Justina Rojas Flores, una habitante de la comunidad de San Miguel Espejo, aprendió a leer y escribir a sus 63 años de edad en la inspectoría de este lugar. Recuerda que al principio le daba pena acudir a las clases, pero el apoyo de las maestras la motivó adentrarse a las letras, tanto que escribió un libro artesanal que la hizo merecedora de un premio estatal.
“Yo ya me andaba rajando porque me chiveaba mucho, pero las maestras me decían ´sí puedes, Justina´, entonces, seguí tomando clases y gracias a ellas fue que aprendí. Después de dos años, escribí La Mazorca, que está dedicado a la comunidad de San Miguel Espejo”, comparte para El Sol de Puebla desde la puerta de su hogar.
Con su lengua materna –el náhuatl- Justina toma aire para relatar con armonía y especial cariño la historia de La Mazorca, la cual enfatiza el valor de apreciar las cosas, en especial lo que nos da la tierra, y matiza que, el esfuerzo y la dedicación, tarde o temprano son recompensados.
“Les ruego que si me ven tirada en el suelo, me levanten, no me pisoteen. Así como me cuiden, los cuidaré yo”, es parte del relato que forma parte del libro que fue premiado en 2019 por el Instituto Estatal para la Educación de los Adultos (IEEA), un logro del cual se siente satisfecha, y con el que motiva a otras personas adentrarse al estudio.
NO HAY EDAD PARA APRENDER
Actualmente Justina tiene 78 años, y asegura que es común escuchar entre la población frases como “¿para qué aprendo si ya estoy viejo?”, “¿de qué me va a servir?”, “yo ya voy de salida”, sin embargo, estas mismas personas se enfrentan a la falta de oportunidades por no saber leer ni escribir.
“Aquí dicen: ´ ¿ya para qué voy, si ya me voy a morir?, ya estoy vieja´; pero cuando necesitan rellenar hojas para algún trámite andan buscando quién les ayude y dicen ´rellénalo tú, porque yo no le entiendo nada´. Aunque se les invita a tomar clases, luego se aburren y ya no van”, comenta.
De acuerdo a las cifras del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) en esta comunidad, hay alrededor de 2 mil 267 habitantes, y la mayoría se encuentra en pobreza, un factor que influye significativamente en el rezago educativo, debido a que desde muy jóvenes abandonan la escuela para dedicarse al campo o alguna actividad laboral, y poder apoyar en la economía del hogar.
“UNO SUFRE POR NO SABER LEER”
Justina recuerda que en 1964, es decir, a sus 22 años de edad, tomaba clases de primaria en un “rinconcito” de la inspectoría, y aunque llegó hasta el cuarto grado, reconoce que no aprendió nada, debido a que ella y el resto de los jóvenes solo hablaban náhuatl.
“Ahí nos enseñaba el maestro, pero ya era un señor muy grande. Yo me quedé en cuarto año, pero no aprendí nada. Nosotros hablábamos en náhuatl y el maestro nos hablaba en español, pero no le entendíamos”, detalló.
Así continúo su vida y, durante años, formó parte de los índices de analfabetismo de la comunidad. Tuvieron que pasar 41 años para que Justina nuevamente se animara a tomar lápiz y papel; pero no solo eso, una vez dominadas las letras, se animó ir más allá y decidió escribir el libro.
Apoyada por las maestras del Instituto Estatal de Educación para Adultos de la zona de San Miguel Espejo, participó en la convocatoria para escribir de puño y letra cada una de las palabras para dar vida a la historia de La Mazorca.
Así como ella, otras habitantes como Eliza, de 36 años; Laura Zepeda, de 20 años; y Liliana Domínguez, de 18 años, están por concluir sus estudios de primaria mediante los programas del IEEA, y aunque su tiempo lo dedican principalmente a la crianza de sus hijos, se están esforzando para continuar con su preparación escolar.
Por último, Justina invitó a la población en general a no limitarse y adentrarse al conocimiento sin importar la edad. “Si tú no sabes leer y escribir, o si conoces a alguien así, te invito a que vayas a donde enseñan, para que, los que saben más nos compartan su conocimiento”.