Al acercarse a la entrada de los panteones, los aromas a flores de Cempasúchil y a copal inundan el ambiente. Decenas de personas de todas las edades asisten a los camposantos con veladoras, cubetas, arreglos florales y ganas de pasarse el día con los que ya partieron.
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Vendedores de flores, botes, comida y bebida, así como personas dedicadas a limpiar la tierra y el paso del tiempo de las lápidas, permanecen en los alrededores tratando de conquistar a algún cliente con sus ofertas.
En el panteón ubicado en la junta auxiliar San Pablo Xochimehuacan permanece una camioneta aún repleta de flores de temporada, Karina, una adolescente de 15 años, acomoda una cartulina de color fosforescente en donde viene su oferta “flor de cempasúchil a 80 pesos, más barato que mamá lucha”.
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Con un rostro cansado, Karina platica que, junto con sus tíos, viajó desde San Pablo Ahuatempan hacia el panteón la tarde-noche del 1 de noviembre para comenzar con la venta de esta flor.
Sentada a un costado de la camioneta, dice que es la mejor temporada para su familia e incluso considera que le va mejor que en años pasados, a pesar de que aún le quedan más de cinco rollos de flores por vender.
A pesar del cansancio que refleja en su rostro, la adolescente comenta que aún va a permanecer, por lo menos, otras siete horas con la intención de comercializar las flores de Cempasúchil.
A unos metros se encuentra un señor que aparenta tener más de 60 años, frente a él hay una torre de botes de aluminio que en el pasado almacenaron chiles, café e incluso algunos de plástico que resguardaron proteína en polvo. Al grito de “botes, lleve sus botes de a 10 pesos”, el hombre busca vender lo que estuvo recolectando por meses.
Son pocas las personas que se acercan a comprarle pues muchos de ellos llevan su propia indumentaria para colocar las flores. En una breve plática, el hombre reconoce que la venta no va bien, pero no se desanima y augura que en la próximas horas venderá al menos la mitad de botes que recolectó y limpió.
Al interior del panteón, los comerciantes de bebida de cacao, nieves, cacahuates, aguas y cigarros se hacen presentes para hacerles compañía a los tradicionales mariachis o grupos de banda.
Los gritos de los vendedores se mezclan con las risas, rezos, gimoteos de nostalgia y música que entonan mariachis o grupos musicales que los familiares de algún difunto piden, con la finalidad de honrar la memoria del fallecido.
Un panorama similar se replica en el panteón de San Felipe Hueyotlipan, que registra menor afluencia, pero donde comerciantes se hacen presentes.
Adentro del panteón, un grupo de jóvenes rodea una pila de agua, mientras gente hace fila con cubetas en mano para acceder al líquido y poder limpiar las tumbas que por un largo tiempo se descuidaron.
Con gorra, botas y palas en manos, los jóvenes esperan a que la gente se acerque a pedirles sus servicios, pues se dedican a limpiar las lápidas a cambio de un “apoyo voluntario”.
Uno de ellos comenta que inició su jornada desde las siete de la mañana con intención de permanecer hasta el cierre del panteón, alrededor de las nueve de la noche.
Alrededor de las dos de la tarde, el joven llevaba más de 30 trabajos, desde barrer hasta deshierbar las lápidas, el pago es voluntario, pero la mayoría de la gente le paga entre 100 a 150 pesos.
A pesar de estar cansado y no encontrar lugar para refugiarse del calor, dice que le entusiasma ayudar a las personas a “enchular” las lápidas de sus seres queridos, además de que aprovecha para conocer historias.
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Finalmente, dice que cuando todos se van, se da una vuelta por el panteón y arregla tumbas que fueron olvidadas estos días para que los difuntos “no se sientan olvidados”, una acción que le inculcó su padre.