Conservar la tradición de colocar ofrenda tiene un precio queno todos los poblanos pueden pagar por igual. Algunos capitalinosinvierten entre 300 y 500 pesos en el altar con el que recordarána sus muertos y, otros, que habitan en la periferia, estándispuestos a pagar casi 6 mil pesos para recibir a los suyos“desde el más allá”, como dicta la creencia que lesenseñaron sus padres y abuelos.
No es Huaquechula ni Huejotzingo. Se trata de la junta auxiliarde La Resurrección, donde el gasto promedio para los altares es de3 mil a 5 mil pesos. Es un día de plaza y los pobladores salen acomprar manojos de cempasúchil, flores conocidas comoAcapulco y nubes, sahumerios, petates, canastas de mimbre,camote, calabaza, mandarinas y cañas.
Aunque la mayoría de la población coloca sus altares el 1 denoviembre, desde el 29 y 30 de octubre salen de compras para irllenando sus ofrendas. Meses antes se comienza a ahorrar para lacelebración, pues la costumbre señala que todo lo que se ponedebe ser nuevo, incluso las cazuelas en las que se cocina y losmanteles.
“Se dice que así como el olor se llevan, todo lo que se lespone se llevan. Si se les pone (comida) con una cazuela nueva, ledan uso ellos allá en el otro lado, estrenado todo. Todo tiene queser nuevo”, dice doña Guadalupe, habitante del norte de lacapital poblana, quien acudió a comprar vasijas y comestibles parala ofrenda. Ella y su madre elaboran el mole con guajolote,producto que añade alrededor de 700 pesos a los 5 mil que gastanen los insumos; también ponen platillos como arroz y pescado.
Relatan que los pobladores de La Resurrección son afectos acolocar ofrendas con los productos que le gustaba a los muertos.Ellas también compran juguetes y dulces que den la bienvenida alos pequeños que han fallecido.
NO HAY AÑO EN EL QUE NOPONGAN OFRENDA
Otra mujer, también nacida en La Resurrección, cuenta que solole alcanza para colocar una ofrenda que no pase de los mil pesos.Es mucho para su bolsillo pero es poco si piensa en lo que merecensus muertos: su esposo, sus padres, sus tíos y cuatro de sus hijosque fallecieron pequeños.
Todos los años instala ofrenda y la retira el 3 de noviembre,una vez que –prescribe la creencia- los difuntos se han ido delmundo terrenal, a donde regresaron desde el Mictlán o desde unazona alterna donde yacen descansando sus almas.
Doña Juana Pérez y su madre explican que en las ofrendas de laregión se colocan adornos de palma, como mulas y burros, lo mismoque petates, aunque se ha perdido paulatinamente la tradición decolocar la ofrenda en el suelo y ya se usan mesas.
Sus ancestros les han dicho que deben poner en los altares,ayates llenos con productos –naranjas, bananas o cañas- pues“los muertitos” se los cargan hacia su destino con mayorfacilidad.
CONGELA CHILES ENNOGADA
Es lunes por la tarde, en el mercado José María Morelos yPavón el ambiente es ajetreado, pues cargadores se topan conautomóviles que buscan estacionamiento y con clientes que llevanbolsos o carritos llenos de mercancía para sus ofrendas.
Vendedores gritan sus ofertas desde sus locales, mientrasalgunos “toreros” deambulan por la vía pública para ofrecerfloreros, papel picado o bolsas para basura, entre otros productosno perecederos.
Allí, una mujer del barrio de Xonaca, dice que gastaría hasta3 mil pesos en su altar. Coloca chiles en nogada en la ofrenda desu hogar, pues dicho platillo le gustaba a sus seres queridos.
“Yo tengo a mi mamá que le gustaban los chiles en nogada; ami papá le gustaban las carnitas, el chicharrón; a mi abuelo legustaba el mezcal, la Coca y la Pepsi. Ponemos todo lo que a ellosles gustaba”, explica la señora, quien cada año congela losingredientes para que no caduquen.
Ella diseña su altar desde el 28 de octubre y lo retiradespués de las 14:00 horas del 2 de noviembre.
EN LA CAPITAL,COLOCAN OFRENDAS MÁS AUSTERAS
Este medio visita una tienda de autoservicio de la colonia SanManuel, también en la capital. Allí, tres personas prevén que sugasto será de mil pesos en la ofrenda, considerando que ya no sehace tan grande como antes, debido al alza de diversosproductos.
Pese a ello, conservarán la tradición. Son maestros jubiladosy opinan que no debe perderse esta costumbre que aportasensibilidad y conocimiento a los niños.
Otro habitante de la ciudad comenta que el gasto en su ofrendarondó en los 500 pesos, tomando en cuenta el costo de flores,veladoras, frutos, dulces, pan y una botella de tequila, productoque le gustaba a su abuela. Fue una compra improvisada y aun así,el gasto fue elevado para su situación económica, segúndescribe.