En medio del panorama complejo de la trata de personas en el país, “Ana”, una trabajadora sexual originaria de Tlaxcala, pero con residencia en Puebla, ha enfrentado una historia de abuso y manipulación que comenzó bajo el engaño de un supuesto amor. Su testimonio revela los entresijos de un mundo oscuro y la lucha por la justicia que aún continúa.
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Todo comenzó cuando “Ana” era adolescente, vulnerable y en busca de afecto, fue engañada por un hombre originario de Tlaxcala. Este individuo, lejos de ofrecerle el amor que ella anhelaba, la obligó gradualmente a prostituirse con otros hombres. A través de una manipulación psicológica prolongada, logró convencerla de que sus acciones eran por amor, incluso llegaron a tener dos hijos juntos.
“Soy de Tlaxcala, pero ya vivo en Puebla. Mi niñez fue bonita, pero sí hubo violencia por parte de mis papás, a mí nunca me pegaron, pero entre ellos se violentaban mucho (…) cuando yo empecé a trabajar en el servicio sexual llegué por un proxeneta, a mí me enamoró, me llevó a vivir a su casa, tuvimos hijos, pero luego me metió a este trabajo. Me golpeó, me humilló, me lastimó demasiado y con los años pude dejarlo y liberarme”, declaró a El Sol de Puebla.
Sin embargo, con el tiempo “Ana” logró liberarse de esta situación de abuso y denunció a su agresor por trata de personas. Encontró apoyo y refugio en la organización Las Chicas de la 14 A.C., donde ha recibido herramientas para empoderarse y fortalecerse emocionalmente. A pesar de haber denunciado el caso, su carpeta de investigación se reabrió recién en noviembre del año pasado por otra víctima, no por ella y no hay mayores avances significativos hasta la fecha.
“Yo decidí dejarlo por mis hijos, porque también los violentaba. Me trabajó muy bien psicológicamente, demasiado, que no sé ni por dónde empecé a trabajar en esto, ahora con la edad y el apoyo que tengo, me doy cuenta el abuso que sufrí. Al principio cuando me hizo esto, me dolió mucho, me destrozó el corazón, con el primer cliente me puse a llorar, no dejé de bañarme y me entró un miedo terrible al saber que mi vida ya iba a ser así”, declaró.
Ana continúa ejerciendo el trabajo sexual, pero ahora lo hace con un objetivo claro: busca que esta labor sea reconocida y regulada por la ley en condiciones dignas y seguras. Ella enfatiza la importancia de distinguir entre la prostitución voluntaria y aquella que es resultado de la coerción y el abuso. "No todas las mujeres que realizan esta actividad lo hacen por decisión propia", insiste.
Su principal motivación para seguir adelante son sus hijos, a quienes dedica su esfuerzo diario por construir un futuro mejor. Con valentía, “Ana” alza la voz para exigir justicia y para que se investigue a fondo la trata de personas, independientemente de la actividad que las víctimas estén realizando.
“El mensaje que yo les puedo decir a las chicas es que no se queden calladas si están siendo víctimas de trata, busquen ayuda, es muy fuerte vivir un proceso de estos, de esta magnitud. Mi demanda lleva casi 11 años hacía esta persona, pero es mejor denunciar y antes de hacerlo, buscar redes de apoyo como Chicas de la 14, no están solas”, concluyó.
La historia de Ana es un recordatorio de la lucha constante contra la explotación y un llamado urgente a la acción para proteger los derechos humanos de todas las personas, especialmente de aquellas que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad extrema. Mientras ella sigue su camino de empoderamiento y resistencia, su historia también ilumina las sombras de una realidad que debe cambiar.
