La industria mueblera ya desplazó a la producción de leche en Chipilo, que antes del cambio de siglo era la principal actividad económica. Ahora, en esta comunidad italo-mexicana encontrada en Puebla, la exportación de artículos tallados en madera de pino importada de Brasil y Canadá es fuente de ingresos para 250 empresas familiares dedicadas a este giro que emplea a más de 14 mil personas.
Más de un habitante de esta zona asegura que la elaboración de muebles es tan fuerte como la funcionalidad de la empresa Volkswagen de México por la similitud de plazas laborales ofertadas y el terreno extranjero conquistado en la comercialización.
Estados Unidos y Alemania son los principales países que reciben diariamente los envíos de miles de piezas elaboradas en esta junta auxiliar de San Gregorio Atzompa, considerada como una de las principales “cunas” del mueble en México, al igual que Guadalajara.
Fue en la década de los 80 del siglo pasado cuando Chipilo comenzó a transformar la madera. Segusino es el nombre de la empresa que marcó el inicio de esta actividad. Era dirigida por Antonio Zaraín García, empresario local y exsecretario de Desarrollo Económico en el sexenio de Melquiades Morales, quien en una convocatoria general pidió a la población unirse a este proyecto y maquilar la materia prima.
Varias familias adoptaron la propuesta y comenzaron a cambiar la ganadería por este oficio que para 1998 rendía varios frutos. En ese año, Chipilo recibió el primer reconocimiento internacional por calidad y niveles de exportación. Esa hazaña la replicó en 1999 y en el 2000, pero antes de que llegaran las preseas, la población trabajó en unidad para cubrir la demanda exigida en el mercado internacional.
Del año 1984 al fin del siglo la industria mueblera tuvo su primer auge porque Segusino llegó a contratar a más de 6 mil trabajadores y competía en ventas con cualquiera en el mercado internacional.
El escenario cambió después del año 2000, cuando la firma semillera se declaró en quiebra y posteriormente cambió de propietario. Zaraín García se retiró de la actividad y un empresario de origen inglés tomó las riendas como nuevo titular. Algunos pobladores recuerdan que este hecho “tambaleó” la actividad, pero al paso de los años el gremio maquilador resurgió y potencializó el camino avanzado.
Actualmente, Chipilo, una comunidad de cinco mil habitantes, fundada en 1880 y asentada en 600 hectáreas, registra 250 fábricas de muebles, de las cuales 33 son exportadoras y el resto maquiladoras.
El número global de empleos que la industria genera es de 14 mil, beneficiando a personas de Chipilo y de municipios como Atlixco, Puebla, San Andrés Cholula y Amozoc, por mencionar algunos.
El catálogo de piezas que sustenta el trabajo de esta industria reúne más de 700 opciones y en la elaboración de los muebles se emplea una paleta de 25 colores en la etapa de presentación final.
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Aunque los pobladores y empresarios en el ramo manejan con secrecía datos de sus producciones, dieron a conocer que actualmente los dos mayores productores de muebles envían al mercado externo mil 800 muebles diarios, mientras que los de nivel medio, 31, entregan dos mil productos por semana, también fuera del país.
LA SALVACIÓN EN EL EXTRANJERO
“Chipilo ya es muy conocido en Estados Unidos porque es fabricante de muebles en México”, resalta Carlos Galeazzi Stefanoni, propietario de la empresa exportadora Rústicos Piamonte.
Desde el centro de trabajo que dirige, y emplea directa e indirectamente a 600 personas, comparte las bondades, pero también las complicaciones del arte de elaborar muebles.
Resalta que el año pasado su fábrica enfrentó por primera vez el riesgo de quiebra por cerrar en números rojos y en el actual trata de sacarla avante. La pandemia hizo que Estados Unidos incrementara los pedidos de muebles a México por el cierre del mercado de China.
Sin embargo, el plano desalentador está en los incrementos de precios reflejados en la madera, en el transporte marítimo, los insumos y la mano de obra, porque “se fueron a las nubes”. El tema fiscal es otro factor que “pega” a esta industria por las nuevas disposiciones en el pago de impuestos.
Aun con las adversidades, Carlos afirma que su fábrica seguirá figurando en la competencia interna y externa porque es un legado de su progenitor y su familia.
Hace 30 años mi papá tenía ganado y nos fue mal. Él se fue a Estados Unidos y fue cuando mi hermano Javier comenzó a trabajar en la empresa más grande, que era de don Antonio Zaraín, y luego éste convence a mi papá de regresar y dedicarse a los muebles, se hipoteca la casa para comprar maquinaria, se instala una maquiladora y así empezamos a trabajar (…) hubo una temporada en que la elaboración de mueble estaba muriendo, pero encontramos un cliente en Alemania al que le enviábamos una caja por mes y vimos el potencial y buscamos ruta en Estados Unidos y hoy la mantenemos en más de 18 estados de ese país narra orgulloso.
Comparte que su catálogo de muebles es mayor a los 700 modelos y usa 25 colores en la fase de pintado, siendo el blanco el más solicitado.
Su producción es fabricada con madera de pino importada de Brasil y Canadá.
La compra en esos países porque el gobierno de Estados Unidos exige que los muebles que llegan sean producidos con madera estufada y proveniente de aserraderos regulados en materia de reforestación, lo que no sucede en México.
Galeazzi Stefanoni, con preocupación, expone que la industria mueblera ya no es negocio como antes, pero confía en que la situación mejore para el gremio y un día lleguen apoyos gubernamentales, los cuales han estado ausentes desde hace décadas.
“El gobierno pide y pide, pero no ayuda, al contrario, nos sentimos atacados por las autoridades”, concluye.
LA LECHE DEJÓ DE SER NEGOCIO
Con 75 años de edad, don Alfredo Simoni Piloni platica cómo Chipilo se convirtió en productor de muebles, actividad a la que se ha dedicado desde 1987, cuando en sociedad puso su maquila de nombre Comercializadora Véneto-Los Pinos, luego de que el pionero Antonio Zaraín García prometió comprarles su mercancía hasta el año 2000.
Chipilo era ganadero, pero ya hay poco ganado y eso se debe al precio de la leche, no porque la carpintería sea más negocio, sino porque ya no se puede con las vacas y por eso están cerrando muchos establos. Yo era ganadero y me deshice del ganado y me metí a la maquila puntualiza.
Esta empresa contribuye con una producción de 300 muebles por semana, que al año suma más de 14 mil.
Expone que los empresarios exportadores les facilitan la madera, principalmente importada de Brasil y Canadá. Su tarea sólo es elaborar el mueble en bruto y enviarlo a las bodegas pactadas donde se realiza el resto del proceso de producción, que incluye la implementación de materiales decorativos, terminado, lijado, pintado y empacado.
“Yo entrego islas, bares y burós (…) ahorita está jalando bien esta industria y esperemos que siga así, porque con la pandemia bajó un poco la producción, pero se normaliza y ahora el problema es la falta de unidades de transporte terrestre con ruta México-Estados Unidos”, detalla.
Relata que en las últimas décadas del siglo pasado la empresa Segusino, dirigida entonces por Zaraín García, compitió con Volkswagen de México.
Ambas empleaban el mismo número de trabajadores, como sigue sucediendo en la actualidad, ya que la industria mueblera está en un buen apogeo.
MUJERES EN LA PRODUCCIÓN
Araceli Castro también maquila muebles desde hace dos décadas en esta comunidad. Ella combina la actividad con la administración pública y dice que a inicio de los años 90 esta industria ganó terreno en Chipilo.
La entrevistada, que es bilingüe como muchos habitantes de esta junta auxiliar porque habla véneto y español, especifica que transformar la madera es la principal actividad económica, aunque hay factores desventajosos en la producción, como el incremento de esta materia prima, resistol, clavos y otros insumos como la luz y transportes.
Castro asegura que el 80 por ciento de la producción de muebles en Chipilo se vende al mercado extranjero, preferentemente a Estados Unidos, Canadá y Alemania, mientras que el restante 20 por ciento se queda en México.
La propietaria del taller Montagnier comenta que el precio de cada mueble depende de sus características. Pone como ejemplos de la variedad un buró, que en valores de producción (no de comercialización) cuesta desde 400 hasta 600 pesos, mientras que una recámara oscila entre tres mil y cuatro mil pesos.
MUEBLES EN EL OLVIDO
Los empresarios refieren que la industria mueblera ha innovado con el paso del tiempo. La madera es medida por metraje cúbico y son millones los adquiridos para abastecer la demanda actual.
Los comedores y recámaras son los enseres más comprados en el mercado interno y externo. Las sillas, islas y cómodas también son requeridas. No así los roperos, trasteros, libreros, muebles para estéreos y televisores, que dejaron de estar en la lista de artículos con demanda.
Coinciden en que ahora la población prefiere muebles de color, y no tanto el encerado, como sucedía en el siglo pasado con los acabados rústicos.
“El color blanco es lo que más solicita la gente y eso es lo que producimos, porque también quieren tonos llamativos”, apuntan.
Por último, externan que a lo largo de las casi cuatro décadas de esta actividad 60 maquiladoras han cerrado sus puertas, aunque posteriormente algunas volvieron a reactivar funciones.