Ser madre de una hija que padece una discapacidad es un trabajo de tiempo completo, no existen descansos ni vacaciones, los esfuerzos realizados en la vida están enfocados en velar por el bienestar de la persona enferma, compartió Amparo Blázquez Martínez, progenitora de Martha Inés Córdova, “Martita”, quien antes de cumplir un año de edad fue diagnosticada con retraso psicomotor, una enfermedad que le impide tener una vida común, como la de otras personas.
La mujer de 49 años es alegre, servicial y amable, en algún momento anheló ser educadora o enfermera. Nació en el municipio de Izúcar de Matamoros y únicamente terminó la secundaría porque desde los 13 años comenzó a trabajar en la informalidad para ayudar a su mamá con los gastos de la casa debido a que la crió, junto con sus tres hermanos, sola.
Ante la perspectiva de Amparo, comenzar a laborar desde temprana edad hizo tenerle un gran rencor a su progenitora porque carecía de los recursos económicos que le permitieran seguir preparándose o adquirir bolsas, maquillaje, ropa y zapatos como los poseían otras mujeres de la misma edad.
Dicha situación fue un detonante para juntarse con su primera pareja y padre de sus seis hijos a los 15 años de edad porque pensó que, al irse a vivir con aquel hombre, del cual prefirió no revelar su identidad, tendría una vida como siempre la soñó, llena de amor, dinero y lujos, narró en entrevista.
Recordó que al principio la vivencia fue muy agradable, le prometió casarse, tener una casa propia y criar hijos, pero eso no ocurrió como ella esperaba y ahora que Amparo lo reflexiona en entrevista con El Sol de Puebla, mudarse con el padre de sus hijos fue el inicio de una pesadilla de la cual le costó décadas salir por el círculo vicioso en el que se encontraba.
Expuso que la violencia incrementó de manera gradual, lo que comenzó como una simple broma por su sobrepeso se convirtió en motivo de reclamos y exigencia para adelgazar, la falta de preparación escolar ocasionó humillaciones de que no servía para nada y otra persona no la querría así.
Explicó que luego vinieron las repentinas desapariciones, su pareja se iba y regresaba días después sin dar ninguna explicación, por tal motivo pensó que debía esforzarse más para ser querida y se embarazó cuando apenas cumplió los 16 años de edad, aunque la violencia continuó y en más de una ocasión su pareja intentó agredirla físicamente.
Al verse triste no comía ni tomaba vitaminas como debía y tuvo un parto prematuro.
Comentó que, por el bajo peso que tenía, careció de la fuerza suficiente para dar a luz a su hija, situación que provocó que los doctores del Hospital del Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) de San Alejandro le introdujeran unas “pinzas” que en realidad fueron fórceps obstétricos para sacar al bebé.
Narró que después de parir su hija fue ingresada a la incubadora por alrededor de dos meses, hecho que le pareció normal por las circunstancias en las que nació y no vio alarmante debido a la desinformación que tuvo por lo joven que era y la inexperiencia de ser mamá. Sin embargo, tres meses después de que su hija fue dada de alta notó que tenía dos tics, el primero de ellos es que un ojo se le desviaba y el segundo que levantaba repentinamente la mano y el brazo al mismo tiempo.
“Ella nace bien supuestamente, pero nace prácticamente forzada y los doctores la lastimaron de su cabeza (…) yo no sabía, tenía 17 años y me dijeron que la niña se iba a quedar en incubadora, se quedó como dos meses y yo no me había dado cuenta de su enfermedad sino hasta que empezó con un tic nervioso”, relató.
Por lo anterior, acudió al hospital de San José y tras una serie de estudios le dijeron que su hija tenía un retraso psicomotor, mismo que de acuerdo con los doctores, en parte, fue ocasionado por el mal agarre de la cabeza que le hicieron en San Alejandro. Para la señora Amparo Blázquez la dilatación en darle el diagnóstico fue por el temor a su reacción debido a que el padecimiento implica un retardo en el desarrollo de las destrezas cognitivas y motoras del bebe.
La joven con discapacidad nació en el año 1990 y según su madre, desde el momento en el que fue diagnosticada su vida no volvió a ser la misma porque comenzaron a realizar todas las actividades juntas, entre ellas ir al baño, dormir y salir a comprar, por mencionar algunas.
Las distracciones que le permitían salir de la rutina cuando era soltera quedaron atrás y se convirtieron en constantes idas a los hospitales, los cuales llegó a conocer como la palma de su mano por la frecuencia con la que iban. El dinero que antes dedicaba para actividades recreativas ahora era destinado a la compra de medicamentos ya que en algunas ocasiones había desabasto en los nosocomios y debía buscar la forma de suministrárselos.
Aunque lo más pesado, recordó, era controlar las crisis de su hija porque podían llegar en cualquier momento del día, ocurrieron mientras hacía de comer, cuando dormía, en la fila del supermercado, en fiestas familiares o al ver una película. Declaró que al principio tenía vergüenza por los comentarios que dijeran las personas, pero con el pasar de los años se acostumbró y ahora conoce a la perfección los pasos a seguir cuando los ataques epilépticos llegan.
Además, su energía estuvo empeñada en enseñarla a aprender cosas básicas como caminar y hablar, situaciones que ocurrieron a los cuatro y seis años de edad, respectivamente, cuando la media en niños es de los dos años de edad.
Destacó que tener un hijo con una discapacidad es un trabajo de tiempo completo, sin descanso ni paga, solo una madre que lucha por el bienestar de su hija y que antepone su bienestar al de otra persona.
“Se siente una gran angustia, desesperación, impotencia de ver a la niña internada cada nada. Desde pequeña ha tenido que tomar medicamentos, para controlarla”, compartió.
Cuando Amparo decidió dejar al padre de su hijo la situación empeoró, sin dinero y con la necesidad de sacar adelante a sus bebés buscó la forma de ganar dinero, lo cual logró a través de emprender con la venta de frutas, cocteles preparados y desayunos.
Dicho empleo le fue muy útil porque se llevaba a su hija y la permitía cuidarla.
Enlistó que otras de las actividades que realizó fue la limpia de casas, aunque reconoció que era muy cansado.
En ambos ejemplos, el trabajo era doble porque tenía que estar al pendiente de su hija y no descuidar el empleo con el que mantenía a su familia. Se olvidó de sí misma, de su apariencia, su bienestar, solo buscó ganar dinero para que no le faltaran a Inés sus medicinas.
Con el paso de los años conoció a una nueva pareja, misma con la que actualmente vive y le recomendó salirse de trabajar para cuidar a Martha, a quien considera su compañera de vida.
El mensaje de la mujer para otras madres que se enfrentan a la misma situación que ella es tenerles paciencia a sus hijos y ser amorosas porque consideró que el cariño brindado en las crisis y las noches en los hospitales es algo que tendrán presente para la posteridad.
A la par, recomendó no descuidarse porque “en un abrir y cerrar de ojos” la vida se va y no permite cumplir con aquello que soñaban.