron todo a la suerte para decidir con un volado si se quedan o se iban.
Tras la decisión de la moneda de permanecer en San Miguel Canoa, Julián se acercó a dos jovencitas que caminaban por el lugar, mismas que iban acompañadas de Odilón García, quien era su hermano y venía desde la Ciudad de México a visitar a su hermano.
Una vez que les contaron lo sucedido, los invitaron a su vivienda, pero pese a que esta hospitalidad fue sincera su estancia sólo duró 40 minutos, pues pobladores de la comunidad indígena comenzaron a tomar actitudes y acciones extrañas.
El repicar de las campanas fue de una de las señales de que algo no estaba bien, seguido de mujeres hablando en Náhuatl y expresiones como “ya llegaron los asesinos” y “ladrones”; la tensión aumentó luego de escuchar las historias de abuso de poder del sacerdote del lugar, de nombre Enrique Meza.
Se presume que, debido a los movimientos estudiantiles que se estaban registrando en México y por los cuales el pertenecer a la UAP era símbolo de vandalismo, aunado a que dicho sacerdote habría afirmado que los jóvenes habían llegado para “arrancarles” su religión, pues eran "comunistas", por lo que la población molesta tocó a la puerta del domicilio.
La pesadilla comenzó con un machete en mano
Tras intentar defenderlos, Lucas, hermano de Odilón y dueño de la vivienda, fue asesinado de un machetazo en el cuello y un disparo frente a su familia, con lo que la pesadilla comenzó.
Los jóvenes eran cuestionados sobre una supuesta propaganda que ellos desconocían y pese a que al lugar arribó el comandante para defenderlos, nada pudo hacer, por lo que se limitó a decirles “obedezcan porque por su culpa mataron al dueño”.
Pero la turba no se detuvo en sus acciones y los siguientes en ser asesinados a machetazos fueron Ramón y Jesús, mientras que Miguel, Roberto y Julián fueron amarrados con un lazo para ser llevados a la plaza del pueblo mientas escuchaban opiniones encontradas, desde quienes exigían que fueran rematados, hasta quienes pedían que los dejaran, pues no tenía caso agredirlos más.
Cuando las autoridades lograron ingresar a Canoa, ya eran las 5 de la mañana del 15 de septiembre y los dos sobrevivientes pudieron ser rescatados con severas lesiones.
Familias reciben la noticia de lo sucedido
Cuando las víctimas estaban por ser rescatadas, sus familias fueron avisadas de lo sucedido por lo que se dirigieron a su encuentro en el hospital.
Una de las historias que más recuerdan es la de Julián, pues su esposa Pilar recibió una bolsa con los tres dedos de su esposo; ella imaginaba que en La Malinche había sufrido un accidente, pero jamás se esperó la pesadilla que su marido pasó.
Sus radiografías arrojaron heridas en la cabeza, riñones, además de fuertes dolores musculares y aunque no recuerda en que momento perdió los dedos, afirma que no sintió dolor por el grado de inconsciencia que presentaba.
¿Cuál fue el futuro de los sobrevivientes?
Luego de los lamentables sucesos, Miguel y Roberto se dedicaron a impartir conferencias sobre la violencia que sufrieron, hasta hace unos años que murieron.
Sobre su fallecimiento Roberto decidió terminar con sus días tras la pérdida de su esposa, aunado a que afirman no logró superar lo sucedido, mientas que Miguel perdió la vida víctima de la leucemia.
Pobladores de Canoa afirman haber sido ofendidos
En el marco del 50 aniversario del linchamiento en Canoa, el entonces edil auxiliar, Raúl Pérez Velázquez, refirió que pese al pasar de los años les ha sido difícil quitarse el mote de “asesino” e incluso afirmó que la “verdadera” historia jamás es contada.
El exalcalde afirma que los cuatro trabajadores de la UAP irrumpieron en la comunidad para burlarse de su idioma e incluso los acusó de no haber pagado la cuenta de la tienda en la que consumieron, aunque no desestimó la versión que afirma que se corrió el rumor por la comunidad de que los jóvenes eran “comunistas”, palabra que relacionaban con el diablo, como parte del sacerdote Enrique Meza.
Pese a todo lo anterior, Pérez Velázquez insistió que el sacerdote es inocente pues de acuerdo a su versión, este rumor sobre el comunismo tenía tiempo atrás circulando en la comunidad, pero si señala que si les hubiera dado alojo a los excursionistas habría podido evitar su muerte.
Cuando sucedieron los hechos, Raúl Pérez era un niño y recuerda que su familia trató de esconderlo, pero en lugar de hacerlo se mantuvieron atentos de los hechos desde el interior de su vivienda.
Sobre los responsables del disturbio afirma que nadie quiere revelar sus nombres y simplemente se limitan a señalar que ya se murieron, se fueron a vivir a otro lugar o incluso señalan que si hay presos se desconoce el número, así como sus nombres.
También murieron pobladores de Canoa, afirman
Antonia Rojas, quien ahora es una mujer mayor afirma que no sólo los trabajadores de la Máxima Casa de Estudios y los hermanos Odilón y Lucas García perdieron la vida, sino que también otros siete pobladores fueron asesinados.
Raúl Pérez afirma que el estigma de “matones” les ha traído pérdida de empleo, pues al llegar a la ciudad e indicar de donde eran originarios, les eran negadas estas oportunidades.
El cura se quedó sin castigo
Referente a las versiones que señalaban al sacerdote Enrique Meza como responsable de esparcir el rumor y provocar la tragedia, sólo quedó en eso, pues no fue señalado legalmente por lo que quedó sin castigo, simplemente ante el escándalo se le cambió de curato a Santa Inés Ahuatempa.
Así que, pese al paso de los años, San Miguel Canoa mantiene su estigma por un hecho que los marcó para el futuro, el asesinato de dos integrantes de la Universidad Autónoma de Puebla y con el cual las generaciones siguientes deberán aprender a lidiar.